Refugiados sirios: más allá de los estereotipos de género

El discurso de género predominante entre las ONG que trabajan en la respuesta a la situación de los refugiados sirios, así como sus intervenciones, se basan en interpretaciones a veces simplistas de la familia siria “tradicional” y sus dinámicas de poder.

Según el discurso de muchas organizaciones no gubernamentales (ONG), el desplazamiento de los sirios ha perturbado la vida familiar “tradicional”. Se dice que ahora, por primera vez, un gran número de hogares están encabezados por mujeres y estos se consideran una nueva subcategoría de “vulnerable”. Sin embargo, este discurso no reconoce que puede que las mujeres lideraran sus hogares antes del desplazamiento.

Históricamente, para muchas familias sirias conseguir un trabajo temporal en los países del Golfo era una forma importante de mantener la estabilidad económica. Por lo tanto, no podemos suponer que todas las mujeres sirias desplazadas experimentan de repente cambios abismales en sus deberes y roles familiares a causa del desplazamiento. Es cierto que hay diferencia entre cuidar una sola de la familia durante periodos de tiempo limitados y hacerlo durante, en algunos casos, periodos indefinidos, que surgen retos relacionados con el desempeño de estos roles en un entorno desconocido o con tener que afrontar el fallecimiento de un marido. No obstante, no es tan simple decir que el desplazamiento es el detonante de estas alteraciones en la vida familiar y las relaciones tradicionales de género; algunas de estas alteraciones ya estaban antes en proceso. Así pues, es posible que los sirios ya dispongan de algunas habilidades y estrategias de afrontamiento para adaptarse a las diferentes estructuras familiares.

Cuando analizamos los roles de género de los refugiados sirios, el término “tradicional” se usa inevitablemente para hacer referencia a mujeres que nunca han trabajado, con poca formación y dedicadas principalmente al cuidado de su marido e hijos. Las ONG tienden a centrarse en las divergencias de lo “tradicional” que han experimentado los refugiados en el desplazamiento. A esta observación le faltaría un análisis contextual que explicara, por ejemplo, cómo el tipo de entorno urbano o rural en el que vivían podría haber determinado su experiencia. La etiqueta de “tradicional” se usa de forma indiscriminada y a las mujeres sirias se las agrupa como si fueran un colectivo homogéneo con experiencias vitales similares y que, por tanto, todas necesitan “empoderarse” o “concienciarse” más. Por contra, los comentarios de algunos de los entrevistados durante mi investigación[1] entre los refugiados sirios en Jordania, tanto hombres como mujeres, más bien desmontan tal percepción sobre la posición de las mujeres y su acceso a la educación y al trabajo. Un joven me contó cómo el trabajo de su madre fuera de casa —como enfermera en Siria— había permitido a su familia pagar la casa y el coche. Una mujer me habló de que tenía su propia consulta médica y trabajaba también en un hospital público en Siria; en cambio, ahora tiene que quedarse en casa todo el día con sus hijos. El tono con el que describió su frustración era el mismo que utilizan los hombres refugiados cuando hablan de su deseo de trabajar. Sin embargo, esta narrativa —acerca de cómo las mujeres sienten que han perdido su motivación debido a la falta de trabajo— no suele estar presente en los análisis de las ONG.

Una mirada más allá de las relaciones marido-mujer

Entre las ONG hay una tendencia a analizar el género poniendo el foco únicamente en la relación marido-mujer. Las intervenciones intentan concienciar al marido —a quien se ve como alguien propenso a ser violento— con el fin de evitar cualquier potencial maltrato a los miembros de su familia y concienciar a la mujer sobre sus derechos para que pueda desempeñar un papel más asertivo dentro de la familia. En su conjunto, se les ve como los principales responsables de la toma de decisiones dentro de la unidad familiar y se considera que determinan las vidas de sus hijas en especial, a menudo de forma negativa, al casarlas a una edad temprana, sacarlas del colegio y tratarlas como si fueran inferiores a sus hermanos. La consecuencia de estos discursos es que las intervenciones de las ONG se centran en cambiar las actitudes, en proporcionar servicios para las mujeres que han sobrevivido a la violencia, en trabajar con las jóvenes para ayudarles a hacer valer sus puntos de vista y, en ocasiones, en hacerlo con las mujeres para ayudarles a negociar con sus maridos. Todas estas son intervenciones positivas que pueden ayudar, y de hecho lo hacen, a los individuos, pero al analizar el género basándose únicamente en la dinámica marido-mujer se pasan por alto otras complejas luchas de poder en el seno de la familia.

