¿Prevenir o proseguir con el desplazamiento?

Entre las distintas opciones de supervivencia de los civiles en situación de riesgo se encuentran tanto el evitar un desplazamiento como el intentar llevarlo a cabo. Pero en el intento de mitigar los riesgos de cualquiera de las dos opciones, también existen las superposiciones, combinaciones y puntos intermedios inherentes a cualquier elección.

La percepción de que el desplazamiento es un fracaso de los extranjeros en su intento de evitar que los civiles sean expulsados de sus hogares se basa en varios supuestos que son discutibles: en primer lugar, que se debería prevenir el desplazamiento en vez de impulsarlo; en segundo lugar, que los extranjeros pueden influir más en el desplazamiento que la población autóctona; y en tercer lugar, que el desplazamiento consiste en que la gente se ve obligada a exiliarse en un momento en concreto.

Sea inteligente o no, los civiles intentan mantenerse firmes en su decisión. El desplazamiento puede perturbar factores fundamentales para la vida como el sustento, los servicios y las unidades y redes sociales de protección. El exilio puede resultar peligroso y los destinos que se creían seguros a menudo resultan ser mortales también. Si en una situación determinada tanto el quedarse como el marcharse son elecciones peligrosas, la familiaridad con el propio hábitat puede ser – o no – un argumento decisivo para quedarse. Como dijo Fred Cuny: “cualquier estrategia que pueda ayudarnos a reducir el desplazamiento constituye un elemento importante en la reducción del número de muertes”. Éste halló que, al comparar las tasas de mortalidad entre los refugiados y quienes permanecían en las zonas de conflicto, en la mayoría de los casos, éstos últimos tenían más posibilidades de sobrevivir.

Por otro lado, los civiles deberían – y de hecho a menudo lo hacen – prepararse para una emergencia con el fin de evitar el exilio y gracias a esa preparación, poder minimizar según qué riesgos. En el terreno de la reducción del riesgo de catástrofes naturales, todo el mundo planea desplazarse. Pero la reacción política, social y visceral ante la amenaza de un monzón es muy distinta de la que se experimenta ante la amenaza de un machete.

A veces los grupos armados se preparan durante años. En caso de que les pille por sorpresa, los civiles podrían disponer sólo de unos minutos. La mejor postura para salvar vidas sigue siendo el estar preparados para prevenir el desplazamiento o para optar por él. Se podría argumentar que los civiles tienen derecho a quedarse o a marcharse de acuerdo con lo que ellos determinen que es mejor. Pero para la gente que está viviendo la violencia se trata de una cuestión más táctica que legal. Nuestra fórmula democrático-liberal de garantes de la legalidad y titulares de derechos no ofrece destrezas tácticas para vivir al margen de esos derechos y sobrevivir a los asesinos. Y los actores humanitarios, aun habiendo asumido su papel de protectores, en realidad suelen ser los primeros en ser desplazados.

Walter Kälin, ex Representante del Secretario General de la ONU sobre los Derechos Humanos de los Desplazados Internos, sostiene que los constantes nuevos casos de desplazamiento indican que la comunidad internacional está fracasando a la hora de hacer los deberes. Y de hecho los esfuerzos para influir sobre los actores y acontecimientos peligrosos fallan con demasiada frecuencia, haciendo que todo dependa del autocontrol de los beligerantes o de la autoprotección de los mismos civiles. Pero otros hacen hincapié en que los tres principales factores que determinan la supervivencia de aquellos civiles que se enfrentan a la violencia, ya sea in situ o en el exilio, son las acciones de las partes beligerantes, de terceros y de los propios civiles que se encuentran en peligro. Hay demasiadas discusiones y políticas al respecto de unos civiles en riesgo que son precisamente excluidos de las mismas.

Lo cierto es que los esfuerzos de los forasteros por prevenir los desplazamientos pueden estar en ocasiones motivados por el deseo de las partes extranjeras de contener los flujos de población. Y a veces estos esfuerzos no sólo fallan sino que pueden poner a los autóctonos en una situación aún más perjudicial, ya que al animarles a que se queden se podrían interrumpir las estrategias de supervivencia locales, incluido el desplazamiento.

La comunidad internacional no suele controlar si los autóctonos evitan o buscan el desplazamiento, pero a veces lo hace. Puede que el término “migraciones forzadas” no exprese correctamente el grado de autonomía local y la gama de elecciones inteligentes aun en condiciones coactivas. Ver y apoyar este potencial exige humildad por parte de los forasteros y tener en cuenta los distintos tipos de “plan B” que los autóctonos suelen casi siempre desarrollar.

