El rostro de los refugiados

El contacto personal con los refugiados nos ayuda no sólo a ver a las personas que hay detrás la necesidad, sino también a comprender mejor los obstáculos a los que se enfrentan.

Conocí a Melchora, una indígena maya guatemalteca refugiada en Quintana Roo, México, hace más de 20 años, en mi visita al hospital general de Chetumal, porque su hijo se había accidentado dos meses atrás. Melchora me habló de sus plantíos en Kuchumatán y sus frutos, que venden en el mercado para sostenerse.

Ya eran cerca de las 4:30 de la tarde y ella debía partir para que la combi no la dejara, pues solamente existe un transporte al día desde Kuchumatán a Chetumal. Me quedé platicando con su hijo Víctor Manuel. El joven, curtido por el sol y las manos encallecidas por el trabajo, nació en México y tenía 26 años. A los minutos, Melchora regresó trasluciendo preocupación. La combi la había dejado y el albergue cercano al hospital estaba lleno ¿Qué iba a comer?

Víctor me había comentado sobre las dificultades para su madre de visitarlo con más frecuencia. El coste económico, el depender de los productos del campo para su sustento y el transporte público limitado eran obstáculos para que ella lo visitara más seguido. Conmovido por su desamparo, no dudé en dejarle cincuenta pesos para que pudiera comer algo.

Le comenté que yo había participado en un viaje misionero algunos años atrás al poblado de Maya Balam II, el emplazamiento de un antiguo campamento de refugiados y  donde tuvieron lugar las primeras asignaciones de tierras a los refugiados guatemaltecos en 2002 [ver cuadro de texto]. Allí  un doctor de la asamblea General de la Iglesia presbiteriana llevaba a cabo programas médicos gratuitos entre los refugiados y el equipo del que yo formaba parte les llevaba enseñanzas bíblicas y aportaciones de los hermanos. Recordé que la noche que arribamos al poblado, nos recibieron con una cena consistente en huevos con carne, hogazas de pan y chocolate caliente. Dormimos entre ellos en hamacas, y aunque no hablaban español, estábamos unidos por nuestra fe, y sentíamos armonía. Don Eulogio Carballo, el misionero, me enseñó a amar las misiones entre hermanos necesitados, sobre todo los que se refugiaron en México al huir de la guerra civil de Guatemala.

Al despedirme de Melchora, sentí un gran aprecio, y, les prometí oraciones en su favor.

Es necesario conocer el rostro de los refugiados en nuestros países, para entender todo lo que han dejado atrás. Seamos solidarios con ellos, y entendamos que ser desplazado, es vivir en otro mundo. Debemos tratarles como lo que son: seres humanos vulnerables.

 

Jesús Quintanilla Osorio chusino66@hotmail.com

Misionero mexicano, trabaja en poblados con personas desplazadas 

En 2002, el estado mexicano de Quintana Roo emitió 322 títulos de tierras a exrefugiados guatemaltecos a quienes les había sido otorgada recientemente la ciudadanía mexicana. Era la primera vez que un gobierno estatal en México donaba terrenos a antiguos refugiados.

Los cerca de 2.800 exrefugiados que vivían en Quintana Roo en ese momento formaban parte de los cerca de 18.000 guatemaltecos que llegaron a los estados de Campeche y Quintana Roo a finales de 1984 y principios de 1985 tras huir de Guatemala. Aunque muchos refugiados guatemaltecos finalmente regresaron a casa, otros optaron por permanecer en México.

Los títulos de propiedad proporcionados a las parejas casadas dieron la igualdad de derechos sobre la propiedad a hombres y mujeres. Las viudas y los huérfanos recibieron títulos de propiedad individuales.

 

 

Renuncia de responsabilidad
Las opiniones vertidas en los artículos de RMF no reflejan necesariamente la opinión de los editores o del RSC.
Derecho de copia
Cualquier material de RMF impreso o disponible en línea puede ser reproducido libremente, siempre y cuando se cite la fuente y la página web. Véase www.fmreview.org/es/derechos-de-autor para más detalles.