Los cada vez más violentos ataques que el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) llevó a cabo contra los civiles de Uganda mediante secuestros sistemáticos a gran escala, masacres, mutilaciones y el empleo de niños con fines militares durante la década de los noventa hasta el 2000, provocaron una crisis humanitaria sin precedentes caracterizada por el desplazamiento masivo de la población.
Los cada vez más violentos ataques que el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) llevó a cabo contra los civiles de Uganda mediante secuestros sistemáticos a gran escala, masacres, mutilaciones y el empleo de niños con fines militares durante la década de los noventa hasta el 2000, provocaron una crisis humanitaria sin precedentes caracterizada por el desplazamiento masivo de la población.
Seis años después de que la Corte Penal Internacional expidiera las órdenes de arresto contra el líder del LRA, Joseph Kony, y cuatro de sus oficiales militares de alto rango, la población civil de diversos países de África Oriental continúa sufriendo la violencia de este grupo armado. Los ejércitos oficiales y las fuerzas de paz no han conseguido erradicar al grupo por la fuerza. Los esfuerzos para acabar con la violencia tampoco han cumplido las expectativas.
Desplazamiento forzado sin precedentes
Aunque suele existir algún tipo de correlación entre la presencia de grupos armados y los traslados forzados de la población, el nivel y la escala de desplazamiento en las zonas en las que el LRA ha operado son excepcionalmente altos, sobre todo si tenemos en cuenta el limitado tamaño y capacidad militar del grupo.
Desplazar a la población por la fuerza ha constituido un objetivo deliberado del LRA. Los actos de violencia extrema y terror mantenidos por el grupo, ya sea en forma de masacres a gran escala, de repetidos ataques o de demostraciones de poder crueles como las mutilaciones, han extendido el miedo entre la población local y provocado el desplazamiento de civiles, llegando incluso a la despoblación de áreas enteras.
El LRA también ha desplazado a civiles durante ataques violentos obligándoles a marcharse con el grupo como estrategia militar y de supervivencia. A los capturados o secuestrados se les desarraiga de sus comunidades y puede ser que se les obligue a transportar los bienes robados durante unos cuantos días antes de ser liberados o asesinados pero, en caso de que no sea así, no tienen más opción que unirse al LRA durante los siguientes meses o años. Además de asesinar a quienes intentan escapar para disuadir al resto, el LRA desorienta a sus prisioneros obligándoles a atravesar vastas áreas y cruzar fronteras. Los testimonios de personas que fueron secuestradas confirman que les habían mantenido en constante movimiento y que rara vez dormían dos veces en el mismo sitio. Muchos de los que escaparon recuerdan los días o semanas que pasaron intentando volver al lugar donde habían sido capturados.
Las políticas gubernamentales de resistencia o prevención de la violencia del LRA contra civiles han fracasado y, con frecuencia, han resultado contraproducentes. La más importante tuvo lugar en 1996 cuando el Gobierno de Uganda trasladó de manera forzosa a cientos de miles de acholi a "campos de protección". Las personas desplazadas a raíz de esta estrategia de contrainsurgencia precipitada y mal planificada no hallaron en absoluto la protección que necesitaban y tales asentamientos se convirtieron en un objetivo fácil para el LRA a la hora de secuestrar civiles, en especial, jóvenes adolescentes. El alto riesgo de secuestro persuadió a los padres para que sus hijos abandonaran los campos al anochecer y fueran hacia las ciudades principales. Este fenómeno singular, conocido como "migración nocturna", provocó la migración diaria de miles de niños, duró varios años y acabó provocando una protesta internacional. En 2002 el Gobierno ordenó el traslado a los campos a quienes seguían en los pueblos. El número de desplazamientos alcanzó a mediados de 2005 un pico de 1,8 millones de desplazados internos y aproximadamente el 90% de la población de Acholilandia. Para quienes fueron forzados a vivir en estos campos saturados, la nueva orden se tradujo en una dependencia forzada, así como vulnerabilidad, humillación, miedo colectivo e impotencia.
Correr y esconderse
A lo largo de los años han sido muchos los anuncios prematuros del "fin del Ejército de Resistencia del Señor" y de victoria militar sobre el grupo; sin embargo, estas predicciones y afirmaciones han demostrado ser siempre erróneas. La vía militar seguida con tenacidad —aunque parcialmente suspendida por varias iniciativas de paz— no se ha acompañado por análisis serios de la estrategia militar del LRA y de su inusual resistencia y adaptabilidad. Años de sucesivas operaciones militares de las Fuerzas de Defensa del Pueblo de Uganda han tenido un efecto limitado en el daño causado a los altos mandos militares del LRA, pese a que sus consecuencias humanitarias han sido desastrosas.
El grupo también ha operado sistemáticamente en zonas remotas en las que la presencia y las infraestructuras estatales son mínimas o nulas, donde no se dispone de redes de comunicación pero sí de suficiente gente, recursos minerales o fuentes de alimentación para explotar. Por tanto, el LRA ha permanecido relativamente sin molestias en las zonas fronterizas, donde la presencia estatal es más débil.
