Comprender los conceptos de los refugiados sobre violencia sexual y de género

Las campañas de prevención de la violencia sexual y de género que incorporen la comprensión de la sensibilidad cultural tendrán más posibilidades de derribar las barreras para el acceso a los servicios.

El número de refugiados en Kenia ha aumentado de aproximadamente 12.000 refugiados registrados en 1988 a 616.555 en 2012, la gran mayoría procedente de los países vecinos del Cuerno de África. Con la esperanza de haber encontrado un refugio seguro en el país de asilo, muchos en cambio se han vuelto vulnerables a una serie de nuevos riesgos en el contexto de los refugiados, incluyendo la muy real amenaza de violencia sexual y de género (VSG).

En 2011, la ONG internacional RefugePoint llevó a cabo un estudio entre refugiados hombres y mujeres seleccionados al azar que vivían en Nairobi para explorar los conocimientos y las actitudes de los refugiados frente al comportamiento denominado “VSG” por los actores humanitarios. El ACNUR define la VSG como “la violencia que es dirigida hacia una persona con base en su género o sexo. Esta definición incluye actos que causan daño o sufrimiento físico, mental o sexual; la amenaza de tales actos, la coerción y otras formas de privación de la libertad.”[1] Este estudio exploró de qué manera tales definiciones oficiales se traducen en las culturas locales que contienen sus propias ideas acerca de las normas de género y el comportamiento aceptable.

El estudio documentó que las mujeres refugiadas solteras de 20 a 35 años de edad son especialmente vulnerables a la VSG. Sin un hombre protector y proveedor tradicional, las limitadas opciones de medios de subsistencia disponibles para las mujeres refugiadas aumentan su riesgo de sufrir VSG. Muchas de quienes reportan incidentes se desempeñan como trabajadoras domésticas o vendedoras ambulantes y son agredidas durante su trabajo o en la noche cuando regresan a su casa. Los incidentes de VSG fueron más frecuentes durante sus primeros dos años en Nairobi, cuando las solicitantes de asilo y refugiadas estaban menos familiarizadas con la zona y tenían menos mecanismos de apoyo.

La mayoría de las supervivientes entrevistadas no habían recibido tratamiento médico después de ser agredidas. La mayoría de las mujeres entrevistadas no habla inglés o el idioma oficial local, swahili, y explicaron que el estigma les impide pedirle a otro miembro de la comunidad que sirva de intérprete. Las mujeres recalcaron repetidamente las consecuencias sociales negativas si se llega a saber que una mujer ha sido violada, como ser catalogada como trabajadora sexual, presumirse que fue contagiada con VIH/SIDA y considerarse no apta para el matrimonio. El reconocimiento de un incidente de VSG se considera vergonzoso y varias supervivientes describieron que vestían el niqab (velo en la cara) para que no pudieran ser identificadas y ridiculizadas. El tabú de hablar abiertamente de todo lo relacionado con las relaciones sexuales también impide que algunas mujeres busquen ayuda.

Las traducciones directas de la terminología sobre VSG no necesariamente existen dentro de los léxicos de las comunidades de refugiados. Si no existen palabras equivalentes para describir una forma particular de VSG, ¿hasta qué punto puede ser conceptualizada por la comunidad para que exista como violación?

Se concluyó que el consentimiento era un concepto fundamental que desafiaba cualquier traducción clara directa. La pasividad sexual (hombre oromo: “Algunas no se resistirán a nada de lo que haces, lo que significa que han dado su consentimiento”), el pudoroso rechazo a tener sexo para parecer “decente” (hombre oromo: “Los hombres piensan que ella es fácil si dice que sí de inmediato... nunca dirá que sí, así que debo usar un poco la fuerza ... porque esto es normal”) y especialmente la relación marital (mujer somalí: “No existe eso de ser forzada – es sólo parte de un acuerdo entre marido y mujer”) fueron señalados como signos de consentimiento entre estas comunidades.

La suposición del consentimiento de la esposa en el matrimonio tiene consecuencias en la denuncia de la violencia física y sexual por parte de un cónyuge. Se encontró que esto ocurre habitualmente, pero está esencialmente inmerso en el silencio, ya que no se considera una violación. Los hallazgos sugieren que la naturaleza normalizada de tal violencia combinada con las expectativas culturales de la obediencia de la esposa y la fidelidad a los maridos también contribuyen a las bajas tasas de denuncia (mujer oromo: “Golpear es algo que proviene de nuestros antepasados... es normal que un marido golpee a su esposa”). La violencia de pareja puede incluso ser vista de manera positiva por la víctima – para algunas mujeres, el ser golpeadas se percibe como una prueba de amor de un esposo hacia su esposa.

