Durante mucho tiempo, Suecia ha sido uno de los principales países de destino de la Unión Europea (UE) para la gente que busca protección y casi 163 000 personas –procedentes sobre todo de Siria, Afganistán e Irak– solicitaron asilo allí durante 2015. La buena reputación del país entre los solicitantes de asilo está fundamentada. Durante muchos años, Suecia ha mantenido una de las tasas de protección más altas de Europa; a los refugiados y beneficiarios de protección subsidiaria se les garantizaba la residencia permanente; los solicitantes de asilo tenían acceso al mercado laboral directamente después de presentar su solicitud y los estándares de alojamiento y de asistencia jurídica y social durante el proceso de asilo eran justos si los comparamos con los de otros países. Muchos recién llegados habían oído decir a familiares, amigos o contrabandistas que Suecia era un buen lugar para empezar una nueva vida en condiciones de seguridad y que, con independencia de que se les concediera la condición de refugiados o protección subsidiaria, sus beneficiarios tenían derecho a reunirse con sus familias allí. A los cuatro años, los refugiados reconocidos podían convertirse en ciudadanos suecos.
A finales de 2015 muchas de estas condiciones cambiaron de forma radical y repentina. Aunque en 2014 ya hubo algunos atascos graves en el proceso de recepción y de provisión de alojamiento a los solicitantes de asilo, a finales del verano y durante el otoño de 2015 las cifras de estos batieron récords y Suecia ya no pudo garantizar a los recién llegados un techo sobre sus cabezas. Los ayuntamientos eran incapaces de proveerles de servicios sociales y escolarización como exigía la ley, y el tiempo de procesamiento de las solicitudes de asilo se alargaba más y más.
En octubre el Gobierno central empezó a reaccionar de repente. Se anunció una plétora de restricciones draconianas para dar un “respiro” al sistema de recepción de asilo sueco. Se argumentó que la cifra de solicitantes de asilo tenía que reducirse de forma drástica. En el futuro, a los beneficiarios de la protección sólo se les concedería una estancia temporal y su derecho a la reagrupación familiar se limitaría al mínimo exigido por el Derecho internacional y de la UE[1]. En las fronteras Schengen de Suecia se reintrodujeron de forma temporal los controles fronterizos y, desde enero de 2016 no se les permite a las compañías de autobuses trenes y ferris transportar a pasajeros sin documentos de identidad procedentes de las vecinas Dinamarca o Alemania. Incluso el enfoque hacia los menores no acompañados pronto se endureció, de acuerdo con el Gobierno.
Tras estos anuncios y probablemente como consecuencia de las variaciones estacionales y del cierre de las rutas de migración irregulares en la región occidental de los Balcanes, la cifra de solicitantes de asilo descendió casi de golpe: en marzo de 2016, las nuevas llegadas semanales eran solo un 5% de las registradas a principios de noviembre de 2015. Y aunque muchos suecos probablemente se sintieran aliviados ante la reducción de la presión de la inmigración, a otros les sorprendía la nueva postura restrictiva de Suecia.
El Gobierno sigue afirmando que su cambio de dirección con respecto al asilo es temporal y que Suecia volverá a ser abierta tan pronto como la situación de la recepción vuelva a estar bajo control. Pero inevitablemente cualquier normalización de la situación requerirá de mucho tiempo: habrá que construir muchos miles de pisos de alquiler asequibles, será necesario dar pasos para mejorar la capacidad de los recién llegados de integrarse en el mercado laboral, y se deberá seleccionar a una gran cifra de personal docente y sanitario para mantener en funcionamiento los sistemas educativo y sanitario. Además, el organismo sueco encargado de cuestiones migratorias tiene un atasco de solicitudes de asilo pendientes (más de 157 000 casos, según los datos a 1 de abril de 2016).
El Primer Ministro Stefan Löfven y el Ministro de Justicia Morgan Johansson han declarado que el nuevo enfoque restrictivo de Suecia no sólo pretende paliar los problemas internos sino también promover que otros Estados miembros de la UE acepten a más refugiados y así alivien la carga a Suecia. Aunque las medidas introducidas por Dinamarca, Noruega y otros han sido aún más hostiles hacia los que buscan protección.
¿Qué lección podemos extraer?
En primer lugar, una mayoría de los suecos y de sus representantes políticos (excepto los de la extrema derecha), han mantenido durante mucho tiempo una visión positiva de la migración y de la necesidad de ofrecer protección aunque no han conseguido establecer sistemas que puedan absorber un rápido y sustancial aumento de las cifras. Lo más asombroso ha sido la grave falta de viviendas asequibles durante algún tiempo, que se ha visto agravada por el hecho de que el organismo encargado de cuestiones migratorias por norma general alquile pisos normales como alojamiento para solicitantes de asilo pero que una vez que se les concede protección se les exige que se marchen de esas instalaciones aunque, en la práctica, la mayoría de las veces necesitarán el mismo tipo de vivienda incluso después del procedimiento de asilo, mientras que otros colectivos con medios económicos por debajo de la media –como pensionistas, estudiantes y jóvenes– compiten en el mismo segmento de mercado[2].
Si hablamos más en general, existe una preocupación generalizada acerca de que el poco restrictivo estado de bienestar sueco ya no sea lo suficientemente fuerte para integrar a una cifra de beneficiarios de protección que se ha incrementado muchísimo y de la consiguiente inmigración de sus familiares. Por tanto, aunque el discurso general sobre la inmigración y el asilo sea básicamente compasivo y mucha gente entienda por qué los sirios, eritreos o afganos no están seguros en sus países de origen, esto no garantiza una actitud acogedora ni inclusiva hacia los que buscan protección más a largo plazo.
Otro punto es la falta de solidaridad dentro de la UE y la incapacidad de sus Estados miembro de lidiar adecuadamente con la que se ha descrito como la peor situación de refugiados de la historia moderna. Los políticos y comentaristas a menudo argumentan que si todos los países de la UE hubiesen acogido a refugiados hasta el mismo punto que Suecia (en cifras relativas), Europa ni siquiera habría sufrido una “crisis” de refugiados. En un mercado común y una unión política como la UE, cuando unos pocos países aceptan a grandes cifras de solicitantes de asilo y otros no, resulta inevitable que la gente se plantee los desequilibrios y las desigualdades. Cuanto más se hagan oídos sordos a las llamadas a la solidaridad, más sociedades irán cerrando sus puertas.
Bernd Parusel bernd.parusel@migrationsverket.se
Experto, Red Europea de Migración, Agencia de Migración de Suecia. Este artículo está escrito a título personal.
[1] Quienes poseen la condición de refugiados siguen teniendo derecho a la reagrupación familiar (cónyuges, parejas e hijos menores de 18 años), al contrario que las personas con protección subsidiaria.
[2] Parusel B. (2015) Focus Migration country profile Sweden, Osnabruck/Bonn: Institute for Migration Research and Intercultural Studies/Federal Agency for Civic Education [Instituto de Estudios Migratorios e Interculturales/Agencia Federal para la Educación Cívica] www.bpb.de/system/files/dokument_pdf/Country%20Profile%20Sweden_2015_0.pdf