El aeropuerto de Tempelhof, construido por los nazis en la década de los años 30, es un monumento protegido que se encuentra en el centro de la capital alemana, Berlín. Su historia, tamaño y contexto han hecho de él un espacio controvertido y de gran repercusión mediática para los refugiados. Y los residentes tienen que pagar el precio de vivir en una estructura icónica y con una gran carga política. Las dudas acerca de que sea ahora un lugar habitado se han entremezclado con los acalorados debates abiertos acerca de los espacios públicos, el desarrollo urbano y el patrimonio.
Fue una decisión valiente alojar a los refugiados en los antiguos hangares del Tempelhof. Desde que el aeropuerto se cerrara en 2008, los edificios de la terminal se habían empleado para diversos eventos, y el aeródromo se había transformado en el mayor parque público de Berlín. Ahora es un espacio muy preciado e integrado en el día a día de la vida en la ciudad. Los planes de construir en el lugar donde se encuentra el Tempelhof fueron bloqueados gracias a la empatía demostrada por los ciudadanos en un referéndum realizado en 2014, que dio lugar a una legislación para protegerlo contra futuras construcciones. El resultado se consideró emblemático para la ciudad de Berlín, donde el derecho al espacio público triunfó sobre el desarrollo centrado en la rentabilidad.
El establecimiento de lo que es en esencia un campo en el Tempelhof en 2015, sin embargo, parece haber amenazado todo esto. Los eventos privados y públicos internacionales fueron cancelados y se evitó que una antigua pieza de infraestructura fuera integrada de nuevo en el tejido urbano general. Y lo que es más alarmante, la legislación protectora fue revocada. Esto hizo que aumentaran las sospechas entre la opinión pública de que el campo se estaba utilizando como herramienta política para abrirlo a inversores con el fin de construir apartamentos de lujo. En una ciudad que se encuentra bajo las garras de una crisis de vivienda, la necesidad de alojamiento asequible sigue siendo una cuestión muy polémica. La construcción del campo haría que inevitablemente la situación de los refugiados acabara implicada en los prominentes conflictos actuales sobre el espacio público y la vivienda. Situar a los refugiados en el centro de estos debates hace que su aceptación por parte de la población de acogida sea más difícil y complicada. Está claro que unos lugares que ya están muy politizados y son polémicos no son los mejores candidatos para alojar a los refugiados. Pero en el Tempelhof los problemas van mucho más allá.
El Tempelhof fue diseñado en su origen para que fuera un pilar de la “capital mundial” de Hitler, que pretendía materializar su reivindicación de la supremacía racial y de la dominación mundial a través de la arquitectura. Sin embargo, su historia subsiguiente, incluido el papel fundamental que desempeñó en el puente aéreo de Berlín en 1948 donde salvó vidas, ha hecho que quede imbuido de diversas asociaciones. La decisión de usar el aeropuerto como campo solo consiguió aumentar la complejidad de sus asociaciones. Ahora actúa de forma simultánea como símbolo internacional de la megalomanía y el trauma totalitario, de la intervención humanitaria, de la propaganda de la Guerra Fría y al mismo tiempo es un icono cinematográfico. Como entre los medios de comunicación internacionales predomina yuxtaponer el actual espacio de refugio con la asociación del Tempelhof al nazismo, o establecen continuidades entre este y la resiliencia asociada al puente aéreo de Berlín, las cuestiones e implicaciones fundamentales acerca de la hospitalidad quedan eclipsadas.
Historia, política y espacio vital
El patrimonio del Tempelhof también impone limitaciones físicas. El edificio es un monumento histórico legalmente protegido, por lo que la forma física de los espacios del interior del campo está dictada por unas leyes estrictas. No se pueden hacer alteraciones que afecten permanentemente al edificio, por lo que el estado del campo en su totalidad es permanentemente efímero. No se puede fijar nada a las paredes. En los campos de otros lugares hay ingeniosos alojamientos confeccionados con los materiales disponibles o vías públicas que simulan calles formadas por chabolas improvisadas en las que se han desarrollado economías locales no oficiales. En el Tempelhof poco más puede existir aparte de los cubículos reglamentarios que se han habilitado para vivir en ellos, con sus prístinas paredes blancas.
