Los discursos y las políticas de los principales partidos políticos de Australia han pretendido diferenciar entre los refugiados y los solicitantes de asilo. Los solicitantes de asilo son representados como “falsos refugiados” sobre todo porque no tienen que “guardar cola”. Sus actos (subirse a un barco) son considerados como un indicativo de que no son los más vulnerables, sino que se trata de migrantes económicos capaces y por tanto no merecedores de asilo. La exclusión activa de los solicitantes de asilo se considera una medida necesaria para poder prestar una asistencia humanitaria adecuada en el reasentamiento de los “verdaderos” refugiados, que se han convertido en sinónimo de aquellos que viven durante períodos prolongados en campos de refugiados y que llegan a Australia a través de un programa planificado.
Después de más de dos décadas en los campamentos, los reasentados butaneses en Australia representan a una élite global de refugiados que pueden acceder a oportunidades de reasentamiento. La posibilidad de que los refugiados sean admitidos se basa cada vez más en la percepción que se tenga de su nivel de desamparo, sufrimiento y “merecimiento”. Estas expectativas han repercutido en el modo en que las organizaciones que trabajan en los procesos de reasentamiento, los proveedores de servicios locales y la población en general enfocaron el caso de los butaneses una vez que estaban en Australia. A los hombres butaneses refugiados (y, sobre todo, a los hombres sanos y sin discapacidad alguna) se les consideraba vulnerables debido al trauma provocado por las experiencias pasadas, mientras que a las mujeres se les consideraba vulnerables por sus roles de género. A los hombres se les consideraba de forma sistemática como una barrera que había que superar para poder transformar a las refugiadas vulnerables en mujeres empoderadas. Estas interpretaciones y suposiciones sobre el papel social de las mujeres dejaban a los hombres como poca cosa más que refugiados vulnerables (aunque problemáticos).
El trauma se convertía en una característica central —con sus efectos positivos y negativos— de la identidad de los refugiados butaneses de sexo masculino en Australia. Y lo más importante: el trauma y el sufrimiento les marcaban como refugiados merecedores de ser considerados como tales y, por tanto, bienvenidos a Australia. Varios hombres me comentaron que era importante que los australianos conocieran sus historias, sus experiencias con la tortura y el período de tiempo prolongado que pasaron en los campos:
“Es realmente esencial que los australianos conozcan nuestra historia, porque no tienen información sobre nuestros antecedentes… Por ejemplo, yo he sufrido discriminación en la calle. Estaba caminando por la calle y alguien me gritó desde un coche usando un lenguaje vulgar y me dijeron: “Tú, indio, vete a tu país” e hicieron un gesto grosero. Por tanto es importante.” (Hombre de 20 años)
Los hombres entrevistados creían que podrían ser admitidos en Australia a través del sufrimiento. Era evidente su intento de diferenciarse de los solicitantes de asilo, sobre quienes la prensa popular y algunos grupos políticos especulaban que se trataba, en realidad, de migrantes económicos. Un refugiado butanés que trabajaba con los recién llegados nos explicó que: “la etiqueta de refugiado es muy importante. Es muy importante porque permite a la gente entender que venimos de los campos de refugiados. Además significa mayor apoyo, apoyo a las víctimas de tortura”. (Hombre de 30 años).
Aquí, sufrir en un campo de refugiados, llegar a través del proceso de reasentamiento correcto y reflejar las características apropiadas de un refugiado se considera importante para legitimar su presencia en Australia.
A pesar de que los participantes reconocieron los potenciales aspectos positivos de la etiqueta de refugiado, también manifestaron que les preocupaba que las personas equipararan la palabra “refugiado” a una falta de capacidades o de educación. Un participante declaró que: “la gente no reconoce las destrezas que podemos aportar… la gente piensa que los refugiados son personas pobres sin aptitudes”. (Hombre de 30 años). Asimismo, la comunidad butanesa reconoció también que la etiqueta le permitía acceder a recursos a los que los demás migrantes no podían acceder. En la práctica, estar traumatizado es una discapacidad reconocida que conlleva un apoyo financiero adicional.
En este contexto la etiqueta de refugiado era tanto una ayuda que favorecía su aceptación por parte los australianos como un obstáculo. Los hombres refugiados interpretaban las expectativas que encontraban como un obstáculo a su capacidad de contribuir por encima de su condición de parte de un colectivo victimizado y receptor de ayuda. Aunque la concienciación acerca de su sufrimiento, del trauma y la vulnerabilidad eran fundamentales para sus interacciones con la población australiana (porque ayudaba a las personas a comprender su viaje a Australia), les preocupaba que al final acabara menoscabando sus aspiraciones futuras. Les preocupaba que ser refugiados conllevara perder la esperanza de que se les consideraran tan aptos como sus anfitriones australianos.
