¿Adónde iremos si este lago se seca? Un estudio de caso del Sahel

Practicamente igual que sus vecinos sahelianos, Mauritania se enfrenta a una abrumadora variedad de retos provocados por los efectos del cambio climático. Es mucho lo que se podría conseguir si las partes interesadas se comprometieran a responder con rapidez y de forma integral.

La crisis climática en el Sahel es real. El aumento de las temperaturas, las lluvias imprevisibles, las inundaciones, la sequía y la desertificación amenazan cada vez más a países y comunidades ya de por sí vulnerables. Y estos cambios están alimentando las tensiones intercomunitarias.

Por ejemplo, las personas cuya subsistencia dependía de la pesca en el lago Faguibine, en Mali, tuvieron que abandonar sus tierras y sus medios de vida hace unos años porque el lago se secó. Se desplazaron hacia el sur, pero se encontraron con la hostilidad de las comunidades de pastores que ya tenían problemas para acceder a un agua y con unos pastos cada vez más escasos para su ganado. En estas zonas remotas del país, el Estado apenas está presente; es incapaz de ayudar a mediar entre las comunidades que se encuentran tensionadas y mantener la paz. El conflicto intercomunitario se ha recrudecido y el aumento de la presencia de grupos armados no estatales ha aumentado la creciente inseguridad.

“Me preocupa que el lago se seque pronto. No sé qué haremos”. Yahya Koronio Kona[1].

Muchos pescadores malienses solían cruzar la frontera hacia la región de Hodh Chargui, en Mauritania, durante varios meses al año, y lo venían haciendo desde hacía décadas. En los últimos años, se han ido instalando paulatinamente en nuevos hogares cerca de los lagos, y no tienen intención de regresar a Mali en un futuro inmediato. Pero esto también preocupa a las comunidades locales para las que el lago es una fuente de agua vital para su ganado. A medida que han aumentado las tensiones, las autoridades regionales y locales han acabado interviniendo y llevado a cabo esfuerzos de mediación, con lo que han conseguido restablecer —al menos temporalmente— la convivencia pacífica entre las poblaciones. Pero la falta de lluvia está exacerbando la situación. Los lugareños temen que el lago se quede sin peces. La sobrepesca ya ha dado lugar a la pérdida de la mayoría de las aves migratorias que solían visitar el lugar. El ecosistema está peligrosamente desequilibrado.

Mauritania es un país generoso con los refugiados a los que acoge y lo ha sido durante décadas. Sin embargo, la combinación de la presión sobre los recursos naturales relacionada con el cambio climático, la constante inseguridad en el vecino Mali y el impacto de las nuevas llegadas sobre los ya frágiles ecosistemas está tensando la capacidad de afrontamiento local.

Abordar los efectos ambientales y las necesidades

Solo se encontrarán soluciones si todo el mundo reconoce lo mucho que está en juego, no solo en este rincón de Mauritania, sino también en la región en general. Los enfoques propuestos aquí para Mauritania son sin duda pertinentes para muchos otros contextos y países.

El aumento de la sensibilización y el respeto de las ordenanzas municipales que promuevan unas prácticas pesqueras sostenibles tendrá que ir acompañado del apoyo a los refugiados y a las comunidades de acogida para que desarrollen unos medios de vida adicionales o alternativos. Las comunidades locales y los refugiados deberán trabajar juntos para abordar y conciliar sus preocupaciones y para proteger las tierras, el lago y unos medios de vida de los que todos dependen. Las autoridades regionales y locales también necesitan apoyo y una mayor capacidad para mantener la paz y la seguridad e impulsar el desarrollo económico, y el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible de Mauritania requerirá más capacidad para implementar plenamente sus iniciativas para la conservación y recuperación de los lagos.

Parte de la solución puede estar en la iniciativa de la Gran Muralla Verde, dirigida por la Unión Africana[2], que se centra en la recuperación y gestión sostenible de las tierras en todo el cinturón saheliano. Como proyecto integrado de desarrollo sostenible —que incluye la plantación de árboles, aunque va mucho más allá—, promete contribuir a mejorar la vida de miles de personas.

Tanto las comunidades desplazadas como las de acogida deben reforzar su cooperación para proteger el medio ambiente mediante el cuidado y la gobernanza compartidos de sus valiosos recursos. Además de desarrollar y mantener los cinturones verdes, habrá que centrarse en la reforestación y en el desarrollo de zonas especiales para satisfacer la necesidad de madera de la población, en la energía sostenible y en las alternativas energéticas al carbón vegetal para limitar la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero, y en la adaptación de las rutas para los trashumantes y su ganado.

Para reforzar la seguridad alimentaria de las comunidades, será necesario apoyar la producción productiva y sostenible de la pesca, la agricultura y la ganadería; ello debería incluir la mejora del acceso a los servicios veterinarios, a los expertos en pesca y a la gestión de plagas, así como el fomento de la horticultura. La gestión del agua es cada vez más crítica y requiere la mejora de los sistemas de almacenamiento, acuerdos sobre el acceso a las fuentes de agua y la promoción de técnicas de riego eficientes. Y también habrá que mejorar la capacidad de las comunidades para comercializar sus productos, por ejemplo, mediante la creación de cooperativas y la formación en educación financiera y gestión empresarial.

Además, habría que crear y mantener unos mecanismos de gobernanza compartida y desarrollar mecanismos de mediación; el sentimiento de que existe un propósito en común puede ofrecer unos dividendos de paz que van mucho más allá de la gobernanza compartida de los recursos naturales. La formación de los escolares en materia de medio ambiente sería fundamental para que las generaciones futuras entiendan los problemas que están en juego.

Sin embargo, un apoyo más intenso y accesible —que incluya financiación adicional, asistencia técnica y el fortalecimiento de la capacidad de las instituciones locales y nacionales— por parte de la comunidad internacional será un precursor necesario para ese progreso en los países y comunidades más vulnerables al clima. La programación conjunta de la ayuda plurianual por parte de los donantes y socios debe basarse en la escucha activa de las necesidades de las personas que se encuentran a la vanguardia de la crisis climática, junto con la voluntad de ajustar y reasignar las contribuciones en consecuencia. Esto no debería ser un ejercicio de “ecoimpostura” de los préstamos y compromisos anteriores. Los desplazados y las comunidades de acogida, con el apoyo de las autoridades regionales y locales, ya están desempeñando un papel fundamental, pero esta acción local debe ser facultada y apoyada urgentemente. No hay tiempo que perder.

 

Maria Stavropoulou stavropo@unhcr.org @MariaSt_UNHCR

Exrepresentante de ACNUR en Mauritania

 

Andrew Harper harper@unhcr.org @And_Harper

Asesor Especial del Alto Comisionado para la Acción Climática

 

[1] ACNUR “Warming climate threatens livelihoods of Malian refugees and Mauritanians”, octubre de 2021 www.unhcr.org/news/stories/2021/10/617c4ba66/warming-climate-threatens-livelihoods-malian-refugees-mauritanians.html

[2] www.greatgreenwall.org

 

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