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Redes de posibilidades: desplazamientos desde Oriente Medio hasta la frontera entre México y Estados Unidos
  • Houman Oliaei
  • May 2025
El punto culminante del viaje por las Américas: la frontera entre los Estados Unidos y México. Crédito: Greg Bulla, Unsplash

La ciudadanía de Oriente Medio que intenta llegar a los Estados Unidos transita una variedad de terrenos, así como burocracia, corrupción y cambiantes regímenes de visados. Quienes intermedian en la migración crean redes dinámicas, tanto regulares como irregulares, para ayudar a la gente a desplazarse.

Las siguientes palabras, de un intermediario en Estambul, ilustran una tendencia emergente de los trayectos de larga distancia hacia el continente americano desde el Irán, el Iraq, el Afganistán y Turquía:

Cuesta unos USD 17 000. Les conseguimos visados para el Brasil y Nicaragua. Viajan al Brasil y luego vuelan a Nicaragua. De ahí, atraviesan Honduras, Guatemala y México hasta la frontera estadounidense, lo que supone cerca de un mes de viaje. Es más seguro; así no tienen que pasar por Colombia o Panamá. También podemos ayudar con el papeleo para el asilo, pero eso cuesta más. Tenemos planes para todo.

Si bien la migración forzada de Oriente Medio a Europa lleva tiempo atrayendo la atención política, el endurecimiento de las fronteras europeas y la reducción de los reasentamientos formales han ocasionado muchos desplazamientos hacia América del Norte. Como consecuencia, las llegadas a la frontera entre los Estados Unidos y México desde Oriente Medio han aumentado en los últimos años.

En este artículo se sostiene que las rutas migratorias no deben entenderse como vías geográficas estables, sino como redes dinámicas de posibilidades jurídico-geográficas[1]. En lugar de existir como opuestos fijos, las situaciones de ‘legalidad’ e ‘ilegalidad’ surgen en un continuo cambiante que determinan las leyes, políticas y contextos sociales. Lo que las personas migrantes y facilitadoras llaman ‘el juego’ (en lugar de ‘tráfico’) plasma esta fluidez, que representa la interacción entre distintas condiciones jurídicas, requisitos de visado y toma de decisiones estratégicas de múltiples jurisdicciones.

Cada tipo de movimiento tiene su clasificación en este sistema, desde el ‘khodandaz’, que significa juego autodirigido en farsi e implica caminar por bosques y montañas; hasta el ‘juego del taxi’, en el que se utilizan vehículos para cruzar fronteras; pasando por el ‘juego del barco’, en el que se usan embarcaciones; el ‘juego de la policía’, que requiere acciones coordinadas con guardias de fronteras, o el ‘juego del billete’, en el que se viaja en tren o autobús. También hay quien prueba el ‘juego aéreo’ utilizando documentos prestados o falsificados para volar directamente a su destino. La información compartida por redes sociales, como qué embajada es la más indulgente o qué puestos de control solo exigen sobornos de poca cuantía, permite a las personas migrantes armar una ruta que nunca es del todo regular ni tampoco totalmente clandestina.

En cada etapa —como la obtención de un visado, el cruce de una frontera o la solicitud de un permiso—, se alterna entre formas de desplazamiento reconocidas y no reconocidas, de un modo que rara vez reflejan términos binarios como ‘regular’ o ‘irregular y ‘persona migrante’ o ‘persona refugiada’. Por el contrario, cada transición depende de la interpretación de las prácticas locales de las fuerzas del orden, los enredos diplomáticos y los cambios inesperados en las políticas. Incluso los documentos obtenidos legalmente pueden resultar inservibles si las normas de un puesto de control cambian súbitamente o si un integrante del funcionariado considera que la documentación no es válida.

Así pues, las personas intermediarias actúan como guías por las posibilidades jurídico-geográficas y manejan continuamente distintas formas de mantener a su clientela en los márgenes de la legalidad nominal o cerca de esta. Su pericia no consiste tanto en mantener corredores estáticos como en interpretar y reinterpretar los cambiantes marcos jurídicos, así como anticiparse a los cambios en las políticas de visados, los patrones de aplicación de la ley y las relaciones diplomáticas que podrían abrir o cerrar determinadas vías. En este sentido, el ‘juego’ es un sistema estratégico: las personas deben aprender las reglas, improvisar cuando se endurecen las restricciones y dar marcha atrás cuando surgen nuevas oportunidades.

