Desde 2015, la dinámica militar del conflicto sirio ha dado un giro a favor del régimen de Bashar al-Asad. Damasco ha recuperado el control de muchas ciudades y zonas que antes estaban en manos de grupos armados de la oposición y la batalla de Alepo para recuperar el control de la zona oriental de dicha ciudad —que concluyó en diciembre de 2016— resultó ser un importante punto de inflexión. A finales de 2017, el grupo Estado Islámico había sido expulsado de las últimas ciudades y regiones bajo su control en el este de Siria. Estos acontecimientos, así como la implementación de las “zonas de distensión”, acordada en mayo de 2017 y garantizada por Rusia, Irán y Turquía, han dado un nuevo impulso a los debates sobre el futuro del país, la reconstrucción durante la posguerra y el retorno de los refugiados sirios. Sin embargo, dado que el conflicto dista mucho de haber terminado y las perspectivas de que realmente haya paz siguen siendo remotas, es preciso examinar a fondo los términos de los debates sobre el retorno.
Los medios de comunicación, por lo general, sitúan el número de refugiados en 5,2 millones, pero esta cifra solo representa a los sirios registrados por ACNUR (la Agencia de la ONU para los Refugiados) en Oriente Medio y no incluye a los no registrados que se encuentran en los países colindantes con Siria, estimados en 610 000 en Jordania (además de los 655 000 refugiados registrados), 500 000 en el Líbano (un millón registrados) o 175 000 en Egipto (125 000 registrados). En lo que respecta a los países del Golfo, las cifras oscilan entre medio millón y (más probablemente) más de dos millones. A esto hay que añadir el millón de sirios que han solicitado asilo en la Unión Europea desde 2011. Por último, varias decenas de miles de sirios se han abierto paso a través de programas de reasentamiento u otros medios en países como Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina y Tailandia. En total, no sería descabellado estimar que el número de sirios fuera de su país sea de entre siete y ocho millones de personas, si no más.
La suma de estas cifras es importante. Si sumamos el número de sirios que se encuentran fuera de su país a los 6,3 millones de desplazados internos actuales, obtenemos como resultado que casi dos tercios de los 21 millones de habitantes que había en Siria han sido forzados a abandonar sus hogares. Algunas zonas antes pobladas han sido destruidas en gran medida y sus habitantes desalojados, mientras que otras, la mayoría situadas en las regiones bajo el régimen de al-Asad, están ahora repletas de sirios desplazados. La magnitud de este desplazamiento y la transformación de las características espaciales y políticas de Siria son el resultado de un tipo de guerra específico cuyas tácticas han consistido en atacar a la población civil de las zonas controladas por la oposición desde 2012, en la destrucción sistemática y a gran escala del tejido urbano y en el asedio de ciudades o barrios[i].
¿“Espacios seguros y pacíficos” en Siria?
Ahora se cuestiona la necesidad de que los refugiados permanezcan en el exilio dada la nueva situación militar en Siria, el cierre progresivo de las fronteras por parte de los principales países vecinos que acogen a refugiados, el endurecimiento de las condiciones en Jordania y el Líbano y los costes que ha supuesto para la comunidad internacional el despliegue de la mayor respuesta humanitaria jamás realizada.
En el Líbano, Hassan Nasrallah, líder del partido Hezbollah y estrecho aliado de Damasco, declaró en febrero de 2017 que “las victorias militares… han hecho que grandes zonas se conviertan en espacios seguros y pacíficos”. En octubre de 2017 el presidente libanés Michel Aoun fue más lejos y declaró que “el retorno de los desplazados a zonas estables donde las tensiones son escasas debe llevarse a cabo sin que esto se vincule con haber alcanzado una solución política”. Estas declaraciones evidentemente reflejan la proximidad política de los dos dirigentes con Damasco, pero también están dirigidas a la comunidad internacional, cuya prestación de apoyo financiero y humanitario se considera insuficiente. Este suele ser un tema recurrente en todas las conferencias de donantes. Mientras tanto, en Jordania los observadores señalan conversaciones en las que funcionarios jordanos sugerían, en privado, la idea de establecer dentro de Siria “zonas seguras” garantizadas por Damasco a las que los refugiados pudieran retornar.
¿Regresar a qué?
Afirmar que las condiciones para la repatriación son adecuadas es una clara distorsión de la realidad actual de Siria. El conflicto continúa y los lugares hoy “pacíficos” pueden no serlo tanto mañana. Además, los refugiados sirios no quieren volver a “zonas estables y con escasas tensiones” (signifique esto lo que signifique) sino a sus propios hogares y lugares de origen. Por último, más allá de la destrucción a nivel físico, la perturbación de Siria ha alcanzado una magnitud histórica y la población ha quedado sumida en la pobreza hasta el punto de que el 85% de los sirios viven actualmente en la miseria[ii]. El acceso a los medios de subsistencia, la vivienda, las infraestructuras, los servicios básicos, la educación y la atención médica han quedado desintegrados.
En este sentido, los pocos miles de sirios que retornaron en 2017 probablemente no sean la vanguardia de un movimiento más amplio. A lo largo de la guerra los refugiados han ido volviendo para comprobar el estado de sus viviendas, cuidar de algún familiar, cobrar una pensión, etcétera. Los retornos que tuvieron lugar en 2017 fueron limitados en número, tanto los organizados por Hezbollah (desde la ciudad fronteriza de Arsal) como los emprendidos por iniciativa propia de familias que estaban hartas de vivir en condiciones precarias. Y lo que es más importante, han seguido produciéndose desplazamientos internos y traslados hacia el exterior.
