- May 2025

Mujeres migrantes camerunesas que transitan por Latinoamérica hacia los Estados Unidos enfrentan múltiples desafíos. Pese al apoyo mutuo y la ayuda de la comunidad local, como mujeres enfrentan formas particulares de violencia y deben desarrollar sus propias estrategias para mantenerse a salvo.
Con el creciente fortalecimiento de los controles en las fronteras europeas, ha surgido un nuevo camino para la migración irregular entre los ciudadanos subsaharianos. En lugar de embarcarse en la ruta tradicional hacia el norte por el desierto del Sahara y a través del mar Mediterráneo hacia Europa, muchas personas ahora están optando por dirigirse hacia el occidente. Están cruzando el océano Atlántico por aire hacia puntos de entrada en Latinoamérica donde es fácil obtener visa y luego emprenden el peligroso viaje por tierra hacia los Estados Unidos.
Según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos, 58 000 personas africanas se encontraban en la frontera entre los Estados Unidos y México en 2023[1]. Aunque las rutas migratorias en Latinoamérica están bien transitadas y se han estudiado ampliamente, las experiencias de las personas migrantes africanas que transitan estas vías permanecen sin registrarse. Este artículo analiza las experiencias de mujeres camerunesas que transitan por estas rutas en extremo peligrosas y destaca los riesgos que enfrentan, el apoyo —o la falta de este— que reciben de las comunidades locales y las estrategias de seguridad sensibles al género que desarrollan en el camino.
El Camerún ha estado batallando con múltiples crisis humanitarias que se superponen; la más aguda de ellas se ha estado desarrollando en los últimos nueve años en las regiones noroccidental y suroccidental del país. Estos desafíos, agravados por el conflicto continuo en la vecina República Centroafricana, han dado como resultado tanto el desplazamiento interno como el ingreso significativo de personas refugiadas. Aproximadamente 3,4 millones de personas de una población de alrededor de 29 millones en el Camerún tienen necesidad urgente de recibir ayuda humanitaria[2].
Muchas personas camerunesas que escapan del conflicto, la persecución o la falta de oportunidades económicas están, cada vez más, tomando esta ruta migratoria emergente. Para la mayoría, la travesía inicia generalmente en Nigeria u otro país de África Occidental, donde toman vuelos comerciales o chárter —con la ayuda de agencias de viajes informales e intermediarios— hacia el Perú, el Ecuador o Colombia. A partir de allí, se embarcan en el viaje hacia el norte atravesando Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala hacia la frontera entre México y los Estados Unidos. La trayectoria arquetipo involucra una travesía larga y extenuante a través de varios países. Inevitablemente, esto incluye el paso por el Tapón del Darién, un tramo peligroso de 60 millas compuesto por selva tropical, ríos, montañas y pantanos que se extiende entre Colombia y Panamá, plagado de narcotraficantes, delincuentes armados y vida salvaje venenosa. En la frontera entre los Estados Unidos y México, la mayoría debe soportar la brutalidad de los desiertos de Sonora y Chihuahua que se extienden a lo largo de la frontera —una de las regiones más mortales del mundo para la migración irregular— antes de enfrentar la detención prolongada en los centros de asilo estadounidenses.
Este artículo analiza cómo la intersección entre el desplazamiento motivado por el conflicto, los factores ambientales, las políticas fronterizas restrictivas y la dinámica social de las comunidades locales a lo largo de la ruta forja las experiencias de estas personas migrantes. Se vale de entrevistas remotas semiestructuradas con siete mujeres camerunesas, un agente de viajes y una familiar de una persona migrante fallecida, que se realizaron entre noviembre de 2024 y enero de 2025. Las personas participantes, cuyos nombres se han cambiado por razones de anonimato, incluyeron a Mattha (32 años), Elize (42 años, madre de dos niños), Pamela (39 años), Eposi (32 años), Jama (32 años), Ngum (27 años), Atemkeng (27 años), Paul (agente de viajes, 49 años) y Rosaline (familiar de persona migrante, 34 años). Fueron seleccionadas mediante una combinación de redes personales, referencias de agentes de viajes y muestreo en ‘bola de nieve’, donde participantes reclutan a participantes adicionales[3].
