Invertir en los refugiados: la creación de capital humano

Invertir en el bienestar de los refugiados es un bien público mundial, y la comunidad internacional debería trabajar para reducir la malnutrición y aumentar su acceso a la educación con el fin de ayudar a crear capital humano y de lograr mejores resultados económicos para todos.

La naturaleza prolongada del desplazamiento forzado en todo el mundo no solo ha puesto de relieve las necesidades humanitarias de los refugiados sino también los problemas de desarrollo a los que se enfrentan. Estos enormes retos surgen en cuatro áreas que son de vital importancia y que están relacionadas entre sí[1]. Los refugiados —en especial, los menores— se enfrentan a enormes dificultades para satisfacer sus necesidades básicas en materia de nutrición, educación, salud y medios de vida. Estudios recientes de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) han hallado malnutrición aguda en muchos campamentos de Kenia, Sudán, Sierra Leona y Chad, donde los refugiados han pasado largos períodos de tiempo desplazados. Otro estudio indica que, si bien la malnutrición aguda es relativamente baja en las poblaciones de refugiados sirios evaluadas en Jordania, Irak y el Líbano, la prevalencia de la anemia sugiere un grave problema de salud pública entre las mujeres y los niños[2]. Los costes económicos de la malnutrición son muy elevados, ya que una nutrición deficiente prolonga el ciclo de pobreza e impide el crecimiento principalmente de dos maneras.

En primer lugar, la mala salud física conduce a una baja productividad y a altas tasas de morbilidad. Las mujeres, las personas mayores y los niños menores de cinco años, en especial, corren un mayor riesgo de contraer enfermedades respiratorias y transmisibles debido al hacinamiento en los alojamientos, la falta de alimentos nutritivos y de agua potable, y la higiene deficiente. También pueden sufrir estrés psicológico después del desplazamiento, lo que afecta a su bienestar general. En segundo lugar, hay pruebas de que la malnutrición contribuye a un problema de desarrollo a más largo plazo, especialmente en lo que respecta a la educación. Los estudios demuestran que la malnutrición causa retraso del crecimiento y emaciación en los niños y está relacionada con un amplio abanico de deficiencias cognitivas. Un desarrollo cognitivo deficiente conduce a la pérdida de años de escolaridad en la infancia y a la pérdida de años de empleo en la edad adulta.

Los problemas de desarrollo empeoran para los niños refugiados que entran en el sistema educativo del país de acogida, donde el idioma oficial que se enseña en la escuela es diferente al de su país de origen. Muchos estudiantes que destacaban en sus países no pueden seguir los materiales del curso en los de acogida por culpa de la barrera lingüística. El que su entorno de aprendizaje esté lleno de dificultades puede poner trabas a su éxito académico y aumentar su frustración. Estas experiencias negativas y el trauma que ya han experimentado dañan el funcionamiento cognitivo de los niños y eso afecta a su rendimiento académico durante la adolescencia y hasta la edad adulta. Está demostrado que los bajos niveles educativos reducen la productividad y los ingresos por lo que es más difícil romper el ciclo de la pobreza. El daño cognitivo que provoca a los niños y niñas que se encuentran en lugares afectados por la crisis el no recibir una educación o que la que reciban sea muy pobre no solo repercute en su bienestar sino que también reduce sus ingresos futuros.

 

Los refugiados que residen fuera de su país de origen no lo tienen fácil para acceder a oportunidades de empleo sostenibles. Tienen menos posibilidades de tener empleo y, cuanto más tiempo estén desempleados, más disminuirán sus posibilidades de encontrar trabajo, ya que sus aptitudes van menguando y se encuentran con que dependen de la ayuda estatal. Muchos de estos refugiados trabajan en sectores no estructurados a raíz de su bajo nivel educativo y debido a que carecen de permisos de trabajo. Los refugiados tienden a aceptar salarios más bajos que los trabajadores autóctonos/de acogida no cualificados, y una disminución de los ingresos no solo se traduce en una nutrición más deficiente sino que también debilita la capacidad de resiliencia del individuo ante nuevos imprevistos. La falta de un trabajo decente y los bajos ingresos contribuyen a aumentar el trabajo y el matrimonio infantil a medida que las familias se van endeudando y tienen que luchar por sobrevivir. En otras palabras: se quedan atrapadas en un círculo vicioso.

 

Los malos resultados académicos y los problemas de salud se traducen en unos costes sociales enormes no solo para el país de acogida sino también para todo el mundo. El coste de la falta de acceso a una educación de calidad[3], de la falta de empleos decentes, de la malnutrición y de la incertidumbre sobre el futuro es elevado. La consiguiente pérdida de capital humano en cuanto a conocimientos y aptitudes importantísimas para aumentar la productividad laboral afecta al crecimiento económico, al desarrollo económico regional y a los procesos de paz, estabilidad y reconstrucción a largo plazo.

 

La inversión en los refugiados es un bien público mundial y va más allá de la responsabilidad del país de acogida. Por tanto, para abordar estos retos será necesaria una acción colectiva. Invertir en salud y educación para los refugiados, en especial para las mujeres y los niños, no solo beneficiará al país de acogida y a otros países vecinos, sino también a los que se encuentran más lejos. Ayudará a preparar a los refugiados para su retorno y sentará las bases para el desarrollo económico y el crecimiento inclusivo de su lugar de origen.

 

La comunidad internacional y los encargados de la formulación de políticas deben hacer más para ofrecer a los refugiados la oportunidad de prosperar y crecer. También es importante aumentar el acceso a la atención sanitaria, la nutrición y al agua potable, y facilitar la participación de los refugiados en el mercado laboral (invirtiendo en el desarrollo de aptitudes mediante el refuerzo de la educación infantil, la oferta educativa adultos y la formación profesional). La literatura económica ha hallado fuertes vínculos entre la educación y el capital humano, y entre el capital humano, el crecimiento y la productividad a largo plazo. Estos vínculos deberían animar a la comunidad internacional y a los encargados de la formulación de políticas a hacer extensiva la educación de calidad y la formación profesional a los refugiados, tanto menores como adultos, tanto s+i están inscritos como si no, con independencia de su género o nacionalidad.

 

Lili Mottaghi lmottaghi@worldbank.org

Economista principal, Oficina del Economista Principal, Región del Oriente Medio y Norte de África, Banco Mundial www.worldbank.org

 

 

[1] Véase Devarajan S y Mottaghi L (2017) Refugee Crisis in MENA: Meeting the Development Challenge, Middle East and North Africa Economic Monitor, Banco Mundial https://openknowledge.worldbank.org/handle/10986/28395  

[2] Moazzem Hossain S M, Leidman E, Kingori J, Al Harun A and Bilukha O O (2016) ‘Nutritional situation among Syrian refugees hosted in Iraq, Jordan, and Lebanon: cross sectional surveys’, Conflict and Health 10:26 www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5111203/

[3] El número de RMF de febrero de 2019 tendrá como tema principal la educación. Presentación de artículos: www.fmreview.org/es/educacion-desplazamiento

 

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