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Prólogo: el legado de la pérdida

La guerra civil en Siria ha forzado a un gran número de sirios a desplazarse de sus hogares y comunidades. A finales de julio de 2014, se estimaba que 7,5 millones de personas se encontraban desplazadas dentro de Siria y más de 2,9 millones estaban en el exilio como refugiadas, más allá de las fronteras de Siria, en su mayoría acogidas por los países vecinos. De hecho, la mitad de la población de Siria se encuentra desarraigada, empobrecida, muchos están atrapados en áreas de difícil acceso –y estas cifras con toda probabilidad son subestimaciones. ¿Hay una protesta internacional? ¿Hay expresiones de indignación o de solidaridad? Bueno, sí, por parte de organizaciones de derechos humanos, de la UNRWA, de la Coordinadora del Socorro de la ONU, Valerie Amos, ante el Consejo de Seguridad y en los medios de comunicación de los países vecinos. Pero,  ¿en general? En todo caso, Siria está desapareciendo de las primeras páginas –no sólo desbancada por Gaza e Irak, sino empujada a un lado por la indiferencia.

“Desplazado”. Una palabra inocua. Pero con su uso común actual, acompañada por cifras abrumadoras y en constante aumento, ¿nos hemos acostumbrado al drama humano detrás de los devastadores hechos del actual desplazamiento en Siria? Escondidas detrás de aquel término tan neutro, existen, para millones de personas, repetidas historias de separación familiar; pérdida de hijos, padres, amigos, casas, barrios enteros; y el terror de que caigan bombas de barril, de los saqueos de los extremistas, de las represalias contra familiares que pueden ser detenidos, torturados, violados, desaparecidos o asesinados. Desplazados no una, dos o tres veces, sino en múltiples ocasiones –en las casas de vecinos o en estructuras de edificios en sus mismos barrios, desplazados en sus mismos distritos y provincias y, finalmente, huyendo a través de las fronteras hacia un futuro incierto.

Pocas respuestas toman en cuenta actualmente el trauma que los desplazados han sufrido y continúan sufriendo, a través de recuerdos recurrentes, del rechazo constante y de la prolongada separación familiar. Se requiere asesoramiento, en escala masiva; pero el camino hacia la recuperación también pasa por el intento de restaurar algún tipo de normalidad.

¿Qué es la normalidad? Para los muchos que han experimentado traumas provocados por el conflicto es –más allá del sufrimiento- la posibilidad de ayudar a los demás, de centrarse en las necesidades de los otros, más que en los pensamientos oscuros de uno mismo; es la oportunidad de ganarse la vida y ser capaz de tomar decisiones sobre el futuro. Después de muchas décadas trabajando con y para las personas desplazadas en diferentes continentes, he encontrado coincidencias en sus esperanzas. Cuando se les pregunta qué desean, no piden comodidades físicas, alojamiento, comida, atención médica (naturalmente, estos bienes básicos son todos esenciales y por ninguna razón deberían ser descontados) –normalmente piden dos cosas: un trabajo, y educación para sus hijos.

Un trabajo, que trae consigo la dignidad de ganarse su propio dinero y la dignidad de poder decidir cómo gastar ese dinero; una educación para los hijos porque la educación trae esperanza para el futuro. Muchos padres han dicho: “Tal vez mi vida se haya acabado pero mis hijos deben tener un futuro y eso significa ir a la escuela”. Además, para un niño ir a la escuela –aunque sea en la estructura de un edificio bombardeado o en un campamento de refugiados- significa tener un sistema, una rutina, amigos y, ojalá, un profesor comprometido o un tutor. Ese es un importante camino hacia la normalidad, la recuperación de los traumas, el procesamiento de las pesadillas. Así que no dejen que nadie les diga que la educación no es una intervención prioritaria para los desplazados y refugiados.

Además no nos olvidemos de que el desplazamiento es la manifestación de la cruda realidad de la impunidad que reina soberana en Siria. Si alguna vez un conflicto armado se ha caracterizado por su ausencia de proporcionalidad y distinción, la guerra civil en Siria debería serlo. Todos los bandos son culpables y todos causan estragos con impunidad, pero la preponderancia de la fuerza se debe acompañar a la preponderancia de la responsabilidad. Es extremadamente irónico que un régimen que tan abiertamente incumple sus obligaciones de soberanía y sus obligaciones bajo el derecho internacional humanitario, insista con tanta estridencia en el respeto de sus derechos soberanos.

Más allá de las fronteras de Siria, los países vecinos luchan por responder a las necesidades del sinnúmero de refugiados que actualmente acogen; Líbano, Jordania y Turquía, principalmente, pero también Egipto e incluso Irak han sido generosos más allá de toda razonable expectativa. Sin embargo, después de tres años y medio están sufriendo la presión: tensiones sociales en aumento en las comunidades de acogida, la competencia entre los ciudadanos nacionales y los refugiados sirios por la atención médica, el alojamiento, el agua, el empleo, los cupos en las escuelas. Estos desafíos requieren un enfoque que no solo incluya a los refugiados, para evaluar y responder a las presiones sobre las comunidades y los erarios estatales.

Este año, los gobiernos de acogida y la comunidad internacional se reunieron para intentar definir una estrategia regional de respuesta integral que tome en cuenta las complejidades estratificadas de la crisis siria, buscando soluciones tanto a largo como a corto plazo tanto así para los refugiados, como para las comunidades de acogida. Los países de acogida tendrán que modificar las políticas instituidas durante los primeros meses de la crisis, cuando pocos pensaban que iba a durar más que unos pocos meses. ¿Se les debería permitir a los refugiados sirios trabajar en los países vecinos, tener escuelas separadas, y estructuras de salud aparte? Cada una de estas preguntas representa un dilema para los países de acogida, que esperan que un día sus huéspedes sirios regresen a Siria. ¿Pero a qué Siria? ¿Cómo preparar a los sirios a retornar a un ambiente radicalmente transformado? ¿Cómo ayudar a los sirios que aún viven en su país a proteger sus comunidades, a conservar los sistemas de agua y saneamiento, a mantener en funcionamiento las escuelas y los hospitales en medio de continuas amenazas, o a prevenir nuevos desplazamientos? Todas estas son preguntas que están siendo planteadas y para las cuales se buscan soluciones creativas. En un contexto de recursos limitados, se deben tomar decisiones difíciles y encontrar soluciones innovadoras.

La guerra civil se prolonga en un contexto de creciente inestabilidad regional. El número de desplazados aumentará, así como el número de refugiados. Los colaboradores de la presente edición aportan una amplia variedad de perspectivas que estimulan la reflexión sobre la crisis de desplazamiento siria: datos, reflexiones, preguntas, soluciones –todos elementos para el pensamiento y la acción. Así que sigan leyendo.

Nigel Fisher ha sido Coordinador Regional Humanitario de las Naciones Unidas para la Crisis Siria.

Con el reconocimiento de la novela de Kiran Desai de 2006 por el título de este prólogo.

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