La idea de apoyar las capacidades de los autóctonos para su autopreservación no es nueva. Los organismos de ayuda pueden hacer mucho para crear estrategias que las comunidades puedan emplear con el fin de “mantener sus recursos, escapar de la violencia y mitigar las amenazas”[1]. El Comité Permanente Interagencial de las Naciones Unidas sugiere reforzar la gestión remota mediante la alianza con proveedores indígenas verificados, enfatizando un acceso humanitario localizado e innovador. También defiende que “toda la protección a nivel práctico sea proporcionada desde el principio por y a través de la comunidad”. Independientemente de los mecanismos de apoyo elegidos, éstos siempre deben estar basados en la consulta.

Son los civiles quienes deciden si desean evitar el desplazamiento o llevarlo a cabo y cuál es la mejor manera de mitigar los riesgos de cada una de estas opciones, basándose en sus propios cálculos sobre la seguridad así como en las posibilidades para ganarse el sustento y de acceder a servicios de vital importancia. La comunidad internacional a menudo es consciente de las difíciles elecciones que los autóctonos deben tomar en los meses y años que preceden a un desplazamiento físico y por eso han desarrollado un serie de estrategias. Ofrece su presencia y acompañamiento, y apoya los esfuerzos locales de mediar, dialogar y otras acciones para transformar o gestionar el conflicto. A veces esto promueve políticas comunitarias, alertas tempranas y planes de contingencia. A menudo se apoyan las formas de ganarse el sustento en medio de una inestabilidad crónica con la esperanza de ayudar a los autóctonos a mantener los medios para quedarse in situ. Y cada vez más se establece un aparato de control remoto para que los proyectos puedan seguir adelante a través del personal y los socios homólogos autóctonos incluso tras su evacuación.

Pero todo el mundo está de acuerdo en que estos esfuerzos bienintencionados no suelen triunfar con la frecuencia suficiente y por eso resulta de vital importancia prestar atención a la habitual discrepancia entre la manera en que pretendemos evitar o mitigar el desplazamiento y cómo lo hacen los autóctonos. Por ejemplo:

Nosotros podemos tener más inclinación hacia...

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Mientas que los autóctonos pueden tener más inclinación hacia...

Promover el diálogo con los poderes que ejercen el control.

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Llegar a acuerdos con los poderes que ejercen el control.

Enviar alertas tempranas a los garantes de los derechos.

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Enviar alertas tempranas a quienes estén en problemas.

Mantener a las familias unidas a toda costa.

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Dividir a las familias basándose en cálculos tácticos.

Apoyar la “creación de patrullas de vigilancia ciudadana” al estilo occidental.

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Usar a la policía no sólo en las situaciones de desorden público sino también en las de conflicto armado.

Ofrecer apoyo al empleo basándose en la liberación y posterior recuperación de la producción y los mercados.

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Tomar medidas laborales dando por hecho el resurgir de la violencia y el desplome de la economía a nivel formal.

Centrarse en una agricultura mejorada y en unas cosechas que puedan venderse en el mercado para el abandono de la mera subsistencia basada en la agricultura y la ganadería y en prácticas como el forrajeo.

 

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Continuar con una subsistencia basada en la agricultura, la ganadería y la recolección, y el forrajeo, y las tácticas de exploración, traslados seguros, y parcelas agrícolas escondidas que las hacen más seguras.

Considerar la liquidación de activos como algo que va en contra de la intuición y el desarrollo.

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Liquidar y transferir los activos para proteger la riqueza de la familia, eliminar los recursos que incitan a ser atacados, mantener esos activos fuera de las manos de los criminales y combatientes, y ponerlos en manos de equipos de respuesta iniciales de confianza, reforzando por tanto esas redes.

Deslegitimar los mercados negros y evitar los agentes ilegales de transferencia del dinero.

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Utilizar ambos en gran medida.

Ayudar a preparar al personal autóctono y a los socios para que ellos mismos entreguen la ayuda convencional.

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Perseguir unas tácticas y arquitectura que lleven a una ayuda móvil y más discreta.

 

Tácticas para gestionar los riesgos.