Una vez que el Gobierno de Sudán dejó de respaldar al grupo en 2005, la estrategia militar del LRA de permanecer en constante movimiento y esconderse se fue convirtiendo en su mejor opción para sobrevivir. Aunque a algunos les parezca que este grupo armado se encuentra bajo presión y huye para salvar la vida, numerosos analistas opinan que no sólo están sobreviviendo, sino que están usando el terror con destreza y trazando círculos alrededor de diversos ejércitos.1 Aunque en los últimos años el grupo parece debilitado y mermado por las continuas operaciones militares, las muertes y las deserciones, la escala de violencia ha aumentado. Sobre esta situación se dice: "Este es un conflicto que todo el mundo quiere terminar pero nadie parece capaz de hacerlo". 2
La protección de civiles
La expansión del LRA por diversos territorios nacionales en los últimos cinco años no ha coincidido con el desarrollo de una respuesta regional coherente para desmantelar al grupo y proteger a la población local. Los Estados, que han considerado que el LRA no dispone de capacidad militar para amenazar a sus respectivos regímenes, han adoptado el tradicional enfoque de seguridad centrado en el Estado. Aunque en ocasiones se ha lamentado el coste humano, las miles de muertes y el desplazamiento de aproximadamente 400.000 personas, hasta ahora no se ha logrado desencadenar una intervención conjunta que frenara la violencia y protegiera a los civiles; cuando un enfoque de seguridad "centrado en las personas" podría haberlo hecho. Esto puede observarse a nivel nacional, regional e internacionalmente.
El hecho de que el LRA ya no opere en suelo ugandés disminuye la presión sobre el Gobierno para proteger a sus civiles y Uganda no considera su obligación proteger a los civiles extranjeros de este grupo armado "liderado por ugandeses". Para los Gobiernos de la República Centroafricana y de la República Democrática del Congo, el Ejército de Resistencia del Señor no es más que uno de los muchos grupos armados que operan en su territorio y, además, uno con muy poco peso político comparado con otros y que no merece mayor acción de sus ya débiles y limitados ejércitos. Para el Gobierno de Sudán del Sur las implicaciones del referéndum de autodeterminación han sustituido las preocupaciones sobre el LRA, a pesar de los informes sobre sus intentos de restablecer el contacto con el ejército sudanés.
El LRA se ha beneficiado indirectamente del cambio en las relaciones entre los Estados de la región y de la continua desconfianza y la falta de coordinación por las que sus últimas operaciones conjuntas se han caracterizado.
Qué se necesita
Al igual que los Estados, las misiones de las fuerzas de paz de la ONU en la región también son muy conscientes de que el LRA tiene por sistema tomar represalias contra los civiles en respuesta a los ataques militares. Tanto los ejércitos regionales, como las misiones de las fuerzas de paz se han negado a responsabilizarse del fracaso de la protección civil.
En comparación con su situación a principios de la década de 2000 el LRA es considerablemente más débil, pero ahora opera en un territorio mucho más extenso, los efectos de sus acciones siguen siendo catastróficos para los civiles y, además, siguen provocando el desplazamiento a gran escala. La continua ausencia de una respuesta regional fuerte, coherente y sistemática juega a favor del LRA, que ha demostrado ser altamente oportunista y adaptable.
Es necesario un nuevo enfoque de seguridad para la resolución de conflictos que evite una campaña militar prolongada de bajo nivel que cause una inseguridad extrema entre los civiles y, sin embargo, no consiga detener las actividades del LRA.3 Si bien la reanudación de las negociaciones de paz sigue siendo improbable a corto plazo, existe la posibilidad de participar en un proceso político destinado a restablecer la paz y la seguridad regional a través de la coordinación de esfuerzos militares para capturar a los líderes del LRA, con la colaboración de la sociedad civil y líderes de la comunidad. Tal proceso debería diseñarse de manera que mitigue el riesgo de bajas civiles, incluyendo la protección de civiles de posibles ataques por represalias del LRA y la mejora de la información acerca del grupo; todo ello combinado con el despliegue preventivo de las fuerzas de paz y las fuerzas armadas en las zonas de riesgo y, por último, el fomento de las deserciones entre los miembros del LRA. Aunque las zonas afectadas necesitan que aumente la ayuda humanitaria de emergencia, con el fin de privar de manera progresiva al LRA de sus espacios operativos en las zonas fronterizas, Gobiernos y donantes deberían marcar su presencia dando prioridad al desarrollo socioeconómico para reducir la vulnerabilidad de las comunidades locales aisladas.
Héloïse Ruaudel es Manager de Programación de Políticas en el Centro de Estudios sobre Refugiados. Entre 2003 y 2005 fue Asistente Especial del Coordinador Humanitario de la ONU en Uganda.
1 Tim Allen y Koen Vlassenroot, The Lord’s Resistance Army- Myth and reality (El Ejército de Resistencia del Señor: mito y realidad), Zed Books (Londres), 2010.
2 Chris Dolan, director de Refugee Law Project, en: www.refugeelawproject.org
3 Mareike Schomerus y Kennedy Tumutegyereize, After Operation Lightning Thunder, Protecting communities and building peace (Proteger a las comunidades y establecer la paz tras la Operación Lightning Thunder) , Conciliation Resources, 2009, disponible (en inglés) en: http://tinyurl.com/Schomerus-Tumutegyereize; y LRA: A Regional Strategy beyond Killing Kony (Ejército de Resistencia del Señor: una estrategia regional más allá de asesinar), Informe de Crisis Group Africa, Nº. 157, 2010, disponible (en inglés) en: http://tinyurl.com/ICG-regional-strategy-on-LRA