Sin embargo algunos residentes han intentado remodelar los espacios para hacer su hogar provisional un poco más habitable: redistribuyen las camas y los bancos de sus cubículos y utilizan mantas o sábanas para crear pequeñas zonas separadas para ellos mismos. Otros cuelgan sábanas alrededor de sus camas, lo que les ofrece una sensación de privacidad momentánea. Para añadir una pizca de color a las callejuelas de color blanco y negro del campo, algunos cubren con sábanas de colores llamativos las “puertas” de tela negras, lo que crea una especie de reminiscencia de un paisaje urbano. Cada acción pretende generar una sensación de hogar en un amplio hangar que en su origen se ideó para albergar grandes máquinas. Sin embargo, los residentes están atrapados en la paradoja del Tempelhof: la necesidad de que el edificio siga siendo un aeropuerto que se conserva por razones históricas y que, al mismo tiempo, actúe como un espacio habitable para los refugiados.
Durante un corto periodo de tiempo se llevó a cabo una práctica que demostró la asombrosa influencia que los residentes pueden ejercer en los espacios de los campos, en forma de grafitis en los paneles murales del cubículo: coloridas pintadas que iban desde dibujos hechos por niños hasta símbolos religiosos, banderas nacionales y nombres de sus ciudades de origen en sus diferentes lenguas maternas. Otros garabatos expresaban su gratitud a Alemania por ofrecer seguridad y refugio a miles. Las pintadas más atractivas y estéticas eran los elaborados murales que exhibían grandes niveles de destrezas artísticas y complejos detalles. Las paredes mismas se convirtieron en lienzos en los que los refugiados podían expresar sus frustraciones, esperanzas e imperecederas identidades culturales.
Sin embargo, en abril de 2016 se prohibió la práctica del grafiti. Se hallaron pintadas controvertidas y ofensivas; a medida que surgían tensiones políticas y culturales entre los países de origen de los residentes, estas se hacían visibles también en las paredes. El estatus mediático del campo provocó temores acerca de los conflictos internos y de un escándalo de prensa exterior. Estos temores estaban justificados. Una refriega sin importancia que se produjo en noviembre de 2015 recibió un tratamiento sensacionalista a nivel internacional y a las autoridades del campo les interesaba evitar otras noticias exageradas. En un lugar sometido a un escrutinio tan grande y que es tan controvertido e icónico como el Tempelhof es comprensible que las autoridades deseen evitar cualquier agravamiento de una situación que ya de por si es precaria. Sin embargo, esto ha acabado por privar a los residentes de uno de los pocos modos en que podían moldear sus espacios de una manera hasta cierto punto significativa. En lugar de los grafitis, los organizadores del campo han colocado impresiones con plantillas de famosos referentes berlineses. Aunque añaden colorido a las satinadas paredes blancas, no ofrecen la misma familiaridad cultural de algo hecho por los propios residentes. En ese sentido, la prominencia del Tempelhof ha exacerbado unas restricciones muy tangibles impuestas al modo en que los residentes habitan en los espacios del campo.
El uso de los edificios
Hay potencial para aprovechar las oportunidades que determinados lugares presentan, ya sea para integrar mejor a los refugiados en las ciudades de acogida o para promover interacciones positivas entre ellos y esa ciudad. En dichos lugares, la arquitectura puede convertirse en una herramienta más para abordar los conflictos que provoca la actual situación de los refugiados. No obstante, los monumentos históricos famosos presentan claramente importantes barreras a la hora de convertirlos en espacios habitables para los refugiados. Puede que el del Tempelhof parezca el único caso pero más bien debería verse como un tipo de campo emergente, uno establecido en estructuras reacondicionadas en el centro de las ciudades europeas. En París hay un centro humanitario situado en un antiguo apeadero de trenes en el distrito del 18e arrondissement, mientras que en Atenas el campo de Eleonas fue levantado en un antiguo polígono industrial. Aunque estos tal vez eviten los problemas de patrimonio que presenta el Tempelhof, cada estructura presenta unas características sociopolíticas y físicas que definirán el potencial de los residentes de habitar el campo y la influencia de las relaciones entre sus residentes y los ciudadanos de la localidad de acogida.
Toby Parsloe toby.parsloe@cantab.net
Doctorando, Centre for Urban Conflicts Research (centro de investigación sobre conflictos urbanos), Departamento de Arquitectura, Universidad de Cambridge www.arct.cam.ac.uk