Las distintas movilidades de las comunidades en las islas del Pacífico

Los tipos de movilidad en las islas del Pacífico son varios y distintos. Los estudios de caso en la región nos permiten ver cuáles son las acciones y las voluntades de las personas, los hogares y las comunidades a la luz de una vulnerabilidad por cuestiones climáticas en rápido aumento.

Las islas del Pacífico ocupan un lugar destacado en los debates mundiales sobre la movilidad relacionada con cuestiones climáticas, habida cuenta de la vulnerabilidad de la región a los efectos del cambio climático. Algunas estimaciones sugieren que para el año 2050 hasta 1,7 millones de personas de la región migrarán o serán desplazadas por los efectos del cambio climático[1]. Esos desplazamientos se manifiestan de diversas formas, entre ellas con la reubicación planificada de comunidades, la migración de zonas rurales a zonas urbanas (o hacia las principales islas) y la migración transfronteriza[2].

Reubicación – Fiyi

El Gobierno de Fiyi ha determinado que, al menos, 42 poblados serán sometidos a una reubicación planificada como posible respuesta de adaptación a los riesgos del cambio climático. Las comunidades afectadas pertenecen a zonas costeras de baja altitud que sufren la anegación de viviendas y cementerios ancestrales, la erosión del litoral, temporales e intrusión salina en tierras cultivables y fuentes de agua potable. Varios poblados —algunos con el apoyo de ministerios gubernamentales, donantes y ONG— han emprendido el proceso de reubicación de sus hogares, medios de vida y comunidades lejos de las zonas de riesgo ambiental.

Por ejemplo, en 2014, la localidad costera de Vunidogoloa, en Vanua Levu, se trasladó a unos terrenos más elevados para reducir su exposición a la erosión costera y no acabar anegada. Su nuevo emplazamiento se encuentra a unos 2 km tierra adentro —situado en tierras que tradicionalmente han pertenecido al clan— y ofrece una mejora en sus viviendas e infraestructuras, acceso a terrenos agrícolas y a actividades para ganarse el sustento, además de un mejor acceso a servicios sanitarios y educativos, a las carreteras principales y a los mercados. Fue la comunidad quien inició el traslado y tanto sus miembros como sus líderes desempeñaron un papel clave en la planificación y la toma de decisiones; facilitado por las alianzas y la colaboración entre los líderes y miembros de la comunidad, las redes de iglesias, los organismos donantes, la Diputación Provincial y los ministerios gubernamentales. Entre los retos que ha planteado la reubicación están los cambios en la dieta y el estilo de vida (entre otras cosas, debido a un mejor acceso a los centros urbanos), el menor apego a la zona, la falta de un lugar de culto (que se está solucionando con la construcción de una iglesia financiada por la comunidad) y unas infraestructuras incompletas. Otros poblados de Fiyi también se están retirando de las líneas costeras que empiezan a ser invadidas por el agua, tanto con el apoyo del Gobierno y los donantes como sin él, si bien algunos no están reubicando a toda su comunidad. En 2015, en el asentamiento costero de Vunisavisavi (Vanua Levu), solo se construyeron cuatro nuevas viviendas (con ayuda de donantes) más allá de la zona de anegamiento, mientras que en otras casas se hicieron mejoras para hacerlas resistentes a los ciclones. La retirada a zonas cercanas de tan solo unos pocos hogares ha hecho que el efecto de la disrupción de la vida cotidiana, el empleo y el apego al lugar sean limitados.

Estas reubicaciones planificadas nos ofrecen lecciones acerca de lo que es necesario, como procesos inclusivos de toma de decisiones antes, durante y después de la reubicación; una continuidad de la vida espiritual y cultural de las comunidades; el mantenimiento o la mejora del nivel de vida, incluido el acceso a servicios (sanidad, educación, mercados) e infraestructuras para las familias y las comunidades; y la planificación laboral para que todos los miembros de la comunidad puedan acceder a unos medios de vida sostenibles.

