El desplazamiento en un Irak frágil

El Estado iraquí posterior a la era de Saddam disfruta de un apoyo limitado por parte del pueblo, excluye del poder a importantes sectores de la población, suprime a la oposición y deja desprotegidos a sus ciudadanos frente a las detenciones arbitrarias mientras la corrupción campa a sus anchas. Existe una relación directa entre estos fracasos y el desplazamiento en Irak. 

A nadie le sorprendió que el “nuevo” Estado iraquí que surgió de las ruinas que quedaron tras la invasión de 2003 fuera frágil, lo que tuvo graves implicaciones para la seguridad de las personas y el desplazamiento que a día de hoy todavía sufre la sociedad iraquí. Los detonantes obvios del desplazamiento en Irak son las amenazas contra la vida y la salud derivadas de la falta de seguridad generalizada, las detenciones arbitrarias y una deficiente provisión de servicios. La vida se vuelve insoportablemente difícil y peligrosa en entornos así, lo que hace que se decidan a marcharse. Algunos detonantes menos evidentes del desplazamiento son ciertas medidas destinadas a reforzar al Estado que tomaron como objetivo a colectivos vulnerables de la sociedad de modo que experimentaron una serie de crecientes restricciones en su día a día y a veces sufrieron amenazas contra su seguridad física. Estas presiones obligaron a muchos iraquíes a migrar.

Las primeras víctimas de estas acciones predadoras fueron aquellas personas de las que se percibía –de manera acertada o errónea– que estaban asociadas con el antiguo régimen. Algunos iraquíes a los que se les podía identificar por el DNI como residentes en las zonas de resistencia al nuevo régimen sufrieron castigos. Un estudiante iraquí al que entrevisté declaró que a estudiantes de su centro de estudios les habían bajado la nota porque, por sus apellidos, se les había identificado como procedentes de dichas zonas. Las acciones de un Estado frágil que ejerce castigos colectivos supone una amenaza contra las oportunidades educativas y laborales de sectores específicos de la juventud iraquí.

Refugiados palestinos que llevaban décadas viviendo en Irak vieron revocados sus permisos de residencia y se les volvió a clasificar como extranjeros. Se difundió la idea de que los refugiados palestinos eran responsables de actos terroristas contra el pueblo iraquí y aumentaron los ataques contra ellos, lo que obligó a muchos a abandonar Irak. La campaña contra los palestinos fue un claro ejemplo de un Estado frágil que intenta mostrar su fuerza tomando como objetivo a un colectivo incapaz de defenderse.

Los Estados frágiles son más propensos a sufrir las consecuencias de la privatización de la violencia y sus efectos pueden tener graves repercusiones sobre la seguridad de las personas y los desplazamientos. Con la fragmentación de los instrumentos de fuerza, el Estado pierde el control físico sobre su territorio y la lealtad del pueblo[1]. Los grupos paramilitares florecieron en ausencia de una autoridad estatal legítima y se inició un ciclo de desintegración que debilitó aún más al Estado frente a los grupos militares privados. Algunos de estos grupos se infiltraron en las instituciones estatales y pusieron su empeño en tomar el control del Estado. Sus actividades transformaron las zonas en las que la gente hacía su vida diaria de manera amenazante, lo que promovió que muchos decidieran marcharse. Por ejemplo, los miembros del ejército de al-Mahdi se infiltraron en la recién creada policía iraquí. La milicia obligó a muchos bagdadíes a abandonar sus lugares de residencia con la amenaza de la violencia, alojó a familias que habían sido desplazadas por milicias opuestas a ella en los hogares que habían quedado forzosamente libres, atacó a tenderos y a panaderos para obligar a los sectores de población que habían tomado como objetivo a huir hacia otros barrios con el fin de que los miembros de la milicia pudieran saquear sus casas y repoblar las zonas con gente que les fuese leal. Éstas fueron manifestaciones de la fragilidad del Estado en la vida cotidiana de los iraquíes. Supusieron una amenaza para la seguridad de las personas y provocaron desplazamientos.

Estas dinámicas ejercen otros efectos importantes sobre el desplazamiento. La migración afecta al contexto en el que se toman las futuras decisiones sobre este fenómeno.[2] Cuando familiares, amigos y gente de otras redes se marchan, los recursos psicológicos y sociales de quienes se quedan atrás disminuyen. La disminución de las redes de familiares y amigos contribuye al proceso de desplazamiento ya que reduce el apoyo y la capacidad de lidiar con la situación de las personas que se quedan. En una sociedad donde la integridad de la unidad familiar está tan sumamente valorada, quienes se quedan atrás se vuelven más propensos a migrar. Muchos iraquíes que al principio no decidieron marcharse pronto se vieron obligados a hacerlo para poder reencontrarse con otros miembros de su familia. La carga de vivir aislado de la familia en un Estado en proceso de ser fallido suponía un coste demasiado alto.

Los mendaítas –una antigua secta monoteísta– se encontraron con que ya no podían seguir practicando en público los rituales característicos esenciales para su identidad como comunidad por temor a ser disparados. Tanto sus sacerdotes como, de manera más general, los miembros de su comunidad fueron atacados. El frágil Estado iraquí fue incapaz de protegerlos. Algunos creían que tampoco estaba dispuesto a hacerlo debido a que no eran musulmanes. La dispersión de mendaítas iraquíes alrededor del mundo se ha intensificado desde 2003; su fe les prohíbe casarse y procrear fuera de su comunidad y por tanto el desplazamiento y la dispersión representan una amenaza existencial para esta antigua congregación.[3]

Demasiados gobiernos perciben –o más bien exponen– a los refugiados como una amenaza para su soberanía. Estos Gobiernos deberían recordar que casi con total seguridad los Estados frágiles producirán refugiados y desplazados internos y que los Estados no se encuentran solos en el vacío. El más débil de los Estados puede sobrevivir gracias al apoyo de la comunidad internacional y los fuertes pueden desmoronarse si ésta inicia procesos destructivos[4]. Los Gobiernos deberían evitar iniciar procesos que sean destructivos para los Estados si desean reducir una producción de refugiados que todos parecen temer por igual.

 

Ali A. K. Ali aliakali@ymail.com es investigador posdoctoral principal del Departamento de Desarrollo Internacional de la Escuela de Ciencias Económicas de Londres. Su trabajo de doctorado fue respaldado por el Instituto Británico para el Estudio de Irak y el AHRC (Consejo de Investigación en Artes y Humanidades).



[1] Véase también el libro de Mary Kaldor New and Old Wars: Organized Violence in a Global Era (Nuevas y viejas guerras: violencia organizada en la era global), Cambridge: Polity Press 2012.

[2] Véase también Douglas Massey “Social Structure, Household Strategies, and the Cumulative Causation of Migration” (Estructura social, estrategias familiares y la causalidad acumulativa de la migración)

 Population Index Vol 56, No. 1 (Spring, 1990) www.jstor.org/stable/10.2307/3644186

[3] Véase Ali A. K. AliDisplacement and statecraft in Iraq: Recent trends, older roots” (Desplazamiento y el arte de gobernar en Iraq: tendencias recientes, raíces antiguas), International Journal of Contemporary Iraqi Studies vol 5 no 2 2011 http://tinyurl.com/AliAKAli-IJCIS2011

[4] Véase también Zolberg et al Escape from Violence: Conflict and the Refugee Crisis in the Developing World (Escapar de la violencia: el conflicto y la crisis de los refugiados en el mundo desarrollado), Nueva York: OUP 1989.

 

 

 

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