Una travesía de violencia, muerte, detención y deportación
Un tema recurrente en las conversaciones fue el impacto violento de la migración, pues la travesía ocasiona daños tanto físicos como mentales en las personas migrantes. Mattha relató:
“Mi travesía inició con un vuelo de Nigeria al Ecuador y, de allí, en su mayoría fue caminata [atravesando varios países] … antes de llegar a Talismán, en México. Duró un período de dos meses… y la experiencia fue físicamente agotadora”.
Recorrer estas tierras implacables, con ríos, montañas y pantanos, por períodos prolongados ocasionó lesiones corporales en las personas migrantes. Mattha dijo que “caminamos por varias horas al día; mis pies estaban hinchados… Pensé que iba a perder los dedos del pie… y me dolían las piernas terriblemente”. Más allá del sufrimiento físico, la travesía estaba marcada por el espectro constante de la muerte. Mattha fue testigo de cómo “una mujer se desmayó del agotamiento y nunca se levantó”. Para quienes sucumbieron ante el agotamiento, la deshidratación o las lesiones, a menudo no había ayuda disponible, y sus cuerpos se convirtieron en testimonios silenciosos de la brutalidad de la travesía. Ngum recordó con dolor: “Vi a muchas personas que no podían continuar […] abandonadas al costado de la carretera para que murieran o ya fallecidas”.
Puesto que la caminata era la forma predominante para trasladarse, casi todas las mujeres dependían del transporte inseguro operado por traficantes para transitar parte del camino. Con frecuencia, este transporte estaba plagado de riesgos potencialmente fatales. Por ejemplo, Elize y sus dos hijos ingresaron al Tapón del Darién por el pueblo costero de Capurganá. Para llegar, ella y otras personas pagaron pasaje a bordo de una lancha desvencijada. Al reflexionar sobre el peligroso viaje, recordó que “el bote se tambaleaba tanto, que pensé que íbamos a volcar en cualquier momento. Me aferré fuertemente a mis hijos, orando que no nos ahogáramos”. Otras personas que se embarcaron en este tipo de transporte inseguro corrieron peor suerte. En 2023, tres ciudadanos cameruneses fallecieron y otros 13 desaparecieron después de que un barco robado se hundió frente a las costas de Saint Kitts y Nevis[4]. Rosaline relató: “mi hermano me llamó justo antes de subirse al bote. Dijo que el motor del bote no estaba arrancando… esa fue la última vez que supe algo de él”.
Sea a pie o a bordo de algún modo de transporte, las mujeres informaron que tuvieron encuentros frecuentes con narcotraficantes, delincuentes armados y traficantes de personas. Aunque algunos de estos delincuentes ofrecieron pasaje por pago, muchos cometieron actos de violencia espantosos, como robo, acoso, violación e incluso asesinato. Pamela relató que “al llegar a Capurganá, una banda criminal nos cobró USD 125 a cada uno para llevarnos por la selva…, pero nos abandonó en el camino”. En su lucha por encontrar el camino, las mujeres se encontraron con un grupo de delincuentes armados que les robaron y las agredieron sexualmente. Informaron que “se llevaron todo lo que teníamos…. les hicieron cosas a las mujeres de las que ni siquiera puedo hablar”. A veces, estos encuentros violentos dieron como resultado la muerte de las personas migrantes. Atemkeng recordó cómo “a una mujer senegalés que luchaba por quitarse de encima a los delincuentes que la estaban agrediendo sexualmente le asestaron un machetazo fatal”.
Los encuentros con controles fronterizos fueron frecuentes. En la mayoría de los países, esto implicaba en general que las personas migrantes debían registrarse y recibir permiso para transitar durante un período específico. Estos controles, sin embargo, se volvieron significativamente más estrictos y en particular violentos, al llegar a la frontera sur de México. Los cambios recientes a la política migratoria mexicana, en particular la suspensión del pase humanitario para personas migrantes irregulares, dejó a muchas varadas en el sur de México. Cuando Eposi llegó a Tapachula, fue arrestada y detenida en la estación migratoria que se encuentra allí. Según su relato:
“Nos retuvieron allí por tres semanas. No podíamos llamar a nadie. Cada día, veíamos llegar autobuses que se llenaban de gente y desaparecían. Escuchábamos que la deportaban a Guatemala”.