La migración desde Oriente Medio hasta la frontera entre los Estados Unidos y México atraviesa un panorama jurídico tan complejo como impredecible. En lugar de seguir una ruta lineal y predeterminada, la población migrante pasa por múltiples estratos de burocracia, corrupción y regímenes de visados en continuo cambio. Si bien no existe un plano que muestre la inmensa variedad de itinerarios posibles, han surgido varios corredores que ejemplifican cómo llegan generalmente las personas migrantes de Oriente Medio a la frontera entre los Estados Unidos y México pasando por América Latina.

Brasil como principal punto de entrada

Para muchas personas iraníes, el Brasil es el primer punto de entrada legal en América Latina. Si bien la obtención de un visado de turista brasileño no está garantizada, muchas futuras personas viajeras de Teherán y Estambul solicitan ayuda a quienes intermedian en la migración, que les prestan ayuda para reunir documentación bancaria y de otra índole y, a veces, les facilitan itinerarios falsos para que puedan cumplir los requisitos del visado. Incluso con esta preparación, se les puede denegar la entrada si las personas al servicio de la oficina consular perciben un alto riesgo de traslado posterior a los Estados Unidos o el Canadá. Cuando se conceden visados, las personas migrantes aterrizan en São Paulo con la condición legal de turistas durante un plazo limitado. Casi de inmediato, empiezan a buscar la manera de desplazarse hacia el norte. Las personas intermediarias les ponen en contacto con las facilitadoras locales, que organizan trayectos posteriores por tierra, normalmente en autobús, a través del continente. Una vía común va de São Paulo al Perú. Allí, en algunos puestos fronterizos se pueden conseguir permisos de tránsito para entre 5 y 10 días, aunque la facilidad para obtenerlos es variable. La población migrante describe frecuentes extorsiones en los puestos de control de la policía peruana, donde a menudo se exigen sobornos para continuar el trayecto. Este ‘juego de la policía’ puede requerir que las personas facilitadoras den instrucciones específicas y, en ocasiones, objetos simbólicos; por ejemplo, un entrevistado relató que la persona facilitadora le había dado una carta del rey de picas, una señal que facilitaría las interacciones durante la comprobación de los documentos. Después del Perú, la mayoría de migrantes se dirigen a Colombia. Un gran número coincide luego en Necoclí, en la costa septentrional de Colombia, punto de partida para cruzar el golfo de Urabá en dirección al tapón del Darién.

Ruta venezolana

Si bien el Brasil sigue siendo la principal puerta de entrada, las personas de Oriente Medio, en particular las procedentes de Irán, también podrían utilizar Venezuela como ruta de tránsito, ya que las alianzas políticas han alentado al Gobierno de Venezuela a adoptar procedimientos de visado relativamente favorecedores para nacionales iraníes. Desde Caracas, parte de las personas migrantes se dirigen en dirección oeste a Maracaibo para iniciar el viaje por tierra hacia el norte. Cruzar Venezuela por esta ruta supone pasar por ocho o nueve puestos de control, que las personas facilitadoras ayudarán a cruzar. Una vez que se llega a la frontera con Colombia, para cruzar se recorren a pie unos 500 metros, ya que no se pueden tomar taxis ni autobuses. A continuación, las personas migrantes deben dirigirse a una terminal de autobuses donde, mediante un pago por adelantado a quien conduce, compran su pasaje. Deben permanecer en el autobús durante todo el trayecto, en el que se atraviesan varios puestos de control, ya que carecen de documentos para bajarse. Una vez al otro lado, suelen unirse a quienes vienen del Brasil y todos se preparan para el tapón del Darién.

