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Atrapadas o reasentadas: las comunidades costeras del delta de Sundarbans, India

Hay que diferenciar entre las migraciones forzadas provocadas por factores de tensión ambiental y la migración voluntaria. Abundan las definiciones confusas y contradictorias, lo que conlleva una legislación inadecuada o a la ausencia de leyes en materia de prestación de ayuda e indemnizaciones. La culpabilidad —y la responsabilidad— pueden establecerse con relativa facilidad en los casos de desplazamiento inducido por el desarrollo, pero en los casos de migración forzada provocada por factores climáticos no se puede responsabilizar de manera inequívoca a ninguna de las partes (ya sea a la persona desplazada, al gobierno o a un organismo internacional) y, por lo tanto, no se le puede exigir que se responsabilice de mitigar las dificultades que conlleva. Son las comunidades locales de aquellos lugares que se han vuelto inhóspitos por la interacción de diferentes fuerzas (algunas clave como el cambio climático y el aumento del nivel del mar) las que asumen los costes humanos. Si nos fijamos en el caso de las islas de Ghoramara y Sagar, en el delta de Sundarbans (India), veremos que allí se pone de manifiesto para las comunidades la cruda realidad de la migración forzada.

Ghoramara: una isla con gran vulnerabilidad

Gracias a sus exuberantes campos verdes, sus abundantes zonas de aguas dulces, su suelo rico en nutrientes y unas impresionantes vistas del río Hugli, la isla de Ghoramara es pintoresca, pero está quedando sumergida muy deprisa. Situada en la orilla sudoccidental del estuario del Hugli, Ghoramara ha experimentado altas tasas de erosión costera desde la década de 1970 y, entre los años 70 y los 90, el Gobierno llevó a cabo constantes acciones para reasentar a las familias desplazadas en la cercana isla de Sagar. Dado que el 34 % de la población de la zona india de Sundarbans vive por debajo del umbral de pobreza[1] y el 47 % no puede permitirse dos comidas adecuadas a lo largo de todo el año[2], la capacidad de la población de islas vulnerables como Ghoramara para adaptarse y hacer frente a unos cambios medioambientales adversos es limitada. En la isla, la electricidad se obtiene de los paneles solares que el Gobierno y las ONG han instalado en casi todos los hogares y el agua potable sale de pozos tubulares. Pero la inversión en infraestructuras sigue siendo baja por la elevada tasa de erosión costera; en los últimos 40 años, la isla se ha reducido a menos de la mitad de su tamaño original, lo que ha provocado el desplazamiento de miles de personas[3]. Su primer refugio en caso de tormenta se encuentra, actualmente, en construcción; mientras, el centro escolar hace las veces de refugio provisional.

Las personas encuestadas en las entrevistas semiestructuradas revelaron que la atención sanitaria y la educación siguen siendo inadecuadas y que los menores, a menudo, tienen que ir y venir del territorio continental o permanecer allí para poder ir al instituto. El hecho de que se estén destruyendo empleos o de que los ingresos obtenidos a partir de actividades de subsistencia rurales más tradicionales sean inadecuados obliga a que, en la mayoría de las familias, al menos uno de sus miembros masculinos tenga que emigrar estacionalmente a los lejanos estados de Kerala o Tamil Nadu para trabajar en la construcción. En las dos últimas décadas, la migración estacional se ha convertido en un mecanismo de supervivencia para una gran parte de la población que vive en Sundarbans. En los últimos tiempos, las familias de estos migrantes estacionales han ido decidiendo migrar de forma permanente a lugares más seguros donde existe una demanda de empleo, y han convertido así una estrategia provisional en un medio de adaptación a largo plazo para hacer frente a la degradación ambiental y al cambio climático. Sin embargo, la falta de apoyo y de indemnizaciones por las tierras perdidas (o que pronto se perderán) a causa de la erosión no solo hace que dichas medidas de adaptación sean extremadamente complicadas en lo que respecta a las finanzas y a la salud mental de las personas, sino que también suscita preocupación por la negativa del Estado a reconocer este tipo de migración como forzada en lugar de voluntaria.