Atraídos por la ciudad – Fiyi

La migración desde zonas rurales a urbanas puede ser una estrategia positiva para la diversificación laboral y el aumento de la resiliencia, también para las comunidades que se enfrentan a riesgos de tipo climático en la región de las islas del Pacífico, donde los centros urbanos y las islas principales ya atraen a un gran número de personas. Algunos migrantes urbanos canalizan parte de sus ingresos para fomentar la resiliencia y la capacidad de adaptación en las zonas rurales y remotas. Algunos residentes de la localidad rural de Lobau (Fiyi), por ejemplo, han pasado de dedicarse a la agricultura y la ganadería de subsistencia a trabajar en la economía monetaria en los centros urbanos, pero parte de sus ingresos se destina a proyectos e instalaciones comunitarios, como la construcción y reparación del centro social de Lobau, que se utiliza como centro de evacuación en caso de desastre. Los migrantes urbanos también envían dinero en efectivo a los que se quedan en el poblado, mientras que estos envían productos locales a quienes han migrado a entornos urbanos. La migración desde el campo a la ciudad en Fiyi, y en otras partes de la región, no solo puede ayudar a las personas a conseguir un medio de vida sostenible, sino que también supone cada vez más una forma de fomentar la resiliencia ante cambios medioambientales y desastres (aunque, como ocurre con la mayoría de los tipos de movilidad, también puede entrañar riesgos). En las zonas rurales, la supervivencia de las personas depende de una mezcla precaria de fuentes de ingresos agrícolas y no agrícolas. Será necesaria una mayor participación y apoyo de las administraciones públicas para garantizar que estos sectores se conecten y complementen entre sí si se quiere que las estrategias de subsistencia, como la migración interna, contribuyan a mejorar los resultados de los hogares rurales en lo que respecta a sus medios de vida.

Ir a trabajar al extranjero – a Australia

El Programa de Trabajadores Temporales (SWP, por sus siglas en inglés) de Australia, en marcha desde 2012, permite a los ciudadanos de nueve países insulares del Pacífico y Timor Oriental trabajar como temporeros en los sectores de la agricultura y el alojamiento de este país. Su finalidad es la de suplir la falta de mano de obra australiana y, al mismo tiempo, contribuir al desarrollo económico de los países de donde proceden los trabajadores. De los 12 migrantes procedentes de las Islas Salomón que participaban en el SWP que fueron entrevistados, todos tenían previsto utilizar el dinero que ganaban en Australia para construir o reformar sus viviendas en sus islas natales. Un trabajador, por ejemplo, explicó cómo la reforma de su casa — que pasó de ser una construcción de paja a una de hierro, hormigón y madera— le proporcionaría una mayor protección a su familia ante las inclemencias del tiempo. Otro trabajador estaba pensando precisamente en dónde construir su nueva casa, dado que la actual estaba situada muy cerca de la costa y había sido testigo de cómo la línea costera se había ido reduciendo en los últimos años. Por último, un tercer trabajador estaba realizando aportaciones para la construcción de un hostal en su pueblo bajo la premisa de que esto podría ayudarles a atraer a las ONG para que implantaran allí proyectos ambientales.

En resumen, el aumento de la resiliencia frente a cuestiones climáticas es una parte fundamental de la búsqueda de oportunidades laborales fuera de su territorio por parte de los migrantes de las islas del Pacífico. En vista de ello, la incorporación al SWP de formación en la construcción de viviendas preparadas para el clima —algo que también es relevante a nivel cultural, contextual y geográfico— es un ejemplo de cómo se podrían integrar mejor las medidas para abordar el riesgo climático en la movilidad internacional de la mano de obra.