Los hallazgos de mi estudio sugieren que las intervenciones de las ONG también deberían tener en cuenta el papel de los hijos. Las experiencias de los refugiados sirios en Jordania demuestran cómo, tanto antes como durante el desplazamiento, el papel de un hombre joven es crucial para entender el poder en las familias árabes. Las mujeres sirias entrevistadas comentaron que sus hijos adolescentes estaban reafirmando su poder sobre sus hermanas, a las que instaban a que se vistieran de forma más conservadora y a que se hicieran cargo por completo de las tareas domésticas que antes compartían con sus hermanos varones. Cabe destacar que esto no se debe necesariamente al mero hecho de que vivan en Jordania. Las mujeres, por ejemplo, explicaban que en Siria los hermanos decidían cuándo sus hermanas debían dejar de ir a la escuela o participaban en las negociaciones acerca de su matrimonio. En algunos casos, tanto en Siria como ahora en Jordania, los hermanos participan en la resolución de conflictos entre sus hermanas y sus maridos. En todos estos ejemplos, el hijo parece haberle tomado el relevo al patriarca mayor. Muchos de los entrevistados dijeron que, personalmente, no estaban de acuerdo con las decisiones de sus hijos pero no les pararon los pies. Estos ejemplos sugieren que los cambios de poder en las familias se producen conforme maduran los hombres jóvenes.

Si limitamos el análisis a la dinámica hombre-mujer también podríamos estar pasando por alto las luchas de poder entre mujeres mayores y jóvenes. Las refugiadas sirias a menudo hablaban de la relación con sus suegras en términos muy negativos e incluso relataban haber sufrido violencia física y verbal por su parte. Algunas describían la pasividad de sus maridos ante tales acciones, a menudo manifiestas, de dichas suegras y explicaban que estos hombres respetaban y querían a sus madres y no querían causar problemas. En cierto modo las ONG no han enmarcado estas interacciones dentro de la categoría “de género”, aunque se trata de relaciones de poder desiguales y reflejan las acciones de las mujeres dentro de un sistema patriarcal. Una trabajadora de una ONG entrevistada como parte de este estudio opinaba que el hecho de centrarse en las interacciones entre mujeres y hombres se debía a que las ONG asumen que “las mujeres son pacíficas y los hombres son violentos”. Además, dio a entender que este “discurso fácil” nos ha vuelto incapaces de entender cómo las mujeres negocian el poder a lo largo de sus vidas. Al acentuar la necesidad de abordar problemáticas como la violencia de género, sobre todo durante el desplazamiento, muchas ONG han perpetuado, sin quererlo, la idea de que las mujeres son siempre débiles y vulnerables, una generalización que puede resultar problemática si tenemos en cuenta las a menudo complejas relaciones de poder, que pueden incluir violencia en las que las propias mujeres participan.

Es necesario un análisis de género más global e historicista en el que poder fundar las intervenciones de las ONG. Aunque hay que reconocer la presión a la que están sometidas para implementar los programas rápidamente e informar a los donantes, las ONG deberían llevar a cabo los trabajos preliminares necesarios para conocer a conciencia las realidades de las normas de género en las comunidades de refugiados. Analizar el poder de forma más compleja puede ofrecer nuevas oportunidades de colaborar con agentes estratégicos como los hijos o las suegras. Las ONG deberían invertir en estudios de género sólidos y cualitativos que se basen en las experiencias vividas por la gente y que tengan en cuenta cómo vivían los sirios antes de la guerra.

Michelle Lokot michelle@lokot.com

Doctoranda, Escuela de Estudios Orientales y Africanos, Londres www.soas.ac.uk

 

[1] El estudio se realizó en Jordania entre septiembre de 2016 y mayo de 2017, con mujeres y hombres sirios que vivían fuera de los campamentos, en las zonas de Zarqa, Amán e Irbid. La investigación fue financiada en parte por la Fundación Lionel Murphy.

 

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