El significado de ser joven y desplazado

Una joven de la Colombia rural evalúa los sentimientos de pérdida y aislamiento tras  haberse visto obligada a huir a Costa Rica.

Todo comenzó a mis 25 años. Hasta ese momento, tuve una vida rodeada de una aparente tranquilidad, pero, el segundo semestre del año 2008, sucedió algo nuevo y trágico. Mi futuro  en Colombia se murió cuando mi familia fue asesinada a tan solo dos cuadras de la estación de policía de mi ciudad natal. Ese hecho no solo acabó con la vida de personas sino que cambio mi vida y la del resto de mi familia, para siempre.

Tras el duelo, la primera y más impactante consecuencia fue cuando, junto a mi familia, me vi obligada a tomar la decisión de partir; la segunda,  preparar el viaje; la tercera, viajar, llegar al destino, y finalmente encarar, y aceptar que estábamos en un lugar desconocido, algo que nunca habíamos imaginado, como nos pasa a tantos colombianos que llegamos a Costa Rica. En ese paso se nos fueron gran parte de nuestros recursos económicos y quedamos inmersos en una ciudad, solos, desprotegidos, con miedo, hambre, llorando, sin dormir y por si fuera poco, sin esperanza. Sobre todo preguntándonos ¿quiénes somos? ¿dónde estamos? ¿dónde están nuestros sueños? ¿nuestra familia? ¿nuestros amigos? ¿nuestra tierra? ¿nuestra cultura? ¿nuestra integridad?.

¿Integración o exclusión?

La relación entre los y las jóvenes refugiados que estábamos involucrados en actividades del ACNUR en Costa Rica, era cercana. Éramos jóvenes rurales entre 17 y 30 años, todos compartíamos una cultura parecida y hablamos la misma lengua. No nos preguntábamos por nuestras respectivas historias personales porque nos invadía el dolor, pero nos sentíamos identificados y esto nos motivaba para luchar por mejorar las situaciones de las personas refugiadas. Otros, sin embargo, nos ven y nos juzgan de otra manera, por los estereotipos hacia los colombianos, y los colombianos de zonas rurales en particular, haciendo que nuestro proceso de integración sea más difícil y lento.

Sin documentos, teníamos pocas opciones de trabajo. En Costa Rica, cuando se es solicitante de asilo no se puede trabajar hasta que sea aprobado el refugio, y este proceso tarda varios meses. Esto supone una desventaja en lo que respecta a la participación en las expresiones culturales desde las cuales se puede construir un sujeto específico como es el “ser joven”. Para un joven rural todo resulta muy ajeno. Los jóvenes urbanos están más vinculados a las instituciones sociales que legitiman ciertos valores y prácticas (universidades, colectivos, sectores de la ciudad asociados con jóvenes). Esto permite que los jóvenes urbanos puedan vivir experiencias consideradas “juveniles” pues están en una órbita de consumo propio del comercio de las ciudades

Nosotros, como jóvenes migrantes rurales, carecemos de los recursos económicos que podrían generar mejores alternativas comparadas a las que puede alcanzar un joven de origen urbano y posiblemente con un estatus económico más alto. Se asume que el joven rural es ignorante. Por otra parte, se suele achacar cualquier brote de violencia o criminalidad a los jóvenes de las zonas más pobres de la ciudad.

Estas dificultades se relacionan y hacen que la mayoría tengan que llegar a vivir en barrios con situaciones económicas difíciles. Llevan a que los y las jóvenes rurales sean vulnerables ante otras situaciones difíciles como robos, drogas y pandillas. A esto se suma la falta de acceso a la educación para quienes no disponen de todos los documentos o por el costo de la alimentación y el transporte.

Con el paso de los años, crece el sentimiento de no ser ni de aquí ni de allá. Nuestro acento y apariencia son diferentes; nos falta sentido de ubicación y orientación en algunos aspectos, pues abiertamente se prefiere apoyar los nacionales; nos falta adaptarnos a  la nueva sociedad y sentirnos parte de ella; nos resulta difícil hacer amistades, pues no confiamos fácilmente en los demás;  no aceptamos la nueva realidad, recordamos lo vivido y comenzamos a cuestionar nuestra personalidad sin saber con exactitud qué queremos.

De este modo, a veces preferimos no decir de qué ciudad venimos para evitar un nuevo juzgamiento, puesto que los jóvenes rurales en ocasiones “no existimos” pues somos invisibilizados y nuestras experiencias no son consideradas como experiencias “de juventud”.

A modo de cierre

Al igual que yo, para muchos jóvenes rurales, el desplazamiento forzado es un suceso más de una serie de exclusiones, abandono, desprotección y marginación por parte del gobierno colombiano. Todas estas exclusiones o algunas de ellas son lo que nos hace cruzar fronteras.

En mi caso, afortunadamente, tuve la posibilidad de ir a la universidad y encontré con mi familia una congregación religiosa que, sin conocernos, nos apoyó desde que apenas llegamos a Costa Rica y hasta hoy, que escribo desde Canadá.  

¿Cuántos colombianos más tendrán que pasar por esto? ¿Que más tiene que suceder para que se decida hacer un cambio?.

 

Tamara Velásquez [taliv28@hotmail.com] es ingeniera industrial y fue refugiada, aunque ahora tiene residencia permanente en Canadá

 

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