Del Afganistán al Brasil con visado humanitario

Quienes migran desde el Afganistán siguen una vía distinta, que comienza con la iniciativa de visados humanitarios del Brasil, un programa introducido cuando el régimen talibán recobró el poder en agosto de 2021. La mayoría de personas afganas residentes en el Irán o Turquía tienen o bien la condición de persona refugiada o una solicitud pendiente de reconocimiento de dicha condición, lo que les da permiso a permanecer en esos países y solicitar el programa a través de las respectivas embajadas brasileñas. Estos visados ofrecen un punto de entrada legal, normalmente en São Paulo. Sin embargo, gran parte de quienes llegan al Brasil lo consideran un punto de tránsito más que un destino e intentan desplazarse hacia el norte. El trayecto en esa dirección comienza en Río Branco, ciudad cercana a la frontera peruana. Recorren el Perú en autobús y muchos se detienen en Cuzco, antes de volar de Lima a la ciudad de Tumbes, junto a la frontera con el Ecuador. El viaje continúa por el interior cruzando el Ecuador, en uno o dos días, hasta Colombia. Allí, el viaje consiste en un trayecto en autobús, de unas 24 horas, hasta Cali y luego hasta Necoclí, donde las personas migrantes afganas se unen a otras para intentar cruzar el tapón del Darién.

Tres opciones para sortear el tapón del Darién

El tapón del Darién es una densa franja de selva sin caminos que une Colombia y Panamá y que constituye el único enlace terrestre entre América del Sur y del Norte. Normalmente hay tres opciones principales para atravesarlo. La primera consiste en evitar por completo la jungla volando del Brasil a Nicaragua, si se dispone de un visado válido para ambos países. En la práctica, las autoridades nicaragüenses rara vez expiden visados a nacionales de ciertos países de Oriente Medio. Por eso, esta opción solo está al alcance de quienes pueden recurrir a personas intermediarias con buenos contactos que agilicen las aprobaciones e, incluso así, el elevado coste del viaje en avión supone un tremendo obstáculo.

Una segunda opción (la más barata, pero la más difícil física y emocionalmente) es la de cruzar el tapón a pie. En lo que las personas facilitadoras denominan ‘juegos autónomos’, se proporciona a las personas migrantes el equipo necesario para atravesar la espesa vegetación, cruzar los peligrosos ríos y huir de los grupos delictivos organizados.

La tercera opción es la política de ‘flujo controlado’ que aplica Panamá para gestionar la migración hacia el norte desde América del Sur. Este programa exige que las personas migrantes se registren ante las autoridades panameñas y proporcionen sus datos biométricos una vez hayan cruzado a pie el tapón del Darién. A continuación se alojan brevemente en una Estación Temporal de Recepción Migratoria. Constituye el núcleo del programa un sistema estructurado de transporte en autobús a Costa Rica, que funciona con empresas privadas que colaboran con las autoridades panameñas. Si bien se concibió como una alternativa más segura a las rutas irregulares, este programa presenta aun así varias limitaciones importantes. En temporada alta, salen entre 40 y 60 autobuses al día, cada uno con unas 50 personas migrantes. No obstante, esta capacidad de entre 2000 y 3000 personas al día sigue siendo insuficiente dado el aumento de llegadas, que solo en agosto de 2023 superó las 81 000 personas[2].

México: la última etapa

Una vez en México, las personas migrantes aún tienen por delante el último tramo de su recorrido. De aquí parten dos vías principales. La primera es la ruta semilegal, que consiste en obtener un permiso humanitario FMM (Forma Migratoria Múltiple). Estos permisos se suelen solicitar en la oficina de inmigración de Tapachula, cerca de la frontera con Guatemala. El proceso conlleva unas tasas oficiales de entre USD 150 y 200 y puede tardar días o semanas en completarse debido a la gran demanda. Con la FMM, se puede viajar dentro del país en autobús o en avión para llegar a las ciudades fronterizas del norte. La segunda vía conlleva desplazamientos totalmente irregulares facilitados por traficantes. Esta opción es más cara y cuesta entre USD 800 y 1000, o incluso más. Las personas migrantes que optan por esta ruta suelen viajar de noche en vehículos privados por carreteras remotas para evitar ser detectadas. Independientemente de la vía elegida, la totalidad de personas migrantes pasan por numerosos puestos de control policial y de inmigración. Incluso quienes tienen permisos oficiales sufren a menudo extorsiones para pagar sobornos, que suelen oscilar entre USD 10 y 50 por puesto de control.