A pesar de que, en teoría, la negativa a los avances sexuales de un cónyuge está permitida, la presión emocional y las normas culturales parecen minar en la práctica la capacidad de un individuo de negarse. En estas comunidades, el matrimonio es comúnmente equiparado al consentimiento sexual de por vida, la voluntad de la esposa se considera indistinguible de la de su marido, lo que sugiere que las concepciones locales de VSG no suelen incluir la posibilidad de que el marido sea un agresor. Esto plantea la cuestión de qué tan coherentes son las traducciones de términos como “violación” entre las culturas que consideran que el marido tiene un derecho sexual casi ilimitado sobre su esposa y los significados atribuidos por los actores humanitarios foráneos.

Al comprender el significado del comportamiento culturalmente normalizado, los proveedores de servicios puedan entender mejor los hábitos de baja denuncia y búsqueda de asistencia entre los refugiados supervivientes de VSG. Entonces, a su vez, ellos pueden crear intervenciones más sensibles culturalmente, las cuales tienen mayores posibilidades de lograr mejorar la prevención primaria.

Entre los refugiados, existe una falta de información sobre los beneficios de los servicios de salud para supervivientes de violencia sexual, pese a que los actores humanitarios en Nairobi están seguros que este tema ha sido abordado adecuadamente en las campañas de educación comunitaria. Esto puede ser un indicio de que los conceptos y el lenguaje de las campañas no han sido tan efectivos como se esperaba.

La policía y el personal de salud también deben ser conscientes del temor que las mujeres refugiadas sienten de expresarse y deben garantizar que a las refugiadas que buscan asistencia se les realiza preguntas directas y se les da tiempo para revelar sus experiencias. Es fundamental que las estaciones de policía y los centros de salud cuenten con traductores de confianza y debidamente formados. Los agentes de policía, el personal de salud y los traductores deben ser conscientes de que las personas de estas comunidades no se sienten cómodas usando términos explícitos para comunicar su experiencia y deben estar atentos a los matices del relato de un paciente. Para mejorar las tasas de denuncias es fundamental garantizar que las comisarías de policía y los centros de salud ofrezcan espacios seguros para reportar incidentes, que los traductores estén formados sobre temas de confidencialidad y que las comunidades estén bien informadas. Estas lecciones pueden aplicarse en muchas sociedades occidentales, donde los incidentes de VSG continúan siendo poco denunciados.

El estudio documentó la alta incidencia y actual tolerancia de la VSG en las comunidades de refugiados del Cuerno de África en Nairobi. Dadas las diferentes interpretaciones de la VSG dentro de las comunidades de refugiados, los actores humanitarios deben ser muy cuidadosos en el diseño y facilitación de campañas de información y de prevención sobre este tema. No se debe suponer que el lenguaje humanitario en torno a la VSG puede traducirse directamente a los idiomas locales y los sistemas de creencias culturales; y debe evitarse el uso de jerga y terminología foránea.

RefugePoint ha compartido los resultados de esta investigación con una amplia red de actores y organizaciones humanitarios, y los ha incorporado en el diseño de las recientes campañas comunitarias sobre VSG y salud reproductiva. Al involucrar a las comunidades (incluyendo a los líderes religiosos y otros líderes de opinión de la comunidad) en la implementación de las campañas de cambio de comportamiento y en la producción participativa de materiales de comunicación, los actores humanitarios pueden ayudar a garantizar que el lenguaje, las imágenes y los temas son comprendidos claramente y tienen repercusión cultural.

 

Carrie Hough hough@refugepoint.org es Investigador y Oficial de Protección de RefugePoint www.refugepoint.org

Este artículo se basa en un informe más extenso titulado “Un hombre que no golpea a su esposa no es un hombre”: Factores de riesgo y concepciones culturales de la violencia sexual y de género entre los refugiados del Cuerno de África en Nairobi, disponible en inglés en, http://issuu.com/refugepoint/docs/rp_2012_sgvb_report_fnl_lores/1

 

 


[1] Violencia sexual y por motivos de género en contra de personas refugiadas, retornadas y desplazadas internas. Guía para la prevención y respuesta (2003). Disponible en http://www.acnur.org/biblioteca/pdf/3667.pdf

 

 

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