Las personas migrantes expresaron su preocupación sobre las desapariciones forzadas durante el arresto y el proceso de deportación. Esta inquietante realidad se ve ejemplificada en el testimonio de Ngum: “No supimos más nada sobre una persona camerunesa que fue arrestada en Tapachula”.
Apoyo comunitario: una mezcla de hospitalidad y hostilidad
Durante la travesía, las mujeres migrantes camerunesas recibieron apoyo significativo. El apoyo mutuo representaba la primera fuente de apoyo entre las personas migrantes y se manifestaba principalmente al compartir los recursos personales, según el relato de Jama: “Compartíamos todo: alimentos, agua, ropa. Cuando una mujer tenía algo, lo compartía con quienes no tenían nada”. Además, se brindaban apoyo emocional entre sí. Atemkeng recordó que “cuando una persona rompía en llanto porque sentía que no podía continuar, la motivábamos. Nos volvimos como hermanas”. Esto se extendía al cuidado infantil, y Ngum recordó que “si una madre estaba agotada, otras cuidaban de sus hijos e hijas mientras descansaba”.
De igual manera, recibían actos de bondad y solidaridad de residentes locales y grupos comunitarios. Quizás la forma de apoyo más inmediata y esencial era la provisión de sustento básico. Jama relató el momento de alivio profundo que experimentó en un pequeño pueblo de México:
“Caminábamos, con hambre y sed. Vimos a una mujer que vendía fruta al lado de la carretera. Nos quedaba muy poco dinero. Ella … nos ofreció mangos, bananos, una botella grande de agua, y no quiso aceptar dinero”.
Además de estos encuentros fugaces, algunas comunidades ofrecían alojamiento y descanso más sostenidos, aunque informales. Mattha describió cómo, en un pueblo rural, “estábamos agotados, sin ningún lugar seguro para dormir. Un grupo comunitario, al ver nuestro desconsuelo, nos ofreció un lugar con mantas para dormir”. Los integrantes de la comunidad también son fuentes esenciales de información sobre peligros potenciales de grupos delincuenciales y funcionarios corruptos. Pamela relató cómo un comerciante local les advirtió que “tuvieran cuidado en la siguiente ciudad [pues] las bandas criminales estaban allí, exigiendo dinero de las personas migrantes”.
Por último, y quizás el aspecto más conmovedor, algunos integrantes de la comunidad ofrecían activamente seguridad y protección. Con lágrimas en los ojos, Mattha recordó cómo, cuando las mujeres migrantes estaban siendo acosadas por algunos hombres de una ciudad, “un grupo de mujeres del mercado salió corriendo, gritándoles…. Ahuyentaron a los hombres”. Estos actos de bondad comunitaria reflejan los conceptos que tienen las comunidades en relación con la hospitalidad y la obligación moral hacia las personas migrantes.
Sin embargo, esa hospitalidad comunitaria inicial rápidamente se transformó en tensión y hostilidad. Eposi describió este cambio:
“Al principio, cuando llegamos, las personas locales eran tan amables y hospitalarias, pues nos ofrecían alimentos, agua e incluso alojamiento. Pero a medida que llegaban más personas migrantes, su actitud cambió. Su calidez inicial se tornó en miradas frías y comentarios hostiles. Parecía ser que su predisposición tenía un límite, y lo habíamos alcanzado”.
Paul destacó esta ‘fatiga’ de solidaridad al enfrentar cifras migratorias cada vez mayores y observó:
“En verdad, los latinoamericanos han demostrado su comprensión y tolerancia hacia las personas migrantes, reconociendo las dificultades de las que escapan. A pesar de ello, desde la llegada de grandes caravanas de personas migrantes, su generosidad inicial ha comenzado a desvanecerse en muchas comunidades”.
