Los refugiados como primera parada para la protección en Kampala

Como refugiados ruandeses en Kampala, yo y otros como yo estamos en la situación idónea para ayudar a los refugiados recién llegados a orientarse en la ciudad. Es un trabajo exigente pero fundamental.

Uganda es en la actualidad el tercer país más grande del continente africano que acoge a refugiados y alberga a más de 500 000[1]. En Kampala, la capital de Uganda, decenas de miles han llegado desde los países vecinos y de más allá y se han integrado en la vida de la ciudad. Yo misma soy una de esas personas refugiadas asentadas por sus propios medios. Hui de Ruanda y vine a Kampala hace unos diez años.

Como la vida en la ciudad te ofrece un abanico de oportunidades que no se pueden encontrar en los campos y entornos rurales, se espera de los refugiados en Kampala que sean autosuficientes —que encuentren vivienda, trabajo y que se las arreglen solos— y la ayuda por parte de los organismos de ayuda internacional es escasa. Gestionar estos aspectos de tu vida mientras intentas adaptarte a un nuevo entorno supone una prueba física y emocional para muchos. En ausencia de ayuda internacional, hay muchas cosas que los refugiados hacen para ayudarse los unos a los otros en su día a día, y esta ayuda mutua resulta vital como primera línea de protección.

Durante mis primeros años aquí un amigo se prestó a dejarme dinero para que pudieraformarme con un joyero ugandés que luego, una vez me huboinstruido, me dio algunos materiales para que montara un pequeño negocio por mi cuenta y pudiera vender mis diseños de joyería por toda la ciudad. Ahora trabajo a tiempo completo en el Servicio Jesuita a Refugiados, una organización internacional donde enseño arte y artesanía dentro de la formación profesional para los refugiados. Sin embargo, estas destrezas técnicas que transmito a mis alumnos apenas son una pequeña parte de todo el apoyo que puedo ofrecerles a nivel emocional o como amigable guía. Aparte de mi trabajo diario, paso las tardes y los fines de semana reuniéndome con los refugiados que lo necesitan a través de varias redes de contactos que he creado en la ciudad.

Apoyo para los refugiados

En primer lugar, establezco un espacio para la conversación terapéutica sobre los problemas que a la gente a menudo le cuesta expresar delante de los demás, temas que tal vez no les resultaría cómodo compartir con las autoridades o con grandes organizaciones aparentemente objetivas. Los organismos de ayuda internacional, con sus limitaciones financieras, de tiempo y de recursos, rara vez pueden ofrecer ayuda emocional personalizada, y las interacciones a corto plazo con los extraños no dan pie a que nadie comparta sus luchas personales. Los refugiados saben que la ayuda que recibirán será más efectiva y apropiada si trabajan con individuos que ya han pasado por lo mismo que ellos.

Estas conversaciones también me ayudan a entender cuál es la mejor forma de asistirles para satisfacer sus necesidades específicas. Me pregunto a mí misma: ¿Necesitan que les dé dinero, que les ofrezca una habitación en mi casa o que concierte varias citas y les acompañe? ¿O basta con que simplemente les aconseje que se dirijan a proveedores de servicios que les puedan ayudar, que les sugieran oportunidades de conseguir ingresos, o que les ayuden a gestionar sus finanzas? Aunque este enfoque pueda resultar extremadamente intensivo en lo que respecta a tiempo y recursos, me permite ofrecer una asistencia personalizada.

En segundo lugar, actúo como “guía” local para ayudar a otros refugiados —sobre todo a los recién llegados— a aprender a sobrevivir en Kampala. La lista de potenciales necesidades y servicios que necesitan parece interminable e incluyen tareas como acompañar a los particulares a la comisaría de policía cuando se les requiere e informarles de sus derechos para que los agentes oportunistas no se aprovechen de ellos; llevarles al hospital cuando están enfermos, heridos o en estado; y ayudarles con los certificados de defunción y con los preparativos fúnebres.