Las familias desplazadas que disponen de recursos para adquirir tierras más al interior tienden a optar por volver a construir sus casas en lugares que, en comparación, son más seguros en lugar de migrar permanentemente a otro lugar, ya sea porque carecen de los medios necesarios para una migración más lejana y permanente o porque no pueden soportar la idea de vivir separados de su tierra. Aunque saben que la actual tasa de erosión implica que Ghoramara quedará completamente sumergida en los próximos 30 o 40 años y que será inevitable que se vuelvan a tener que desplazar, su profundo apego al lugar los mantiene arraigados en la isla. Aquellos que carecen de medios para trasladarse a otras zonas piden ayuda cada vez más al Gobierno para posibilitar su migración y reasentamiento en una zona más segura.

Hasta la década de 1990, el Gobierno de Bengala Occidental concedía tierras y ayuda financiera a familias desplazadas, en un ejercicio de reconocimiento de los retos a los que se enfrentaban las familias obligadas a desplazarse por culpa de factores medioambientales, lo que sentó un precedente. Esto es especialmente importante en un país en el que la política y las normativas —como la Política de Reasentamiento y Rehabilitación Nacional— reconocen el desplazamiento inducido por el desarrollo, pero no otros tipos como causa legítima para recibir ayuda financiera y para la rehabilitación. La legislación y las políticas cuyo objetivo es la gestión de riesgos de desastres pasan por alto el desplazamiento ocasionado por fenómenos de evolución lenta y se limitan al socorro inmediato después de los desastres.

En la década de 1990, a medida que continuaba el reasentamiento asistido de personas procedentes de Ghoramara, el Gobierno de Bengala Occidental comenzó a quedarse sin tierras para dar a quienes solicitaban el reasentamiento en Sagar[4]. Se otorgaron terrenos más pequeños hasta que el plan cesó por completo. Los que no pueden permitirse el lujo de trasladarse a otras zonas quedan atrapados; siguen viviendo en la miseria y la desesperación, y no reciben ninguna ayuda adicional del Gobierno más allá de la que ofrecen los programas de mitigación de la pobreza rural que existen a nivel nacional y estatal.

La excesiva carga sobre las mujeres

Las mujeres de Ghoramara que pertenecen a familias en las que algunos de sus miembros masculinos son migrantes estacionales soportan una carga desproporcionada y asumen la responsabilidad de ejercer de cabezas de familia, cuidar de los hijos y de los mayores, de los familiares enfermos o con discapacidad, de cultivar cosechas para el consumo doméstico, realizar las tareas del hogar y atender los cultivos de betel de la familia. Su posición socioeconómica en el seno de una sociedad rural también limita duramente su movilidad y su acceso a la financiación y a la atención sanitaria, así como su participación en la toma de decisiones. Mientras esperan a que sus maridos regresen cada cuatro o seis meses, viven con el constante temor a las amenazas climáticas y sufren fuertes privaciones. Las mujeres encuestadas hicieron hincapié en la necesidad de un análisis de los efectos de la migración estacional y del desplazamiento forzado que tenga en cuenta las cuestiones de género. Como señaló una de ellas:

“A veces se me hace muy difícil llevarlo todo aquí sin mi marido. La extrema pobreza nos obliga a aceptar otros trabajos adicionales, como tejer redes”.

El papel de la comunidad y de las redes de apoyo extraoficiales a nivel local que forman las mujeres aparece de forma evidente en el relato de todas las encuestadas en Ghoramara. Pero sus respuestas también ponen de manifiesto la reticencia de las familias de otras islas y de las tierras continentales a casar a sus hijas con familias de Ghoramara. Incluso las familias pobres de Ghoramara que tienen hijos varones deben ofrecer una dote alta para poder casarlos.

Sagar: ¿una isla “segura”?

Aunque no está conectada a tierras continentales, Sagar —la isla más grande de Sundarbans— cuenta con mejores infraestructuras que todas las demás islas de la región. Su tasa de erosión es más baja que la de la cercana Ghoramara, y se beneficia de la proximidad del complejo portuario de Haldia (un importante puerto a otra orilla del Hugli) y de la presencia del templo Kapil Muni. Cada mes de enero, la feria de Gangasagar, que se celebra en el templo, atrae millones de personas y, en los últimos años, esta fuente alternativa de ingresos ha traído a la isla carreteras asfaltadas, electricidad y 17 refugios contra tormentas.

