Lecciones de la respuesta a la sequía en Afganistán

La incapacidad de anticiparse a la sequía y de coordinar una respuesta efectiva y centrada en la recuperación contribuyó al desplazamiento prolongado de cientos de miles de personas en Afganistán. Ante los efectos de la crisis climática, será clave garantizar la preparación y la acción temprana.

En 2018, Afganistán sufrió una grave sequía que impactó directamente sobre más de dos tercios de la población del país, de 38 millones de personas. La sequía provocó que las cosechas no salieran adelante, vació las reservas de aguas subterráneas e hizo que aumentara la inseguridad alimentaria en 22 de las 34 provincias[1]. Posteriormente, provocó los desplazamientos internos en masa de aproximadamente 371 000 afganos, que se vieron obligados a abandonar sus hogares y buscar refugio en otras partes del país. Solo en la región occidental de Afganistán, la sequía provocó el desplazamiento de más de 170 000 personas[2].

Cuatro años después, y en medio de una segunda sequía, muchas de estas personas desplazadas internas siguen sin poder acceder a “soluciones duraderas”, aún no pueden regresar a sus lugares de origen ni integrarse en las comunidades locales. En lugares como Shahrak-e-Sabz, un asentamiento informal en las afueras de la ciudad de Herat, más de 12 000 familias siguen desplazadas, y muchas de ellas todavía necesitan urgentemente asistencia básica porque no pueden acceder a unos medios de vida sostenibles y, por tanto, no pueden mejorar su capacidad de recuperación[3]. Obligados a huir de sus hogares a causa de la sequía (y de otras amenazas como el conflicto y el acceso limitado a los centros médicos), tienen pocas perspectivas de poder regresar a sus hogares en un futuro próximo. Cuestiones como el acceso a los medios de vida y al agua, la disponibilidad de terrenos agrícolas seguros y cultivables, y la inseguridad siguen planteando retos y hacen que decenas de miles de desplazados internos vivan indefinidamente en un limbo. En algunos casos, recurren a mecanismos negativos para hacer frente a la situación, como la venta de objetos personales e incluso la venta de sus hijos, normalmente niñas. Los asentamientos informales de Herat son un duro recordatorio de la necesidad de que las partes interesadas en el desarrollo y en la ayuda humanitaria trabajen mano a mano en todas las etapas del desplazamiento provocado por el clima si se quieren alcanzar soluciones a largo plazo.

Aprender de las emergencias climáticas en países como Afganistán es fundamental para consolidar las respuestas tanto allí como en otros lugares. Para 2040, se calcula que 700 millones de personas en todo el mundo experimentarán sequías durante seis meses o más5, lo que dará lugar a unas duras condiciones que sin duda contribuirán al desplazamiento forzoso de personas, ya sea dentro o fuera de las fronteras nacionales. Si no se entiende lo que ha funcionado (y lo que no) en diferentes contextos, las comunidades desplazadas por cuestiones climáticas seguirán sin soluciones duraderas.

La necesidad de una acción temprana integral

Antes de que Afganistán declarara oficialmente la sequía en abril de 2018, el país ya llevaba 18 meses sufriéndola. Sin embargo, los actores pertinentes (en concreto la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres, ANDMA) no comunicaron a tiempo las señales de alerta temprana a pesar de los fuertes indicadores de que este periodo seco evolucionaría hacia una sequía en toda regla.  Sin una estrategia clara sobre cómo paliar las condiciones de sequía de evolución lenta, la respuesta de la ANDMA no logró catalizar la acción temprana del Gobierno y de otros actores humanitarios clave.

En cambio, la Red de Sistemas de Alerta Temprana contra la Hambruna y la ONG iMMAP sí elaboraron una serie de informes detallados al principio de la sequía. Pero su difusión fue limitada y los informes no se tradujeron ni al dari ni al pastún. El grueso de la comunidad humanitaria no pudo entender del todo la inminente sequía y sus potenciales consecuencias humanitarias —incluidos los desplazamientos a gran escala—, por lo que no se vio la necesidad de adoptar medidas de preparación[4]. Esto dio pie a que los responsables de la toma de decisiones y los actores humanitarios no llevaran a cabo al inicio de la sequía unas intervenciones en materia de desarrollo y resiliencia colaborativas y cohesionadas. En resumidas cuentas, la comunidad humanitaria perdió una oportunidad única de prestar una ayuda crucial en las zonas afectadas por la sequía, lo que provocó que la población acabara viéndose obligada a marcharse.

