Un campo redefinido como parte de la ciudad

¿Era lo que se construyó en La Linière, en la localidad de Grand-Synthe (en el norte de Francia), un campo de refugiados tradicional o un nuevo tipo de distrito urbano? 

El asentamiento de La Linière descrito aquí estaba abarrotado y se había creado a partir de barracones de madera. Fue destruido por un incendio en abril de 2017 pero sigue siendo motivo de controversia entre el alcalde de la localidad, a su favor, y las autoridades políticas centrales.

 

La presencia de migrantes en el campo de La Linière, en la localidad de Grande-Synthe, en la costa norte de Francia, fue oficialmente aceptada por todas las partes interesadas en mayo de 2016. A esto le siguió la provisión de los principales servicios al lugar y la construcción de 300 cabañas de madera por parte de Médicos Sin Fronteras (MSF) y del Ayuntamiento, en contra de los deseos del Gobierno nacional. Tras varios meses de indecisión se acordó que el campo sería gestionado conjuntamente por el Ayuntamiento, el Gobierno central y una organización paragubernamental llamada AFEJI.

Este lugar no estaba más aislado de la ciudad que otras construcciones locales, se encontraba cerca de su mayor centro comercial y el Ayuntamiento hizo pública su intención de redirigir las rutas de autobús para que pasaran cerca y de añadir nuevas paradas. El alcalde expresó en varias ocasiones su deseo de que sus habitantes tuvieran acceso y pudieran usar los distintos servicios públicos. Ocurre con más frecuencia con las ciudades que con los Estados que se encuentren con que son ellas quienes verdaderamente desempeñan un papel clave en la acogida a los refugiados. “Los Estados conceden el asilo pero son las ciudades quienes ofrecen alojamiento”, rezaba una declaración conjunta de las alcaldías de Barcelona, París y Lesbos en un blog el 13 de septiembre de 2015[i].

Las organizaciones británicas y francesas instalaron cocinas y comedores colectivos en el campo además de una escuela, un centro de información y otro de aprendizaje del idioma y una zona de juegos. Además de entregar comida y ropa también ofrecían un amplio abanico de servicios que incluían desde clases de tenis hasta cursos de cocina y de concienciación sobre la agricultura permanente. Además de tener acceso al dispensario de MSF y al puesto de la Cruz Roja en el campo, los exiliados también podían acudir a todos los servicios de salud públicos que ofrecía el Ayuntamiento.

De acuerdo con el investigador Michel Agier, un “campo” tiene tres características principales: extraterritorialidad —el campo no forma parte del área que le rodea—, excepción —el campo no está sujeto a las mismas leyes que el Estado en que se ubica— y exclusión —el campo marca la diferencia entre sus habitantes y los habitantes o visitantes del exterior—[ii]. Estas condiciones solo se cumplieron hasta cierto punto en Grande-Synthe. El lugar en el que se encuentra el campo no es extraterritorial sino que se encuentra en el corazón del área metropolitana, cerca de un parque ajardinado y un lago, y tiene acceso a servicios de transporte público. El campo solo se podía considerar excepcional si acaso por el modo en que surgió. Pero una carta firmada por el alcalde y por MSF que se encontraba expuesta en el campo hacía observaciones acerca de los derechos de sus residentes: acceso al alojamiento, a la protección, a la higiene, a alimentos, a cuidados, educación, cultura y a información legal neutral e imparcial, todo durante un período indefinido. Por último, el alcalde declaró sistemáticamente que los residentes no estaban excluidos sino que tenían acceso a todos los servicios públicos, incluso aunque ello no les supusiera tener los derechos de los ciudadanos europeos.

Oficialmente se suponía que no llegaría gente nueva al campo una vez que se hubiese abierto; en la práctica no se rechazó a nadie, al menos hasta finales de junio de 2016. En cualquier caso, el número de ocupantes había caído progresivamente de 3000 cuando abrió a finales de 2015 a 700 a mediados de 2016. Pero la destrucción de la “Jungla” de Calais revirtió esta tendencia y la población del campo aumentó a 1700, lo que excedía con creces su capacidad de 700 personas.

