La acción local para proteger a las comunidades en Nigeria

Iniciativas colaborativas y creativas en Nigeria ayudaron a proteger a las comunidades locales de muchos de los efectos de la violencia de Boko Haram. Pero cuando los organismos de ayuda internacional llegaron, ignoraron esos esfuerzos.

Nuestra ciudad, Yola, yace en la frontera con el desierto del Sáhara, donde el verde se vuelve marrón en los mapas del continente. Situada en el estado de Adamawa, en el noreste de Nigeria, Yola es cristiana y musulmana y su historial de tolerancia es largo. La Universidad Americana de Nigeria (AUN, por sus siglas en inglés) fue establecida hace una década aproximadamente por Atiku Abubakar, un ex vicepresidente de Nigeria que se crió en esta zona. Su idea era crear una universidad que ayudara a mejorar la vida de la gente en esta región cuyas tasas de analfabetismo y desempleo son de las más elevadas, y que cuenta con algunas de las mayores tasas mundiales de mortalidad infantil y materna.

La Iniciativa de Paz AUN-Adamawa (AUN-API, por sus siglas en inglés) surgió durante las huelgas nacionales de 2012 por la retirada de las subvenciones a los combustibles. La, por lo general, tolerante ciudad de Yola se volvió tensa e inestable, como gran parte del país. En unas conversaciones entre la AUN y los líderes locales se decidió que uno de los mejores modos de proteger a la comunidad era centrarse en los jóvenes y en las mujeres, quienes carecían de formación, ingresos, a menudo tenían poca familia o ninguna, y poca conexión con la sociedad. Y pronto se tomó la crítica decisión de que fuesen los líderes locales, que eran quienes mejor conocían a la comunidad, los que identificaran a esos individuos en vez de la Universidad. Luego, en la Universidad nosotros diseñaríamos programas para satisfacer sus necesidades. Nunca hubiéramos pensado que los programas diseñados para mejorar el alfabetismo y los ingresos acabarían ayudando a proteger una ciudad.

A medida que la amenaza del grupo extremista islámico Boko Haram[1] aumentaba, el poder identificar y dar apoyo a la gente vulnerable, en especial a los jóvenes varones, se convirtió en la base de una exitosa intervención y de un esfuerzo por proteger la comunidad. Al principio no pensábamos que estos programas estuvieran específicamente diseñados para proteger contra la violencia sino como estrategias para darle una educación, unos ingresos y esperanza a la gente. Pero a medida que pasó el tiempo y que nos fuimos encontrando con miles de jóvenes descontentos, nos quedó claro que solo tenían dos opciones: matricularse en un programa de la AUN-API o unirse a Boko Haram.

“Era Boko Haram o vosotros: no hay nada más para nosotros”. Un joven de 18 años, Yola, Nigeria.

Los primeros programas de la AUN-API erán proyectos de “Paz a través del deporte”, Tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y proyectos de generación de ingresos para mujeres. Pero en marzo de 2014 nos dimos cuenta de que teníamos que ampliar rápidamente nuestros esfuerzos y desempeñar un papel significativo para proteger nuestra comunidad. El emir de Mubi, una localidad situada al norte de la nuestra, nos envió ese mismo mes una solicitud urgente para que la visitáramos y lleváramos comida y ropa. Una docena de miembros de la API condujimos hacia el norte y nos reunimos con él. “Entren a la sala por la siguiente puerta,” dijo, “pero prepárense porque se van a quedar estupefactos”. En la gran sala había unas 500 niñas y mujeres. No había hombres o niños. Cuando le preguntamos a las mujeres dónde estaban sus maridos e hijos, su respuesta nos impactó a todos: “Boko Haram se llevó a nuestros hijos y quemó a nuestros maridos delante de nosotras”. La paz, la protección y la expansión de nuestros programas para llegar a la juventud vulnerable se convirtieron en nuestra obsesión. Pero, ¿qué significaba “protección” en nuestro entorno?

La Universidad ya había establecido su propio cuerpo de seguridad. Con la contratación inicial de 300 personas del lugar, nuestro jefe de seguridad —un ex marine de los Estados Unidos y profesor— trabajó con los miembros de la API para identificar a los jóvenes más mayores y vulnerables y formarlos como guardias. Esto tuvo el efecto dual de reducir la vulnerabilidad de un gran colectivo de personas y de incrementar sus ingresos. Además, esos oficiales de seguridad se convirtieron en símbolos de protección visibles en la comunidad y podían ser nuestros ojos y oídos allí. También fue importante que los miembros de la AUN-API recibieran formación en autoprotección y, como musulmanes y cristianos aprendían juntos, estas actividades favorecieron la comprensión y la conexión entre colectivos religiosos cuyo entendimiento mutuo a menudo era escaso. Esta formación continuó durante tres años y se aportó formación adicional durante los períodos de aumento de la violencia y cerca de las festividades, cuando los ciudadanos formados protegían las iglesias y mezquitas de los demás.

