A finales de agosto de 2015 se instalaron campamentos improvisados en toda Mitilene, la capital de Lesbos, y fuera de las dos áreas designadas. Esto ha supuesto una gran presión para la población local y las autoridades, cuyos recursos ya son bajos debido a la crisis económica. Pero hubo una avalancha de voluntarios tanto entre los habitantes de aquellas localidades como entre los turistas extranjeros que ayudaron a estas personas cuando desembarcaron desorientadas del viaje y traumatizadas por sus experiencias.
La gente llegaba allí desde la ciudad costera turca de Ayvalik y las playas remotas de los alrededores. La gran mayoría eran sirios, refugiados recientes la mayor parte. Entre ellos, muchos kurdos y palestinos pero también iraquíes que habían cruzado a través de Jordania, algunos de los cuales se registraban a su llegada a Lesbos como sirios con la esperanza de recibir un tratamiento “prioritario”. También llegaban desde Afganistán, a través de Irán; a pie o en autobuses. Unos pocos africanos, procedentes de Eritrea y Somalia, lo hacían a través de complicadas rutas de contrabandistas. Pakistaníes ‒y algunos sirios‒ que habían llegado en un principio transportados por redes de contrabando a Grecia, donde habían trabajado durante varios años, se marcharon y regresan ahora, hablando la lengua.
Apenas se oyen las palabras Al-Qaeda o ISIS, tan populares en los análisis europeos y americanos de la situación, cuando los sirios e iraquíes hablan sobre lo que les ha llevado a emprender este peligroso viaje. Hay gente que intentó llegar a los países más ricos de Europa y de América del Norte por los canales legales pero no lo consiguieron. Hay palestinos del Muro de Cisjordania que no pueden conseguir visados para ir a otros lugares. Hay gente que puede permitirse reservar un hotel a través de Internet para quedarse allí después de conseguir sus papeles y mientras esperan a que salga el ferri, y también hay quien apenas tiene dinero suficiente para llegar a Atenas.
Desembarcan en las costas del norte y del este de Lesbos, el punto más cercano a Turquía. Luego tienen que recorrer a pie entre 45-60 kilómetros hasta la ciudad, donde se les inscribe en un registro. Al principio, los vehículos privados tenían prohibido recogerlos y llevarlos a ningún sitio antes de que hubiesen recibido sus documentos de inscripción en el registro pero aun así muchos vecinos lo hacían con ancianos, heridos, familias con bebés y mujeres embarazadas, aun a riesgo de ser arrestados por violar las leyes contra la trata de personas. Y hay taxistas que cobran cientos de euros por llevar a refugiados y a migrantes hasta la ciudad.
La carretera está bordeada de personas, familias, ancianos, enfermos y personas con discapacidad, jóvenes y fuertes. Llegan a los campos con ampollas en los pies, deshidratados, habiendo pisado erizos de mar mientras desembarcaban en la orilla, algunos con enfermedades crónicas, mujeres embarazadas, bebés pequeños.
Al pequeño pueblo de Sikamnia, uno de los principales puntos de entrada, llegó un bote delante de nosotros. Desembarcaron, todos sirios. La mayoría pasó algún tiempo en la playa para recoger sus pertenencias. Sonriendo, abrazándose, haciéndose selfies con la costa turca de fondo. Habían tenido un viaje tranquilo, de menos de dos horas. Muchos refugiados no estaban seguros de estar desembarcando en Grecia y no se fiaban de lo que los contrabandistas les decían. Tres jóvenes se nos acercaron con grandes sonrisas. Estaban agradecidos de llegar a este país, aunque las circunstancias fueran de lo más estresantes. Eran aventureros en el camino, habían encontrado seguridad.
Conocimos a una familia de Alepo: el padre, profesor de música, echaba de menos todos los instrumentos que había dejado; su hija de 12 años, cuyo colegio había sido bombardeado pero que todavía añoraba su hogar; el hijo de 16 años intentaba comportarse como un hombre hecho y derecho; y la madre, entre lágrimas, nos contaba que habían estado cuatro años luchando pero al final no quedaba vida en la ciudad. No sabían adónde se dirigían, tal vez a Suecia; habían oído que allí daban asilo, pero la niña quería quedarse en Grecia, que estaba relativamente cerca de Siria.
Los refugiados y migrantes llegados han supuesto una enorme presión sobre Lesbos durante 2015. Grecia lleva bajo esa presión al menos cinco años pero no fue hasta el verano de 2015, cuando el número de refugiados y migrantes aumentó de manera exponencial y empezaron a trasladarse hasta Hungría, Austria y Alemania, que la cuestión se convirtió en un debate importante.
Fotini Rantsiou fotinirantsiou@yahoo.com
Actualmente disfruta de una excedencia en la OCHA y es voluntario en Lesbos desde agosto de 2015, donde es asesor de Solidarity Now .