Renovar el arraigo cultural al lugar – Tuvalu

La localidad de Funafala, en Tuvalu, solo es accesible por mar. Allí las infraestructuras son limitadas, no hay escuelas, tiendas o carreteras y ni un servicio público de ferri que comunique con la capital del país que se encuentra a una hora de distancia en lancha. Funafala, como el resto de Tuvalu, se encuentra en un atolón de baja altitud y está sufriendo la erosión costera. Cabría esperar que esta remota comunidad insular, que no dispone siquiera de una economía monetaria, experimentase un éxodo, pero en realidad ocurre lo contrario. Las diez familias que componen Funafala son muy conscientes de los riesgos del cambio climático, en especial de los derivados de la subida del nivel del mar, pero ninguna se plantea marcharse. Es más, el número de familias está creciendo. ¿Por qué ocurre esto?

Las tierras de Funafala han pertenecido tradicionalmente al pueblo indígena de Funafuti que forma parte del mismo grupo indígena que posee tierras en la capital de Tuvalu. El lugar donde se sitúa esta localidad ha sido históricamente un área de asentamiento para el pueblo Funafuti, pero cambios como la creciente urbanización de la capital han hecho que el número de habitantes haya ido variando a lo largo del tiempo. Todos los actuales miembros de la comunidad valoran la oportunidad de vivir una vida más tradicional en comparación con la vida en la propia capital, y esto está impulsando la migración a la aldea. La pesca y el cultivo doméstico de alimentos ofrecen, al menos, unos medios de subsistencia parciales y en esa zona es más fácil obtener materiales artesanales. La mayoría de los hogares complementan sus medios de subsistencia con algún tipo de empleo remunerado en la capital. Los depósitos de agua y los paneles solares suministran agua y energía eléctrica a todas las casas. Las escolleras construidas con materiales y mano de obra locales son añadidos recientes, y se han plantado manglares como protección contra la erosión costera. La comunidad ha construido una nueva capilla, un centro social y ha ejercido presión para que se construya una escuela, cosa que el Gobierno central ha prometido, así que, cuando esté construida, es probable que la población de Funafala se incremente todavía más. Actualmente, las familias con hijos reparten su tiempo entre la capital y Funafala para que puedan ir a la escuela y, de hecho, esta localidad está falta de una generación más joven entre su población. Los residentes coinciden en que, una vez que tengan escuela, más familias jóvenes tenderán a mudarse a Funafala.

Los miembros de la comunidad hablan de la importancia que conceden a la preservación de su cultura y de su salud, prioridades que sopesan cuidadosamente con los riesgos a largo plazo del cambio climático. Actualmente, nadie siente inseguridad a nivel físico, y en las casas sencillas es relativamente fácil reparar los daños derivados de las inundaciones, las tormentas y la erosión. El pueblo Funafala es muy consciente de los destacados y amplios debates acerca de que Tuvalu se volverá inhabitable en algún momento del futuro, pero mientras tanto están renovando sus conexiones con su tierra mientras todavía haya tiempo, fomentando la resiliencia cultural y social, y de los medios de vida. El ejemplo de Funafala va en línea con la prioridad política nacional de Tuvalu de adaptarse al cambio climático in situ. La fortificación física de las islas que se encuentran a baja altitud, que probablemente sea necesaria para que las comunidades puedan quedarse en sus tierras nativas a largo plazo, es una cuestión a la que los socios internacionales de Tuvalu deben dar mayor prioridad. Si bien son muchos los problemas técnicos y financieros que hay para lograr esta fortificación física, también habrá que valorar cuidadosamente las repercusiones culturales, sociales y ambientales locales en caso de que proyectos a gran escala como la recuperación de tierras se vuelvan factibles.