Apoyo para los desplazados internos

Poco después de que regresáramos de Mubi empezaron a llegar personas desplazadas internas. Primero unos cientos, después 5000 y, finalmente, 300 000, en su mayoría mujeres y niños. No tenían comida, ni ropa, ni un lugar donde vivir. El jefe Abdulmumini, uno de nuestros miembros de la AUN-API, dijo que si la Universidad podía aportar semillas y pagar las tasas escolares, los establecería en sus tierras. Recaudamos dinero para comprar semillas, alimentos y ropa e, ingenuamente, creímos que el problema de las personas desplazadas ya estaba resuelto. Pero a lo largo de los siguientes 12 meses llegaron a Yola miles de personas. La inmensa mayoría —según nuestros datos, el 95 %— acabó viviendo en la comunidad en la que tenían familia u otros contactos. El 5 % restante, los más desesperados que no tenían familia allí, se trasladó a los campos de desplazados internos gestionados por el Gobierno.

En abril de 2015 estábamos alimentado a 276 293 personas a la semana. El programa Peace Through Sport (Paz a través del Deporte) tenía entonces casi 12 000 participantes, los Proyectos de generación de ingresos para mujeres contaban con aproximadamente 2000 participantes y la formación en TIC siguió vigente durante todo el período y llegó a alcanzar las 1200 personas. Se mantuvieron dos conferencias de paz con activistas por la paz procedentes de estados muy afectados por la violencia de Boko Haram.

Tras la elección pacífica del Presidente Buhari en mayo de 2015 y de un nuevo gobernador para nuestro estado, muchas personas desplazadas aseguraron que deseaban volver a casa y cultivar sus propias cosechas antes de que empezaran las lluvias. En mayo de 2015, el Gobernador le pidió a la AUN-API que viajara al norte con un convoy del ejército para comprobar si sería seguro para la gente regresar a sus hogares. No lo era. La devastación era general. Casi toda la infraestructura había sido destruida y no había agua potable, centros de salud ni escuelas. Los hogares estaban destruidos; los campos eran estériles. Mientras conducíamos por la región, la gente salía de entre los arbustos para dar las gracias a nuestro compañero, el jefe de seguridad, que no solo había liderado el establecimiento de nuestras fuerzas de seguridad sino que también había llevado un programa de radio semanal sobre autoprotección (que incluía mensajes sobre el paradero de Boko Haram y sugerencias acerca de dónde esconderse). Cientos de personas le felicitaron y le dijeron que les había ayudado a permanecer a salvo y vivos, un recordatorio de lo esencial que resulta ofrecer a la gente que se encuentra bajo amenaza información sobre seguridad básica y autoprotección.

La llegada de los organismos de ayuda internacional.

Los organismos de ayuda internacional empezaron entonces a llegar a Yola. Nuestros miembros de la AUN-API le resumieron a docenas de estos organismos cuál era nuestra perspectiva de la paz, el alcance de nuestra membresía, nuestros programas y lo que habíamos aprendido pero nos ignoraron en gran medida. En vez de basarse en esta experiencia y en nuestra red de contactos, los organismos mostraron escasos deseos de aprender de nosotros y de contar con nuestra ayuda en sus proyectos. He aquí unos cuantos ejemplos:

A lo largo de la crisis, la AUN recopiló datos sobre los desplazados internos (de dónde procedían, su edad, género, nivel educativo, etc.). Cuando ofrecimos ceder estos datos a una organización internacional más grande, su representante nos dijo: “¿Para qué queremos vuestros datos?” Entonces, acudió al gobernador del estado y negoció el pago de una gran suma de dinero para realizar sus propias encuestas.

Muchas víctimas estaban traumatizadas por lo que habían visto y experimentado. Nuestra psicóloga, una terapeuta formada en el tratamiento de traumas, empezó a formar a otros empleados de la AUN para que pudieran ofrecer terapias básicas a aquellas personas que habían experimentado situaciones de violencia. Cuando llegó otro organismo de ayuda internacional, este no se ofreció a apoyar estos esfuerzos para lidiar con el estrés postraumático y se limitó a intentar contratarla y que dejara la AUN.