En tercer lugar, ofrezco orientación y apoyo a jóvenes mujeres en edad escolar, tanto refugiadas como ciudadanas ugandesas. Los derechos de las mujeres son un grave problema aquí en Kampala, pero apenas se debate al respecto[2]. Hace poco ayudé a una joven refugiada que quería desesperadamente ir a la escuela pero no podía reunirlos fondos para pagar las tasas, comprarse un uniforme y cubrir el resto de costes. Ella sentía que sin formación no podría labrarse un futuro prometedor. Otras en su situación consiguen a veces seguridad financiera y, por tanto, la oportunidad de seguir sus aspiraciones académicas empezando una relación con un hombre más mayor. En el caso de esta joven, intervine lo antes posible y lo que hice fue hablar con su escuela y cubrir los costes. Quería asegurarme de que se protegía su seguridad física, sexual y mental. También le di consejos a ella y a su familia para animarles y para darles ideas acerca de cómo seguir cubriendo esos costes ellos mismos en el futuro. De nuevo, crear una relación íntima con esta familia me permitió, en primer lugar, entender su situación y luego ofrecerles consejos desde una posición amistosa en comparación con los consejos predeterminados y genéricos que suelen ofrecer los organismos de ayuda internacional.

Observaciones

Estos pequeños esfuerzos que hago son a nivel individual pero su impacto puede ser monumental, ya que mejoran el bienestar de familias enteras y fomentan unas redes sociales más amplias. Mi labor y lade otros particulares y organizaciones de la comunidad de refugiados puede servir de inspiración a otros refugiados para que asuman una misma vocación de servicio, para que reclamen su dignidad y seguridad en situaciones en las que se les priva de oportunidades y para que rechacen los estereotipos que con frecuencia se les impone de que los refugiados son holgazanes y personas incapaces.

Ayudar a otros refugiados no es una labor exenta de retos y es importante reconocer por lo que pasan los individuos para ayudar a los demás. Esta labor exige un compromiso de tiempo importante para establecer relaciones con las personas y escuchar sus necesidades reales. Cuando los individuos se acercan a mí saben que están hablando con alguien que se preocupa por ellos y que estará allí hasta que sus problemas se hayan resuelto o sean más manejables. Como madre de dos hijos, estoy constantemente compaginando las necesidades de mi propia familia y las de los demás, y estirando mis recursos hasta donde puedan dar.

Hay muy pocas organizaciones externas que ofrezcan una asistencia tan sólida desde el momento en que un refugiado llega al país hasta que está más establecido. En una situación ideal los proveedores de servicios más grandes —entre ellos, ACNUR (la Agencia de la ONU para los Refugiados), sus socios implementadores y el Gobierno ugandés— destinarían más recursos a aumentar el contacto con los refugiados en sus operaciones diarias.

Existen limitaciones en lo que respecta a hasta qué punto las instituciones pueden cambiar esto. Muchas organizaciones se encuentran limitadas por las exigencias de los donantes o por engorrosas estructuras democráticas y expectativas, o carecen de fuerza de voluntad o interés en cambiar sus responsabilidades, lo que mitiga las oportunidades de mejorar la provisión de servicios. Por tanto, resulta de vital importancia que se reconozca el inestimable valor del servicio que prestanlos refugiados asentados a nivel local como yo a otras personas necesitadas.

 

Eugenie Mukandayisengaeugenie.crafts@gmail.com

Refugiada ruandesa que vive en Kampala y trabaja en el Servicio Jesuita a Refugiados como formadora en artesanía. 



[1] ACNUR Noticias, actualización de diciembre de 2015 www.unhcr.org/567414b26.html

[2] En 2014 escribí un blog sobre este tema en el que hablaba de cómo la violencia afecta a la forma de ganarse la vida en las comunidades de refugiados aquí, en Kampala: www.oxhip.org/news-and-blog/how-domestic-violence-affects-livelihoods-in-refugee-communities

http://bit.ly/RSC-HIP-Mukandayisenga-2014

 

 

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