El contexto político

Las comunidades insulares afectadas están aplicando una serie de estrategias de movilidad para minimizar sus riesgos y aumentar su resiliencia y su capacidad de adaptación. Estas estrategias se adoptan a nivel individual, familiar y comunitario y se distinguen por sus distintas motivaciones, rumbos y resultados. Aunque, por el momento, muchas de las políticas migratorias formuladas en la región solo están teniendo en cuenta, a grandes rasgos, las presiones y los procesos que afectan a la movilidad en el contexto del cambio climático, existen algunos instrumentos políticos específicos. El Gobierno de Fiyi, por ejemplo, ha elaborado unas directrices nacionales de reubicación planificada —que se presentaron en la COP24 de 2018[3]— para orientar a las partes interesadas acerca de todas las etapas del proceso de reubicación como respuesta al cambio climático. El Gobierno de Fiyi también ha creado un Fondo Fiduciario para la Reubicación por razones Climáticas y los Desplazados (presentado en la Asamblea General de la ONU en 2019): el primer fondo mundial de reubicación para las personas desplazadas o que se reubican debido a los efectos del cambio climático. Mientras tanto, Vanuatu ha establecido una Política Nacional sobre el Cambio Climático y los Desplazamientos a causa de Desastres, un instrumento que ofrece unas directrices a las autoridades públicas y a los actores no gubernamentales para la aplicación de enfoques sectoriales y orientados a los sistemas cuando se produzcan desplazamientos. Sin embargo, sigue resultando difícil pasar de unos objetivos políticos y principios rectores generales a unas directivas y disposiciones claras para su implementación en las islas del Pacífico. Entre tanto, es necesario que el desarrollo de cualquier política se base en un sólido conocimiento de la realidad que gira en torno a las estrategias de movilidad de la gente y de los factores que intervienen en su toma de decisiones. Es importante que, en la elaboración de políticas, se reconozca que las personas abordan los riesgos climáticos (directa e indirectamente) en los distintos lugares en que viven y a través de su movilidad, y que se incorporen mecanismos de apoyo innovadores y flexibles.

 

Fanny Thornton Fanny.Thornton@canberra.edu.au
Profesora adjunta, Universidad de Canberra www.canberra.edu.au

Karen E McNamara karen.mcnamara@uq.edu.au
Profesora adjunta, Universidad de Queensland www.uq.edu.au

Olivia Dun olivia.dun@unimelb.edu.au
Investigadora adjunta, Universidad de Melbourne www.unimelb.edu.au

Carol Farbotko Carol.Farbotko@csiro.au
Investigadora científica, Organización de Investigación Científica e Industrial del Commonwealth de Australia www.csiro.au; Investigadora adjunta, Universidad de Melbourne www.unimelb.edu.au

Celia McMichael Celia.McMichael@unimelb.edu.au
Profesora titular, Universidad de Melbourne www.unimelb.edu.au

Merewalesi Yee merewalesi.yee@uq.edu.au
Investigadora doctoral, Universidad de Queensland www.uq.edu.au

Sabira Coelho scoelho@iom.int
Directora de programa, Organización Internacional para las Migraciones www.iom.int/asia-and-pacific

Tim Westbury t.westbury@uq.edu.au
Asociado, Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia y el Pacífico www.unescap.org/subregional-office/pacific; Investigador doctoral, Universidad de Queensland www.uq.edu.au

Sharon James sjames@iom.int
Gestora de proyectos, Organización Internacional para las Migraciones www.iom.int/asia-and-pacific

Frances Namoumou francesn@pcc.org.fj
Directora de programa, Conferencia de Iglesias del Pacífico https://pacificconferenceofchurches.org

Los autores agradecen sus contribuciones a este escrito a Teresia Powell y Merineta Kitara

 

[1] Campbell J R y Warrick O (2014) Climate Change and Migration Issues in the Pacific, CESPAP: Suva www.unescap.org/resources/climate-change-and-migration-issues-pacific

[2] Los contenidos de este artículo fueron producidos como parte del proyecto para el establecimiento de vínculos del Australian Research Council Transformative human mobilities in a changing climate(LP170101136) y la beca “Navigating rising seas” de la National Geographic Society (HJ2-194R-18). Los autores desean manifestar su reconocimiento y agradecimiento por la ayuda financiera recibida.

[3] www.refworld.org/docid/5c3c92204.html

 

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