Otro fallo fue la lentitud con la que se publicó el Plan de Respuesta Humanitaria (PRH) revisado del país. Este documento es fundamental a la hora de abordar las necesidades humanitarias, especialmente en el ámbito del intercambio de información, la planificación de las ONG y la movilización de recursos. A pesar de que llevaban más de un año en periodo de sequía, no fue hasta mayo de 2018 —un mes después de que se declarara oficialmente— cuando se revisó el PRH de Afganistán para reflejar sus necesidades humanitarias. Pero a esas alturas era ya demasiado tarde para abordar adecuadamente esas necesidades urgentes y buscar el apoyo financiero necesario. Esto provocó carencias en la prestación de servicios humanitarios y exacerbó aún más los factores de expulsión de los desplazamientos. 

En efecto, el PRH pudo abordar una serie de necesidades humanitarias básicas para cientos de miles de personas afectadas por la sequía. Sin embargo, como los presupuestos ya estaban establecidos y los donantes no fueron muy flexibles, no pudo utilizarse con éxito como herramienta para crear las medidas de recuperación y resiliencia necesarias para reducir la dependencia de la ayuda humanitaria, ni fue capaz de llegar a todas las comunidades en riesgo. Como consecuencia, la capacidad de recuperación de la comunidad se vio menoscabada, el apoyo humanitario fue, en general, insuficiente y un gran número de personas se encontró en la tesitura de no tener más remedio que abandonar su hogar.

Es indudable que la respuesta de Afganistán a la sequía de 2018 podría haber sido más efectiva. Cuando comenzó en 2018, con independencia de que el Gobierno no la hubiera declarado oficialmente, la comunidad humanitaria podría haber evaluado y articulado mejor las necesidades, y podría haber buscado un mayor compromiso a través de la comunidad de donantes. Por ejemplo, unas intervenciones más tempranas relacionadas con la resiliencia, como la distribución de forraje y plantones resistentes a la sequía o apoyar unos medios de vida alternativos, podrían haber producido unos resultados significativos.

El nexo entre la acción humanitaria, la ayuda para el desarrollo y la consolidación de la paz

En el contexto de Afganistán, existen multitud de organismos internacionales y de ONG nacionales e internacionales que están implementando diversos programas humanitarios y de desarrollo. Sin embargo, a pesar de que el nexo entre la acción humanitaria, la ayuda para el desarrollo y la consolidación de la paz —un enfoque que defiende la coherencia entre los actores de desarrollo, humanitarios y de paz— ha sido un principio operativo fundamental para los donantes, las ONG y los Estados afectados por las crisis desde la Cumbre Humanitaria Mundial de 2016, las partes interesadas implicadas en la respuesta a la sequía de Afganistán no aprovecharon las ventajas que ofrece una respuesta estratégica basada en dicho nexo. 

A la respuesta a la sequía de 2018 se le atribuye haber salvado más de 3,5 millones de vidas mediante la prestación de ayuda vital urgente[5]. Sin embargo, esa misma respuesta humanitaria no logró crear soluciones duraderas para las comunidades desplazadas, lo que perpetuó la dependencia de los servicios humanitarios. Además, la respuesta tampoco consiguió integrar las iniciativas de consolidación de la paz, entre ellas las relacionadas con cuestiones como la gestión de los recursos hídricos, y otros conflictos relacionados con los recursos. Esto refleja la falta generalizada de coherencia y conexión entre los actores humanitarios, de desarrollo y de paz en Afganistán durante las etapas iniciales de la crisis.

Si echamos la vista atrás está claro que, en las primeras etapas de la respuesta a la sequía, la comunidad humanitaria centró sus esfuerzos en la asistencia inmediata a las poblaciones afectadas que habían sido desplazadas. Se reconocía la necesidad de unas intervenciones a largo plazo para la recuperación, pero no era una prioridad inmediata para las partes interesadas, ni se disponía de fondos para respaldarlas. Esta brecha fundamental fue el resultado de la falta de claridad en la toma de decisiones y en la comunicación entre los organismos de la ONU y las ONG internacionales durante las reuniones iniciales, así como en las reuniones del Equipo de Coordinación Intergrupos (ICCT, por sus siglas en inglés) y del Equipo Humanitario en el País (HCT, por sus siglas en inglés) en cuanto a la mejor manera de coordinar los distintos sectores y mandatos. Además, la respuesta también puso de manifiesto una falta de integración más general de la Reducción del Riesgo de Desastres (RRD) y de las disposiciones relacionadas con el cambio climático dentro del propio sistema humanitario. En el futuro, tanto el ICCT como el HCT saldrán beneficiados si se aseguran de que se incluye una reflexión y las acciones relacionadas con la resiliencia en los grupos temáticos y en sus respectivas estrategias. Esto no solo supondría el reconocimiento oficial de la importancia de las intervenciones a largo plazo, sino que también respaldaría la integración de unos indicadores de rendimiento específicos y claves para el desarrollo que reflejen y sirvan de apoyo a los programas de resiliencia.