Desde la AUN ampliamos nuestros esfuerzos gracias a que nuestros estudiantes y personal informático hallaron modos de conectar a las personas que habían perdido a sus familias. También utilizamos nuestro programa de televisión, The Peacemakers (Los pacificadores), y nuestra página web para mostrar fotografías de gente que buscaba a su familia. Cuando le pedimos ayuda a cierto organismo internacional, nos respondieron: “Solo ayudamos a la gente que está en campos”, pese a que la mayoría de los desplazados internos no estaban viviendo en campos sino en pisos repartidos por toda nuestra comunidad.

Los miembros de la AUN-API se reunieron con representantes de otro organismo para debatir sobre la distribución de alimentos. Por aquel entonces, nuestros suministros de alimentos para los refugiados eran muy escasos. No le pedimos al organismo que compartiera sus suministros de alimentos con nosotros sino solo que sus responsables nos dijeran a quiénes estaban alimentando ellos para que no duplicáramos esfuerzos. Su respuesta nos dolió: “No podemos compartir nuestros listados de a quiénes estamos alimentando. ¡Podríais trabajar con Al-Qaeda!”. Un miembro del comité la AUN-API señaló que: “¡Ni siquiera saben que nuestra amenaza terrorista proviene de Boko Haram y no de Al-Qaeda!”

Estas actitudes dieron lugar a esfuerzos mal planteados y hasta podría decirse que provocaron más sufrimiento. Hay mucho trabajo que hacer para que el sistema internacional escuche a quienes trabajan sobre el terreno, que serían quienes más saben, y para que sea más receptivo.

Romper el ciclo

A pesar de decirles a las personas desplazadas que no deberían regresar a sus hogares todavía, querían arriesgarse y volver a casa. Son agricultores, y querían sembrar sus cosechas, intentar volver a ser autosuficientes. La mayoría empezaron a regresar al norte a mediados de septiembre de 2015 y ese mes solo quedaron 100 000 personas en Yola, la mayoría de las cuales siguieron viviendo en nuestra comunidad y conseguían alimentos gracias a nuestros esfuerzos.

Sin embargo, surgieron nuevos problemas. Las tensiones eran grandes en muchas comunidades a las que las personas desplazadas estaban regresando porque algunos de sus miembros habían llevado a cabo ellos mismos algunas de las matanzas. Las comunidades estaban divididas. A la AUN-API le pidieron que asumiera un nuevo papel que consistía en liderar los esfuerzos de reconciliación. Con una pequeña subvención del Gobierno canadiense iniciamos los esfuerzos de reconciliación con las mujeres, niños, líderes religiosos, vigilantes y mayores. Seguimos desarrollando ese trabajo y esperamos ampliarlo.

Nuestros esfuerzos de autoprotección habían funcionado. Habíamos sido capaces de alimentar a casi 300 000 desplazados internos. La violencia de Boko Haram llegó solo hasta los límites de nuestra ciudad y el grupo terrorista no pudo invadir Yola ni reclutar allí. Muchos líderes de la comunidad atribuyen esto a nuestros programas de paz, desarrollo y seguridad. La comunidad sabía que, al igual que sus líderes religiosos y políticos, la Universidad estaba totalmente comprometida con la paz y el progreso.

La violencia de Boko Haram retrocede; los problemas, no. Abandonados en Yola, a las puertas de la Universidad, hay miles de niños que han quedado huérfanos por culpa del conflicto. Las familias los han acogido, y la Universidad ha iniciado programas de “Alimentación y Lectura” para estos niños y niñas, donde se le enseña a leer y escribir y matemáticas básicas mientras se les ofrece un menú gratuito que cocinan vendedores locales. El programa está creciendo pero no podemos seguir asumiendo la demanda. Resulta esencial que estos pequeños esfuerzos sean replicados y ampliados. Si no, el ciclo empezará otra vez y volveremos a tener jóvenes sin formación, desamparados, sin familia, sin apoyo y sin “nada más” en sus vidas. Todos sabemos adónde lleva esto.

 

Margee Ensign margee.ensign@aun.edu.ng

Presidenta de la Universidad Americana de Nigeria www.aun.edu.ng



[1] Desde que dio comienzo la actual insurgencia en 2009, Boko Haram ha matado a 20 000 personas y ha desplazado a 2,3 millones de sus hogares. En 2015 fue clasificado por el Índice de Terrorismo Global como el grupo terrorista más mortífero del mundo.

 

 

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