Un refugiado sentía que su condición menoscababa su capacidad de cumplir con sus obligaciones para con su familia. Este hombre de unos cuarenta años tenía un título equivalente a educación secundaria, su nivel de competencia de inglés oral era alto y había desempeñado roles de liderazgo en Bután y en los campos de refugiados. En aquel momento era voluntario en una organización dedicada al reasentamiento y esperaba encontrar un empleo remunerado algún día, pero no pensaba que fuera una aspiración realista. En su lugar, ponía sus esperanzas en su hija, en que pudiera dejar atrás su condición de refugiada y ser capaz de aspirar a ser una contribuyente de la sociedad australiana. A él le pareció que no le quedaba más remedio que aceptar el papel de “refugiado ayudado por el Gobierno”.
Las preocupaciones de esta generación de hombres, aproximadamente de entre veinte y sesenta años, también ponen de manifiesto la diferencia entre la recepción de los hombres y la de las mujeres. Una vez reasentados, se esperaba que las mujeres expandieran sus papeles sociales con la ayuda de varios proveedores de servicios que desarrollaban varios programas con el fin específico de empoderarlas. Las mujeres butanesas participaban en numerosas actividades para mejorar su nivel de inglés oral y para asumir roles de liderazgo en contextos públicos, y se les animaba a que trabajaran fuera de casa. Se dio por sentado que las mujeres eran vulnerables debido a la cultura del colectivo. Mientras que los proveedores de servicios hacían grandes esfuerzos para cambiar el papel de las mujeres butanesas, daba la sensación de que la vulnerabilidad de los hombres estaba causada por los acontecimientos pasados y por tanto no se podía cambiar.
Mientras que las mujeres tenían cada vez más expectativas de ser socialmente activas y tal vez incluso de conseguir un empleo (aunque, por lo general, en trabajos a tiempo parcial o esporádicos) los hombres quedaban confinados al ámbito doméstico. Criar a un hijo es caro en Australia y las normas culturales del grupo requieren una cantidad considerable de trabajo cada día para preparar la comida, por lo que es difícil que los hogares con dos sueldos funcionen. Un hombre de poco más de 30 años nos habló de su cambio de rol:
“Yo era maestro en los campamentos, pero aquí no consigo encontrar trabajo. Normalmente, mi mujer se ocupaba de los niños, pero ahora ha encontrado un empleo; nuestro vecino le ayudó. Ahora hago voluntariado pero soy, sobre todo, quien cuida la casa. Llevo a mi hija a la escuela y hago que todo funcione”. (Hombre en la treintena).
Para la mayoría de los hombres esto fue un cambio profundo desde los campamentos donde dominaban las escuelas como maestros y la gestión de la estructura interna de los campos. Algunos hombres que eran agricultores manifestaron que, antes de llegar a Australia, aspiraban a tener granjas propias similares a las que tenían en Bután: eso les permitiría ser autosuficientes, y tener autonomía y un estatus. Ahora vivían en Adelaida pero no creían que fuera posible tener una graja debido al coste y al entorno urbano. Otros, especialmente los que tenían titulación universitaria, esperaban encontrar un empleo acorde a su cualificación. Unos cuantos hombres han conseguido un empleo remunerado (la mayoría con organizaciones que facilitan el reasentamiento de los refugiados) pero se consideraban logros excepcionales.
El empleo remunerado no es la única vía hacia un estatus social, ni en Australia en general ni para los butaneses en concreto. Sin embargo, los hombres con los que hablé destacaban con firmeza el valor del trabajo remunerado. “Vivir a costa del trabajo de otros” mediante las prestaciones sociales no se considerada un modo de vida deseable. Además, sin un sólido programa que tras el reasentamiento reforzara los aspectos positivos de los hombres que se ocupaban de la esfera doméstica, es poco probable que este cambio de los roles de género resulte sencillo.
Conclusión
Aunque el trauma tiene un poderoso efecto legitimador, también refuerza la condición de los refugiados como victimas ante todo y eso tiene una repercusión negativa sobre su capacidad de colaborar con la población. Al suponer que los traumas son la norma, Australia considera que una gran proporción de la población refugiada está impedida por lo que no espera de ella que forme parte activa del país. Presuponer que los hombres refugiados auténticos están traumatizados y, por tanto, están incapacitados podría transformarles de actores políticos, económicos y sociales y potenciales participantes de la sociedad australiana a ser dependientes semioperativos.
Con esto no estamos sugiriendo que los refugiados dejen de recibir asistencia sino que una estricta política migratoria que se centra en el sufrimiento y trauma da lugar a formas de asistencia particulares que, en vez de integrar a los refugiados en la ciudadanía, podría causarles una mayor alienación de Australia en general como ciudadanos dependientes inferiores. Mis entrevistados se consideraban mucho más capaces de hacer cosas.
Alice M Neikirk Alice.neikirk@anu.edu.au
Doctoranda, Universidad Nacional de Australia www.anu.edu.au