La pérdida de seguridad, el desplome de los medios para ganarse la vida y el colapso de los servicios (especialmente de los de salud) con frecuencia son conocidos como “el centro de gravedad” del conflicto y constituyen los factores que más inducen a la gente a trasladarse. A medida que la violencia se les echa encima, las familias y las comunidades tratan de aumentar su seguridad física, adaptar sus medios de vida y modificar los métodos indígenas de entrega de la ayuda. En su experiencia, el desplazamiento no sólo se define por el traslado de una ubicación a otra sino también por el desmantelamiento y la reconstrucción de una serie de prácticas esenciales. Aun cuando se queda, la gente suele tomar decisiones más importantes incluso que el exilio. Las siguientes son algunas de las cientos de tácticas citadas en el informe del Cuny Center How Civilians Survive Violence: A Preliminary Inventory (Cómo los civiles sobreviven a la violencia: inventario preliminar)[2].

Para aumentar la seguridad podrían: persuadir a los actores amenazadores de que son útiles o inofensivos; fabricar identidades falsas; persuadir a los miembros de la comunidad para que permanezcan neutrales y en paz; negociar con los actores amenazadores; mejorar las destrezas de recopilación y evaluación de la información y la desinformación; dividir a la familia basándose en consideraciones económicas o relativas a las seguridad; realizar todos los días un trayecto entre la casa/granja y un asentamiento oculto; ayudar a grupos especialmente vulnerables o amenazados con medidas de seguridad personal; ayudar a las familias y a otras redes sociales a preparar planes de contingencia contra la violencia; buscar vínculos útiles con gente poderosa; tomar las armas o aliarse con protectores armados.

Para reforzar los medios de sustento pueden diversificar o sustituir las prácticas laborales convencionales y, por ejemplo, reducir el consumo, el gasto y la inversión, y concentrar o vender activos, continuar con la agricultura de subsistencia o el forrajeo, o entrar en economías sumergidas (mercado negro) o de subsistencia. En apoyo a estas tácticas se realizan, por ejemplo, pagos – tasas, impuestos o sobornos – con el fin de que dejen tranquilas sus actividades laborales.

Además pueden buscar apoyo externo para buscar redes de patrocinio – más comúnmente entre entidades religiosas, empresariales, políticas o armadas – y desarrollar redes monetarias como préstamos personales o comerciales y envíos de remesas extranjeras. Por último, como formas de “desplazamiento material” deliberado, pueden usar tácticas financieras de “tira y afloja” como amortizar, desmantelar, liquidar, aprovisionar, consignar, empeñar temporalmente, autodevaluar, etc.

Para proteger los servicios indígenas se pueden llegar a adaptar o adoptar destrezas que ponen la entrega de los mismos en la base del conflicto, y enfatizan la importancia de la recopilación y evaluación de información, la comunicación sensible y los traslados seguros. La arquitectura de la entrega de servicios es frecuentemente alterada mediante el empleo de prácticas esporádicas y de perfil bajo, la desmantelación de servicios hacia formas más discretas y móviles, la reducción de las infraestructuras, la dispersión de los suministros, el personal y los beneficiarios, y delegando trabajo.

Al mirar detenidamente se revela la capacidad de los proveedores y la poblaciones autóctonas para calcular correctamente los riesgos y beneficios de una forma distinta a cómo lo hacen los forasteros. El informe del Cuny Center, Preparedness Support (Apoyo a la preparación), destaca esa revisión profunda. El apoyo a la preparación se basa en asumir la capacidad de autopreservación de los homólogos y comunidades locales y en la capacidad para ayudarles a cultivar sus competencias y acortar el tiempo que tardan en aprender cuando sus vidas están amenazadas. Se basa en escuchar lo que saben, respaldar lo que ya funciona y, quizás, recomendarles tácticas adicionales de entre las que puedan elegir para luego movilizarse. Los autóctonos merecen este apoyo.

 

Casey Barrs (cbarrs@mt.gov) es investigador adjunto de Protección en el Cuny Center www.cunycenter.org

 


[1]             Sorcha O’Callaghan y Sara Pantuliano, Protective Action: Incorporating Civilian Protection into Humanitarian Response (La acción protectora: incorporación de la protección civil a la respuesta humanitaria), Informe nº 26 del Grupo de Política Humanitaria (HPG), Instituto de Desarrollo de Ultramar, Londres, Diciembre de 2007, pág. 4 y 35, www.odi.org.uk/resources/docs/1640.pdf

 

 

 

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