A pesar de los beneficios evidentes que se esperan de la migración a Sagar, la decisión de migrar no es en absoluto sencilla, sobre todo por la falta de ayudas al reasentamiento. Los testimonios de los habitantes de Ghoramara encuestados demuestran que el asesoramiento y la ayuda de los miembros de la comunidad desplazados que se han reasentado en Sagar influyen, en gran medida, en la decisión de otras familias de reubicarse. Es con la esperanza de tener un mejor acceso a los derechos, los recursos y la protección, que las familias dan un salto de fe y se marchan en busca de una nueva vida en Sagar. Así pues, la interacción entre las comunidades de diferentes localidades promueve el intercambio de conocimientos y experiencias acerca de los traslados forzosos.

Las entrevistas con los migrantes que se encontraban en los poblados de Gangasagar y Bankim Nagar apuntan a una mayor sensación de bienestar entre las familias reasentadas que entre las de desplazados o futuros desplazados inmediatos en Ghoramara. Pero las migraciones estacionales se siguen dando incluso después del reasentamiento, no solo para complementar los ingresos de la familia, sino también porque se ha convertido en una práctica sistémica en muchas islas de la parte india de Sundarbans, ya que se obtienen mayores ingresos que con la agricultura o la pesca (a pesar de los préstamos disponibles para los agricultores). Aunque las esposas de los migrantes estacionales siguen sufriendo una sobrecarga, su condición no es en absoluto tan lamentable como la de las que aún viven en Ghoramara.

Pero la mejora de las condiciones de vida y laborales no impide que vuelva a aflorar el recuerdo de sus hogares perdidos. Aunque cada visita a su hogar en Ghoramara les trae noticias de amigos y familiares que están perdiendo sus tierras y siendo víctimas del desplazamiento, las personas encuestadas aseguran que a menudo sienten nostalgia por su pasado. Cuando se les pregunta que a quién consideran como el responsable de su pérdida, estos atribuyen la culpa al río Hugli, al aumento del nivel del mar, al desarrollo no sostenible, a que los barcos desplazan el agua, a los procesos geomorfológicos naturales e incluso a la ira de Dios. Si bien esto pone de manifiesto la tendencia humana a entender los fenómenos en términos de culpabilidad y causa y efecto, también nos muestra cómo los isleños intentan reconciliarse con el trauma del desplazamiento y con el malestar psicológico que les genera el cambio climático, recordándose a sí mismos que solo abandonaron su hogar cuando ya no había otra opción. Sin embargo, los encuestados también son muy conscientes de que podrían volver a ser víctimas del desplazamiento y la miseria debido a la erosión en Sagar.

Una mirada hacia el futuro

Los casos de migración forzada, como los acontecidos en Sundarbans, plantean interrogantes acerca de la culpabilidad y la responsabilidad. Vale la pena, como pensadores y profesionales, buscar respuestas a algunas de las preguntas planteadas. ¿Quién ha de pagar las consecuencias de un desarrollo humano colectivo no sostenible que se manifiesta en forma de choques ambientales y fenómenos relacionados con el cambio climático? ¿Los individuos afectados, la comunidad o el Estado? ¿De quién es la responsabilidad entonces de ofrecer una compensación por las pérdidas resultantes de esos desastres y de proteger a las comunidades afectadas? Conviene hacer una puesta en común de los puntos de vista de las instituciones académicas, los organismos estatales, la sociedad civil y los profesionales pertenecientes a las comunidades afectadas para lograr una comprensión más amplia de los procesos sumamente complejos que intervienen. Esto no solo fomentará la interacción y el intercambio de conocimientos especializados, sino que también mejorará la planificación e implementación de las acciones de base llevadas a cabo por las comunidades que se encuentran en la primera línea de batalla contra el cambio climático.

 

Shaberi Das shaberi.das@gmail.com Estudiante de máster, departamento de Inglés  

Sugata Hazra sugata.hazra@jadavpuruniversity.in Profesor, Escuela de Estudios Oceanográficos  

Universidad de Jadavpur www.jaduniv.edu.in  

 

[1] Gobierno de Bengala Occidental (2009) District Human Development Report: South 24 Parganas, p43, p46 https://www.undp.org/content/dam/india/docs/hdr_south24_parganas_2009_full_report.pdf

[2] Gobierno de Bengala Occidental (2010) District Human Development Report: North 24 Parganas, pp199–201 https://www.undp.org/content/dam/india/docs/hdr_north24_parganas_2010_full_report.pdf

[3] Véase vídeo https://youtu.be/OvvXypOUCLU

[4] Mortreux C et al (2018) “Political economy of planned relocation: A model of action and inaction in government responses” en Global Environmental Change Vol. 50 https://doi.org/10.1016/j.gloenvcha.2018.03.008

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