Además de esta complejidad, Mattha observó que “hay mucho racismo, en especial en México, hacia las personas negras. Nos tratan de manera diferente que a las personas migrantes de otros países latinoamericanos”.
Estrategias de seguridad sensibles al género
Las mujeres migrantes camerunesas desarrollaron una diversidad de estrategias sensibles al género para garantizar sus seguridad en estas rutas peligrosas. Un aspecto importante de preocupación era el acceso a información esencial. En palabras de Pamela:
“Si supiéramos dónde se encuentran los peligros en verdad… información real sobre qué caminos evitar, qué ciudades son poco seguras para mujeres… ese sería el primer paso para protegernos”.
Las mujeres también informaron sobre la fuerte necesidad de espacios y alojamientos seguros a lo largo de la ruta. Según Eposi, “las mujeres necesitan un espacio para dormir en un lugar donde no tengan temor, donde haya otras mujeres, donde los baños sean seguros y alguien escuche sus preocupaciones”. Pusieron énfasis en la importancia de tener mecanismos accesibles de respuesta a la violencia de género y atención a la salud sexual y reproductiva. Al respecto, Pamela explicó: “Necesitamos lugares donde podamos denunciar el abuso sin ser juzgadas o arrestadas… y donde las mujeres puedan recibir ayuda durante el embarazo”. Según ellas, es igual de esencial contar con la participación proactiva de las comunidades locales como protectoras. El recuerdo de Mattha sobre la intervención de las mujeres del mercado ilustra este punto a la perfección: “Cuando vimos que las mujeres del mercado nos defendieron… nos dio tanta esperanza. Si más comunidades se comportaran así, cambiaría todo”. Algunas sugirieron que los Gobiernos, con sus políticas fronterizas restrictivas, deberían implementar el pase adaptado a las mujeres migrantes. La falta de intervenciones o corredores humanitarios con frecuencia obliga a las mujeres a recurrir a servicios operados por traficantes, lo que aumenta significativamente su riesgo de sufrir violencia de género. En palabras de Elize, cuando “se cierran las puertas en la frontera… nos obligan a tomar rutas controladas por hombres que nos ven como cuerpos que pueden usar”.
Perspectivas a futuro
Las mujeres camerunesas que usan esta ruta están sujetas a sufrir diversos riesgos que están interconectados, que se originan en el entorno físico, las actividades delincuenciales, el transporte peligroso y las políticas estatales que criminalizan la movilidad. Sus vulnerabilidades a estos riesgos se exacerban debido a su género. A pesar de estos desafíos, estas mujeres han demostrado contar con una resiliencia extraordinaria, al echar mano de la ayuda mutua y el apoyo comunitario para sobrevivir. Sus experiencias con las comunidades locales expresan de manera poderosa el potencial que las comunidades locales poseen para crear rutas más seguras, en especial en los lugares donde falta la protección formal del Estado. No obstante, la naturaleza precaria y fluctuante de estos sistemas de apoyo a la medida —donde los actos iniciales de bondad pueden coexistir con el resentimiento y la hostilidad racial, o convertirse en esto— demuestra el desafío constante de lograr que la hospitalidad pueda sostenerse frente al desplazamiento humano a gran escala. Las necesidades de estas mujeres migrantes camerunesas exige un cambio fundamental tanto de política como de intervenciones programáticas, que dejen atrás enfoques genéricos y adopten un marco sensible al género que reconozca y mitigue activamente los riesgos singulares que enfrentan las mujeres que emprenden rutas peligrosas.
Ngang Fru Delvis
Estudiante de maestría, Universidad de Oxford
frudelvisngang@gmail.com, ngang.frudelvis@qeh.ox.ac.uk.
[1] ‘African asylum seekers afraid ahead of US election’ [en inglés], BBC News, 30 de octubre de 2024.
[3] Si bien estos métodos ofrecen ciertas ventajas metodológicas, como llegar a participantes difíciles de alcanzar, también incluyen el riesgo de sesgo de selección, control de acceso y validez externa limitada.
[4] ‘13 Cameroonians still missing after boat sinks off Antigua’ [en inglés], Africa News, 29 de marzo de 2023
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