El perpetuo alojamiento temporal de Trieste

Un viejo edificio por el que durante muchos años han pasado personas desplazadas está siendo utilizado por el último grupo de recién llegados, esta vez de fuera de Europa.

Cuando en 2014 los refugiados empezaron a llegar a Trieste, en el noreste de Italia, en la ruta de los Balcanes, entre 30 y 100 personas acampaban diariamente en tiendas de campaña y cajas de cartón con improvisadas camas dentro de un edificio conocido como Silos. Se trata de una gran estructura que a día de hoy es una propiedad privada, principalmente abandonada excepto por una pequeña zona ocupada por unos aparcamientos y una estación de autobuses, y que está en el centro de la ciudad. El barrio se ubica cerca del puerto y a solo unos pocos metros de las vías de los trenes de alta velocidad. De hecho, este lugar ha estado relacionado durante mucho tiempo con el transporte de mercancías y de personas desplazadas.

Durante la II Guerra Mundial el Silos se convirtió en un lugar para los refugiados y las personas desplazadas. En 1943 se retuvo allí a judíos antes de subirles a un tren con destino a Auschwitz. Cuando acabó la II Guerra Mundial, tras el Tratado de París de 1947, muchos de los refugiados italianos desplazados fueron alojados en el Silos mientras aguardaban a que se construyeran campos de refugiados y alojamientos permanentes.

En los últimos años hubo un acuerdo entre el Ayuntamiento y una empresa privada para convertir Silos en un centro comercial y de conferencias pero la crisis económica frenó la inversión y ha vuelto a ser el alojamiento de los nuevos refugiados y solicitantes de asilo. Son jóvenes que de media se encuentran en la veintena y que llegan a través de la ruta de los Balcanes para solicitar asilo político o protección humanitaria en Italia. Aunque no suele ser su primera opción, muchos solicitantes de asilo dicen que desearían llegar a Trieste, donde “los italianos te tratan bien y es más fácil entrar en Europa”.

Aliviar la tensión

Trieste es un ejemplo de buenas prácticas en la gestión de los refugiados por su Sistema de Protección para los Solicitantes de Asilo y Refugiados (SPRAR, por sus siglas en inglés) que garantiza unas actividades de “acogida integral” para los solicitantes de asilo y los beneficiarios de la protección internacional. El sistema SPRAR ha permitido acoger a 1000 refugiados alojados por organizaciones no gubernamentales (ONG) en pequeñas instalaciones como pisos, hoteles abandonados y viviendas privadas. Esta alianza entre la Policía, prefectura, Ayuntamiento y las principales ONG locales ha permitido evitar una concentración excesiva de refugiados en grandes centros o campos. Mientras que los solicitantes de asilo y refugiados esperan a que finalice el proceso de reconocimiento asisten a clases de formación profesional, aprenden italiano o inglés y participan en actividades sociales y trabajo voluntario. Cocinan y viven de forma independiente, interactúan con los lugareños y aprenden a vivir en un entorno italiano.

El punto débil de este modelo de gestión de los solicitantes de asilo tan bien organizado es su incapacidad de responder rápidamente ante situaciones de emergencias cuando llegan grandes cantidades de personas, así que el Silos funciona como alojamiento de emergencia en el caso de las llegadas masivas, como instalación de supervivencia para migrantes ilegales, rechazados o irregulares y como espacio informal de información y socialización. Es un espacio para aliviar la tensión tolerado por las autoridades cuando la corrientes de refugiados que llegan aumentan de forma abrupta.

La ventaja que ofrece el Silos como refugio es que tiene techo y paredes y que aunque esté un tanto abandonado ofrece protección parcial frente al clima invernal. Dentro del Silos los migrantes han construido auténticas chabolas con madera contrachapada, zonas de dormitorio cerradas con cartones que hacen las veces de pared, cocinas con hornillos, aseos sin agua e incluso una zona de oración. Usan depósitos de agua para lavar y, a veces, para cocinar. Los días de sol utilizan la amplia plaza para jugar al fútbol y al cricket al aire libre. Dentro de la precaria comunidad del Silos existe una especie de jerarquía tácita en lo que respecta a las camas, donde las mejores y las que están más protegidas pertenecen a los ocupantes “sénior”, que son los que llevan allí más tiempo.

En los últimos dos años, el Silos también se ha convertido en un punto informal de información para los solicitantes de asilo recién llegados, y un centro social de día también para los refugiados alojados por el sistema SPRAR que todavía sufren la típica soledad de los migrantes. El Silos es a la vez un lugar central y de tránsito, cerca del transporte público y del puerto y a solo un corto paseo a pie del comedor social, el hospital y los servicios sociales de varias ONG. Funciona como una especie de centro informal situado en el corazón de la ciudad aunque no es excesivamente visible.

La constante interacción con la comunidad local evita el sentimiento de alarma y la percepción de invasión que ha originado protestas en el norte de Italia con respecto a casi todos los nuevos asentamientos de refugiados oficiales. En los lugares en los que los solicitantes de asilo han sido confinados a centros aislados en campos o antiguos barracones bajo supervisión militar, los residentes de la zona han manifestado mayores temores, puesto que los asentamientos organizados están mucho más estructurados y son mucho más visibles. En cambio, el Silos no perturba el día a día de la ciudad. Los informes policiales indican que no se ha producido un incremento en las tasas de criminalidad y que los refugiados no son demasiados visibles, a pesar de que el improvisado campo se encuentra apenas a unos pocos metros del lugar por el que los pasajeros llegan a la ciudad. El alojamiento en el Silos suscita debates políticos de vez en cuando. La Policía cede cada cierto tiempo ante el clima político y la presión de los medios de comunicación y desaloja a los migrantes acampados y destruye las casuchas, pero estos pronto se vuelven a apropiar de “su” espacio colocando de nuevo sus escasas pertenencias.

Esta presencia perpetuamente provisional parece bien tolerada por los lugareños, quizás en parte porque las altas paredes que protegen el edificio la hacen invisible. Este refugio no fue establecido oficialmente sino que más bien fue elegido y ocupado por los propios migrantes, casi como si hubiesen reconocido la función histórica de Silos. Hoy, como en el pasado, funciona como un espacio que les acoge y protege, y también como zona de amortiguación entre el orden y el desorden, la visibilidad y la invisibilidad, la hospitalidad y el rechazo.

Roberta Altin raltin@units.it

Antropóloga investigadora, Departamento de Humanidades, Centro de Migraciones, Cooperación y Desarrollo Sostenible, Universidad de Trieste http://disu.units.it

 

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