Al contrario de lo que declaró Michel Aoun, el retorno no puede preceder a una solución política para el fin de la guerra. Desde el punto de vista de los refugiados sirios, las condiciones para el retorno son dos: en primer lugar, garantías de que van a estar seguros y protegidos y de que no habrá represalias para las personas que retornen, incluidos los jóvenes que huyeron del reclutamiento forzoso en el ejército y, en segundo lugar, que existan perspectivas de futuro en Siria, incluyendo la reconstrucción del país.
Estrategia de reconstrucción
Los primeros debates acerca de la reconstrucción durante la posguerra se produjeron muy al principio del conflicto. Los organismos internacionales y los Gobiernos decían que había que aprender de los conflictos anteriores, refiriéndose en particular a la falta de planificación en la invasión de Irak liderada por Estados Unidos en 2003. Por ejemplo, la Comisión Económica y Social para Asia Occidental de las Naciones Unidas (ONU) puso en marcha un programa denominado Programa Nacional para el Futuro de Siria que lleva desde 2013 dedicándose a recopilar experiencias, construir escenarios e identificar necesidades. Se han dado cifras impresionantes de las potenciales oportunidades económicas relacionadas con la reconstrucción y los beneficios potenciales para las empresas internacionales y regionales, así como para los agentes económicos privados, son significativos.
Los países vecinos también tienen intereses al respecto. El Líbano, por ejemplo, aspira a convertirse en la base para la reconstrucción de Siria aludiendo a su entorno jurídico favorable para las empresas y a sus instalaciones logísticas, especialmente el puerto de Trípoli —en el norte del país y cerca de la frontera siria—, cuya capacidad está siendo incrementada pensando en desempeñar ese futuro papel. En Damasco también se debate abiertamente al respecto. El comité de reconstrucción del Gobierno sirio, creado en 2012, pero cuyo mandato es limitado, se reunió en septiembre de 2017 para debatir por primera vez acerca de la formulación de una amplia estrategia de reconstrucción.
Sin embargo, no se ha abordado el tema de cómo se financiará la reconstrucción. Van a ser necesarios más fondos de los que los bancos o los aliados de Siria puedan aportar. Por lo tanto, cualquier reconstrucción genuina de Siria solo podrá basarse en un esfuerzo internacional colectivo que exigirá primero encontrar una solución política avalada por la ONU, pero las conferencias de paz de Ginebra —el proceso auspiciado por la ONU— están teniendo problemas para avanzar debido a la vía paralela de Sochi, el debate promovido por Rusia e Irán. Mientras tanto, Damasco ha dicho en repetidas ocasiones que favorecería a sus aliados a la hora de asignar los proyectos de reconstrucción.
¿La paz de quién?
Una verdadera solución política significaría también que el retorno de los sirios pudiera abordarse de manera que reflejase el marco jurídico internacional para la protección de los refugiados y la repatriación segura y voluntaria. Sin embargo, a pesar de todas las conversaciones que están teniendo lugar fuera de Siria, esta cuestión no entra en los planes del Gobierno de Damasco, así como tampoco se incluye a los refugiados en sus planes de reconstrucción. Según fuentes informadas, los planes de reconstrucción del régimen solo podrán cubrir las necesidades de una población de 17 millones de personas. La estrategia militar de expulsar a grandes sectores de la población ha sido durante años uno de los dispositivos utilizados por un régimen debilitado para mantenerse en el poder. El resultado ha sido el surgimiento de una nueva realidad social que se considera —al menos el Gobierno de al-Asad así lo cree— más manejable política y militarmente. Está claro que esta nueva realidad no incluye a los sirios que están fuera del país.
Si al-Asad sigue en el poder en los próximos años puede que intente utilizar el porvenir de este tercio restante de la población como moneda de cambio para negociar la normalización de las relaciones entre su régimen y la comunidad internacional y el acceso al negocio de la reconstrucción. No obstante, para el éxito del plan será necesario un poder político fuerte en Damasco: una autoridad estable, capaz de planificar el futuro y lo suficientemente legítima como para estar en condiciones de forjar nuevas alianzas con los sirios y con la comunidad internacional. Sin embargo, el poder real de al-Asad dista mucho de ser así: sin el apoyo de sus aliados, es más débil que nunca. Además, el previsible establecimiento de un orden político ruso-iraní en Siria (al menos por el momento) no resolverá el conflicto; de hecho, podría conducir a la aparición de nuevas líneas de confrontación.
Dadas las pocas perspectivas inmediatas de encontrar una verdadera solución política y de que Siria se convierta en un lugar estable y pacífico, tal vez sea necesario dejar de lado los ambiciosos planes de reconstrucción hasta una fecha futura y que el retorno de los refugiados sirios siga siendo una perspectiva remota.
Leïla Vignal leila.vignal@univ-rennes2.fr
Departamento de Geografía, Universidad de Rennes-2
https://perso.univ-rennes2.fr/en/leila.vignal
[i] Vignal L (2014) “Destruction-in-Progress: Revolution, Repression and War Planning in Syria (2011 y siguientes)”, Built Environment, número especial titulado “Urban Violence”, Vol. 40, nº 3.http://bit.ly/Vignal-BuiltEnvironment-2014
[ii] OCHA 2017 Humanitarian Needs Overview: Syrian Arab Republic
http://bit.ly/UNOCHA-SyriaOverview-2017