Las comunidades religiosas desempeñan un papel vital en la recepción y el reasentamiento de refugiados y asilados en Estados Unidos. Los refugiados y los inmigrantes a los que mínimo una vez se les concediera asilo en Estados Unidos (“asilados”) tienen derecho a disfrutar de una serie de servicios ofrecidos por las organizaciones confesionales que trabajan en el reasentamiento. Sin embargo, los inmigrantes que buscan asilo a su llegada a Estados Unidos descubren que no tienen acceso a la misma asistencia que los refugiados y los asilados.
Debido a que el proceso de solicitud de asilo puede durar meses o incluso años, la experiencia de los solicitantes de asilo se caracteriza por la incertidumbre y la espera. Cualquier ayuda que necesiten, ya sea financiera, médica, psicológica o social, deberán buscarla en las redes sociales de la comunidad. Esto deja a los solicitantes de asilo, quienes huyeron de contextos que ponían en peligro sus vidas, en una situación de vulnerabilidad extrema cuando llegan a este país “seguro”. Los que carecen de conexiones sociales o de medios económicos se arriesgan a vivir en la indigencia, y a ser víctimas de la explotación y de la trata de personas.
Las sinagogas, las mezquitas y las iglesias se encuentran en una posición perfecta para ofrecer la asistencia básica que los solicitantes de asilo necesitan cuando llegan. Mientras que las organizaciones confesionales se encuentran restringidas por sus financiadores en cuanto a los servicios que pueden ofrecer a los migrantes forzados que carecen de la condición de refugiados o asilados, es posible que las comunidades religiosas autóctonas no se enfrenten a tales limitaciones. Son libres para decidir si dan asistencia humanitaria a los solicitantes de asilo, a pesar que carezcan de estatus jurídico oficial. Cuando ofrecen vivienda, ropa, alimentos, compañía o cuidados espirituales son capaces de llegar hasta personas que de otro modo no podrían acceder a estos cuidados que aportan las organizaciones locales y las benéficas, incluidas las organizaciones confesionales que trabajan en el reasentamiento de refugiados.
La experiencia de Joe[1], un solicitante de África Oriental que buscó asilo en la ciudad de Nueva York tras haber sido perseguido, demonizado, humillado y amenazado de muerte en su país de origen por ser gay, nos ofrece un ejemplo de cómo sería en la práctica este compromiso con las comunidades religiosas.
Refugio: Al respecto de su primer día en Nueva York, Joe asegura lo siguiente: “Fue el día más frío de mi vida; me colé en una iglesia y dormí en sus bancos. Me sentía perdido, sólo y asustado”. Algunas comunidades religiosas locales consideran que sus instalaciones pueden ser un buen alojamiento a corto plazo para los solicitantes de asilo, y otras pueden incluso llegar a un acuerdo con miembros de su comunidad que estén dispuestos a ofrecer un espacio en sus propios hogares.
Alimentos y ropa: Al proceder de un clima templado, Joe “nunca había experimentado el cambio de estación”. Muchas comunidades religiosas locales almacenan alimentos y ropa o, con regularidad, ofrecen comida caliente a los solicitantes de asilo que no cumplen los requisitos para que se les haga entrega de la ropa de abrigo o las comidas que ofrecen las organizaciones que exigen que los beneficiarios aporten documentos de identidad.
Transporte: Joe se encontró con que acceder a los medios de transporte era esencial para poder moverse por la ciudad: “Si uno tiene una tarjeta de metro [un bono de transporte público], puede ir al comedor social o al médico, acudir al despacho de su abogado, ir a la iglesia, hacer trabajos de voluntariado, etc. El disponer de transporte en forma de tarjeta de metro es una herramienta fantástica y crucial para ayudar a gente como yo”.
Compañía y apoyo espiritual: Mientras que algunos solicitantes de asilo son capaces de contactar con otros inmigrantes de su misma cultura, no es el caso de todos. Estar aislado puede agravar los síntomas del trauma. Joe recomienda a las comunidades religiosas locales que “les ayuden [a los solicitantes de asilo] a buscar nuevos amigos. Te quedas solo, sumido profundamente en tus pensamientos, sin nadie con quien hablar. Si [las comunidades religiosas locales] pudieran encontrar voluntarios que estuviesen dispuestos a convertirse en amigos de verdad de gente como yo, sería un gran logro”. A este respecto Joe afirma que “encontrar un grupo de amigos nos ayudaría a mí y a otras personas que están en mi misma situación a sentirnos amados, humanos, y a mí me ayudaría a volver a apreciar la vida”.
La flexibilidad de la que gozan las comunidades religiosas en lo que respecta al tipo de asistencia que pueden ofrecer y quién podría recibirla les permite discernir cuál es el mejor modo de colaborar con los solicitantes de asilo y de que se ayuden mutuamente. Y lo más importante, son capaces de ir más allá de la típica dinámica cliente-proveedor que existe en la mayoría de las organizaciones (incluidas las confesionales), de forma que permita que se desarrollen relaciones de amistad y apoyo espiritual en el contexto de una comunidad.
Kelly Barneche Kelly.barneche@gmail.com es trabajadora social y vive en Lausana, Suiza. En la actualidad, “Joe” busca empleo mientras espera a que se emita una resolución de su solicitud de asilo; Kelly Barneche le reenviará los mensajes recibidos.