En julio de 2018, tras un aumento significativo del número de personas desplazadas en la región occidental de Afganistán, ocho ONG internacionales emitieron un comunicado de prensa conjunto en el que destacaban la necesidad de una recuperación temprana y del aumento de la resiliencia en los lugares de origen[6]. Aunque encomiable, la medida llegó con varios meses de retraso, cuando ya era tarde, puesto que los desplazamientos a gran escala ya habían comenzado y llegados a este punto, no se podían parar. Tal vez la demora de este enfoque fue la razón por la que los Gobiernos donantes tampoco contribuyeron con la tan necesaria financiación para la transición de las intervenciones humanitarias a las de desarrollo.

La respuesta a la sequía en Afganistán ofrece numerosas lecciones para otros Estados. Es importante señalar que, independientemente del contexto político del país o de la arquitectura humanitaria existente, la ayuda humanitaria no puede prestarse de forma aislada. El Gobierno, el sector privado y la sociedad civil deben emplear respuestas que abarquen el nexo entre la acción humanitaria, la ayuda para el desarrollo y la consolidación de la paz. Solo mediante la prestación de ayuda vital urgente junto con programas de desarrollo a largo plazo (que incluyan medidas preventivas), los países podrán dar lugar a cambios que ayuden a las personas a salir de la pobreza y a encontrar una solución a largo plazo para su desplazamiento.

Debido a la topografía de Afganistán, a que su sociedad se basa principalmente en la agricultura y ante su susceptibilidad a las actuales crisis climáticas, como la sequía y las inundaciones, es fundamental que el cambio climático siga estando firmemente presente en la agenda de los Gobiernos, la sociedad civil y los actores internacionales. En el contexto de la aguda y deteriorada situación humanitaria dentro del país y dada la actual capacidad de gobierno y su impredecible y frágil infraestructura, los fenómenos climáticos como la sequía no harán más que agravar los retos y vulnerabilidades existentes. Todos los actores deben colaborar para garantizar el refuerzo de las respuestas humanitarias y de desarrollo ante los desastres, tanto de emergencia como de evolución lenta. Esto es especialmente importante por la actual situación política en Afganistán, donde el compromiso de los donantes se encuentra en una encrucijada con respecto a la asignación de recursos. Sin el apoyo financiero y técnico necesario, existe un riesgo muy real de que decenas de millones de afganos sigan sufriendo y no les quede ni la esperanza de optar a unas soluciones a largo plazo.

 

Shahrzad Amoli shahrzad.amoli@gmail.com @ShahrzadAm

Exespecialista en Información, Consejo Danés para los Refugiados, Afganistán

 

Evan Jones Evan.Jones@adsp.ngo @AsiaDSP

Director, Asia Displacement Solutions Platform

 

[1] Banco Mundial Hunger before the drought: food insecurity in Afghanistan https://documents1.worldbank.org/curated/en/560691563979733541/pdf/Hunger-before-the-Drought-Food-Insecurity-in-Afghanistan.pdf

[2] Asia Displacement Solutions Platform (2020) Re-imagining the drought response, p1
https://adsp.ngo/wp-content/uploads/2021/01/LessonsLearned.pdf

[3] Consejo Danés para los Refugiados (2021) “Natural disasters and decades of conflict have left internally displaced in Afghanistan impoverished and vulnerable”
https://drc.ngo/it-matters/current-affairs/2021/5/natural-disasters-and-decades-of-conflict-have-left-internally-displaced-in-afghanistan-impoverished-and-vulnerable/

[4] Véase la nota final nº 2, pág. 31.

[5] Véase la nota final nº 2, pág. 2.

[6] Declaración entre varios organismos “REACHING OUT - Implementing a Comprehensive Response to Drought in Afghanistan”, 18 de julio de 2018 https://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/REACHING%20OUT%20-%20Implementing%20a%20Comprehensive%20Response%20to%20Drought%20in%20Afghanistan.pdf

 

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