El futuro del campo

Pensar en posibles futuros implicaba numerosos principios para el campo. El primero era que se trataba de un lugar abierto a todas las personas que llegaban y que también permitía que la gente se marchase fácilmente. No podría cerrarse sino que podía expandirse hacia el exterior o tener una mayor densidad de ocupación. En cualquier caso, esto tendría que ir acompañado de unas leyes de tierras que fueran más flexibles, menos rígidas, donde el uso dinámico de los derechos sustituya a los derechos espaciales estáticos.

La arquitectura que va con este tipo de ampliaciones necesitaría adaptarse al tamaño de las unidades humanas (familias o colectivos provisionales de personas) que vivan allí. Esto se traduciría en una arquitectura que pudiera ofrecer un servicio técnico que fuera desde resguardarles de las inclemencias del tiempo a proporcionarles cocinas y aseos y que incluyera sistemas de calefacción y de ventilación. Pero aparte de las capacidades técnicas que cada uno tenga derecho a esperar, y aparte de la disposición y el diseño general de los servicios, espacios y mobiliario público, la arquitectura individual debería reflejar las costumbres y la cultura de las personas que viven en ella: se trata de crear un lugar cuya arquitectura sea ergonómica, inteligente, útil y social.

Ese lugar debe ser capaz también de convertirse en un espacio de producción económica. Por tanto, podríamos aspirar a un Derecho que permita el surgimiento de iniciativas microeconómicas o, al menos, lugares en los que se puedan producir cosas y la gente pueda trabajar. En un artículo titulado “El campo de refugiados perfecto” el periodista americano Mac McClelland reflejó la persistente tensión entre las dos pobres opciones que generalmente se ofrecen a los refugiados: el campo o una vida precaria en la ciudad, que es una solución tan terrible como vivir en el campo[iii]. Aunque pueda parecer que la ciudad permite una mejor integración, expone a los exiliados a la violencia y a las tensiones. En algún momento, numerosos exiliados en Francia tuvieron una tercera opción: la Jungla de Calais, que era una solución híbrida a medio camino entre el campo y la precariedad hasta que fue demolida en octubre de 2016[iv].[MH1]  Pero lo que se estaba construyendo en La Linière contaba con los actores locales, cuyo compromiso era uniforme y consistente. La Linière era más y mejor que un campo de refugiados; podría haber sido un lugar de bienvenida e integración, como el alcalde Damien Carême escribió en un libro publicado unos días antes de su destrucción: “Es un nuevo barrio de mi ciudad y lo cuidaré como tal. [...] su cierre se producirá solo cuando la situación kurda mejore. O cuando la ruta migratoria deje de pasar por aquí. Los refugiados marcarán la agenda”[v].

 

Cyrille Hanappe Ch@air-architecture.com

Arquitecto e ingeniero, Actes & Cités www.actesetcites.org y profesor adjunto en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura París - Belleville.

www.paris-belleville.archi.fr



[i] Ada Colau, Anne Hidalgo y Spyros Galinos (2015) We, the Cities of Europe [Nosotras, las ciudades de Europa], 13 de septiembre http://ajuntament.barcelona.cat/alcaldessa/en/blog/we-cities-europe

[ii] Agier M (2014) Un Monde de Camps [Un mundo de campos], La Découverte www.editionsladecouverte.fr/catalogue/index-Un_monde_de_camps-9782707183224.html

[iii] McClelland M (2014) “How to Build a Perfect Refugee Camp” [Cómo construir un campo de refugiados perfecto], New York Times, 13 de febrero de 2014 www.nytimes.com/2014/02/16/magazine/how-to-build-a-perfect-refugee-camp.html?_r=0

[iv] Véase artículo de Michael Boyle en este número.

[v] Damien Carême con Maryline Baumard (2017) “On ne peut rien contre la volonté d’un homme” [No se puede hacer nada contra la voluntad de un hombre], Stock, París www.editions-stock.fr/ne-peut-rien-contre-la-volonte-dun-homme-9782234083097

 


 [MH1]Laura., see email re endnote

 

 

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