Necesidad de respuestas más matizadas

Cuando se realizaron las entrevistas con el intermediario asentado en Estambul a mediados de 2024, el coste del viaje desde Irán hasta la frontera entre los Estados Unidos y México era de unos USD 17 000, aunque a principios de 2025 ya había aumentado hasta USD 22 000. Este aumento de los costes, unido a la intensificación de las medidas de represión en las fronteras y el discurso político sobre la mano dura en la protección de fronteras, traen a la memoria un patrón recurrente: que el endurecimiento de las medidas no detiene la migración, pero sí dispara los precios, aumenta las amenazas y consolida la mayor dependencia de las operaciones clandestinas. Estos cambios en la estructura de costes reflejan el hecho de que las personas facilitadoras deben adaptar constantemente su manejo de las posibilidades jurídico-geográficas. A medida que se cierran ciertas vías (como cuando aumentaron los requisitos de los visados en el Brasil o cuando se reforzó la protección fronteriza en el tapón del Darién), idean nuevas combinaciones de documentación legal y movimiento clandestino. Así pues, el ‘juego’ no consta solo de un conjunto de tácticas, sino que es una respuesta sistémica a la cambiante estructura del control fronterizo, en la que cada nueva restricción exige nuevas configuraciones de visados, permisos y cruces informales de las fronteras.

Desde este punto de vista, lejos de ser una simple línea trazada en un mapa, una ‘ruta’ migratoria puede fragmentarse en múltiples transiciones. Una persona puede empezar con documentos válidos en un país y perder la condición que le confieren al cruzar una frontera no regulada o conseguir un permiso de corta duración que pierde validez cuando cambia una política. Tales condiciones dan lugar a trayectos en los que la vida y la muerte dependen de cómo se transiten terrenos físicos y marcos jurídicos que cambian con rapidez. Aceptar que el ‘juego’ conlleva alternar distintas formas de legalidad pone de relieve la necesidad de reconceptualizar la gobernanza de la migración. Mientras que, como se observa tanto en el continente americano como en Europa, los planteamientos políticos actuales se centran en reforzar la protección de las fronteras a lo largo de rutas predeterminadas, este estudio de investigación señala la necesidad de respuestas más dinámicas y coordinadas[3]. Entre ellas podría figurar la creación de una red de unidades móviles de tramitación a pequeña escala en puntos de tránsito clave, que pudieran expedir documentos de tránsito humanitario de corta duración para los que no se requiera una dirección fija ni un aval financiero. Estas unidades podrían emplear a personal familiarizado con las lenguas y las circunstancias de la población migrante de Oriente Medio y tener flexibilidad para trasladarse a medida que cambien los patrones migratorios. El establecimiento de un sistema escalonado de permisos de tránsito regionales reconocería la realidad de los desplazamientos posteriores al tiempo que proporcionaría una condición temporal. Asimismo, el modelo panameño del ‘flujo controlado’ podría ampliarse a otros puntos críticos de los itinerarios, con corredores humanitarios específicos que proporcionen un tránsito seguro, servicios básicos y documentación temporal. Por último, los mecanismos de financiación interregionales podrían distribuir los recursos financieros en función del volumen real de migración y no de la ubicación geográfica, evitando así una carga excesiva para países de tránsito como Panamá o México. Dichos mecanismos podrían estructurarse a modo de acuerdos de cooperación flexibles que no requirieran tratados multilaterales de gran amplitud, lo que permitiría una aplicación y adaptación más rápidas. Tales medidas reconocerían que la migración se produce a través de redes de posibilidades y no de corredores fijos. La reelección de Donald Trump en 2024 ha traído consigo nuevas incertidumbres respecto a las políticas migratorias estadounidenses, pero quienes intermedian en la migración siguen trabajando y adaptando sus estrategias al contexto en constante evolución. Como indica su continua presencia en las redes sociales ofreciendo rutas hacia la frontera entre los Estados Unidos y México, aunque a costes más elevados, estas redes demuestran su persistente capacidad para sortear posibilidades variables.

 

Houman Oliaei
Profesor ayudante de Antropología, Babson College, Wellesley
holiaei@babson.edu

 

[1] Este artículo se basa en entrevistas a personas migrantes y facilitadoras y en datos secundarios sobre políticas.

[2] Yates, Caitlyn, y Pappier, Juan (2023) ‘Cómo el peligroso Tapón del Darién se convirtió en la encrucijada migratoria de las Américas’, Migration Information Source, 9 de octubre de 2023.

[3] Cortinovis, R (2024) ‘Unpacking the EU ‘Route-based Approach’ to Migration: The Role of Safe Pathways[en inglés], Informe de políticas núm. 1 del proyecto PACES. Bruselas: Migration Policy Institute Europe

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