Migrantes, refugiados, historia y precedentes

Hay mucho material sobre otras crisis migratorias anteriores que los legisladores europeos actuales podrían recuperar y aprovechar. 

En el siglo XIX surgió una forma moderna de migración en masa que fue posible gracias a los nuevos medios de transporte, a los asentamientos coloniales y a la expansión de los Estados Unidos (EEUU). Entre 1846 y 1914, más de 30 millones de migrantes partieron desde Europa hacia América. Durante décadas esta migración fue principalmente libre y el documento más importante que debía llevar consigo el inmigrante no era el pasaporte o un documento de identidad sino un billete de barco.

A finales del siglo XIX y principios del XX, Estados Unidos y otros países quisieron controlar la inmigración para ser más selectivos acerca de quién podría entrar, bajo qué condiciones y con qué derechos. Este giro hacia los controles de fronteras, las cuotas, los exámenes de alfabetización y similares se vio acelerado por la I Guerra Mundial y la revolución rusa de 1917, que dieron lugar a las primeras crisis de refugiados de Europa.  Entre 1914 y 1922 se convirtieron en refugiadas unos cinco millones de personas y en 1923 la “segregación” de pueblos entre Grecia y Turquía fue testigo de los traslados en ambas direcciones de 1,7 millones de personas. Los años de entreguerras también presenciaron el desarrollo de las primeras normativas e instituciones para gestionar el fenómeno de los migrantes apátridas: un Alto Comisionado para los Refugiados y la expedición de los pasaportes Nansen.

Pero esa primera marea humana fue eclipsada por la oleada de miseria que se produjo durante la II Guerra Mundial y después de ésta. Durante los primeros cuatro años de guerra, Alemania y la URSS “desarraigaron, trasplantaron, expulsaron, deportaron y dispersaron”[1] a unos 30 millones de personas. En mayo de 1945 había más de 40 millones de refugiados en Europa, sin techo, desarraigados y huyendo.

En 1918 se redefinieron las fronteras y todas las personas tuvieron que permanecer en el lugar en el que vivían (con la importante excepción de los intercambios de población entre Grecia y Turquía). A finales de la II Guerra Mundial, se produjo lo contrario. Con la excepción de Polonia, las fronteras quedaron prácticamente intactas y en su lugar se trasladó a la gente por todo el centro y este de Europa. El término “depuración étnica” todavía no existía pero es lo que se produjo cuando los políticos diseñaron Estados nacionales muy homogéneos a nivel étnico.

Hay dos aspectos notables de esta crisis. El primero, la extraordinaria aportación del Comando Aliado y la Administración de Socorro y Rehabilitación de las Naciones Unidas (UNRRA, por sus siglas en inglés). En 1947, la UNRRA gestionaba casi 800 campos de reasentamiento que albergaban a siete millones de personas. Gracias a sus colosales esfuerzos, en torno a 1951 sólo quedaban 177 000 personas desplazadas en los campos. Millones habían sido reasentadas; muchas más, repatriadas; y un importante número de personas había emigrado. El segundo aspecto es que en torno a 1951 se crearía un nuevo marco legal e institucional para responder al fenómeno de los refugiados con la creación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) que reemplazaría a la UNRRA, y la aprobación de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados.

En aquella época existía una voluntad política colectiva de cara a la emergencia y un sentido de la responsabilidad humanitaria tras los horrores de la guerra y del Holocausto. Esto aportó soluciones. Por desgracia, hoy en día escasean la voluntad política y los impulsos humanitarios.

Aproximadamente de 1950 a 1973 los Estados europeos prosperaron durante el mayor auge sostenido que el capitalismo global haya experimentado jamás. Hasta este punto, durante unos 300 años los Estados europeos fueron una fuente de emigración masiva mientras iban conquistando, colonizando y extendiéndose a las zonas del mundo menos desarrollado. Entonces las naciones occidentales y del norte de Europa acogieron ávidamente a trabajadores extranjeros, se convirtieron en países de inmigración y asentamiento, y su población inmigrante crecía al mismo nivel que en EEUU durante los años en los que fue una nación típicamente de inmigración.

Aunque en torno a la década de los años 80 los solicitantes de asilo procedentes de África, Asia y América Latina entraban en Europa, los Estados europeos seguían estando aislados en su mayor parte –comparativamente hablando– de lo que acontecía en esos otros continentes. Pero en la década de los 90 Europa se precipitó repentinamente hacia su tercera crisis de refugiados. Existieron numerosos factores. En primer lugar, la ruptura del bloque soviético y la guerra en lo que había sido Yugoslavia. En segundo lugar, las guerras de las potencias occidentales en Irak y Afganistán convirtieron a estos dos países en los mayores productores de refugiados. En tercer lugar, el 11S y la “guerra contra el terrorismo” fueron los detonantes de que se produjeran nuevos intentos de restringir, controlar y denegar la entrada. Igual que la noche sigue al día, el nuevo aparato de control hizo que los migrantes y refugiados hallaran otros modos de entrar. Y por eso los duros controles de fronteras, los migrantes desesperados y los contrabandistas oportunistas están íntimamente relacionados.

Por último, podemos señalar una cuarta crisis de refugiados en Europa que data de 2011 con un pico en 2014-15. Intervinieron factores como la Guerra de Siria; los Estados frágiles o fallidos de Libia, Afganistán, Irak, Somalia, Sudán y la República Democrática del Congo; una creciente incapacidad de los Estados del Sur Global de gestionar sus poblaciones refugiadas; y el rápido establecimiento de nuevas rutas para la migración masiva a través de los Balcanes y de Europa del Este hacia destinos preferidos como Alemania, Suecia, Dinamarca o el Reino Unido.

Es una crisis europea, pero el 80% de los 18 millones de refugiados y de los 27 millones de desplazados internos del mundo no está ubicado en Europa sino en países pobres de África, Asia, Oriente Medio y América Latina.

 

Colin Bundy colin.bundy@gtc.ox.ac.uk

Miembro honorario, Green Templeton College, Universidad de Oxford www.gtc.ox.ac.uk/

 
[1] Tony Judt (2005) Postguerra: Una historia de Europa desde 1945. Heinemann.

 

Renuncia de responsabilidad
Las opiniones vertidas en los artículos de RMF no reflejan necesariamente la opinión de los editores o del RSC.
Derecho de copia
Cualquier material de RMF impreso o disponible en línea puede ser reproducido libremente, siempre y cuando se cite la fuente y la página web. Véase www.fmreview.org/es/derechos-de-autor para más detalles.