¿Qué está pasando en Nigeria?

Un gran número de personas del noreste de Nigeria se han visto afectadas por la pobreza, la degradación ambiental y, sobre todo, por la violencia de Boko Haram. La necesidad de llevar allí nuestro conocimiento y nuestros recursos colectivos resulta evidente. Entonces, ¿por qué tomar cartas en el asunto sigue siendo difícil y qué podemos hacer para enderezar las cosas? 

Cuando uno piensa en Nigeria le vienen a la mente muchas cosas: energía, dinero y, cada vez más, Boko Haram. Hace años que el grupo opera en el noreste del país pero adquirió notoriedad internacional en la noche del 14 al 15 de abril de 2014 cuando secuestró a más de 200 niñas en Chibok. Este incidente fue el primero de otros atentados y, durante los últimos 18 meses, la cifra de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares en el noreste de Nigeria se ha elevado hasta la asombrosa cifra de 2,2 millones. Además, lo que en un principio se vio como un “problema nigeriano” ha adquirido una dimensión regional a lo largo de la cuenca del lago Chad que abarca el norte de Camerún, la región occidental de Chad, el sureste de Níger y el noreste de Nigeria.

¿Por qué parece que se está informando poco acerca de lo que está pasando y de lo que es necesario para ofrecer protección y asistencia de forma efectiva?

Faltan noticias del noreste del país —y de hecho de toda la cuenca del lago Chad— por todas las razones equivocadas. Tal vez vivamos en un mundo con demasiadas noticias, y crisis demasiado severas. ¿Recuerdan la de Sahel en 2013? ¿O la de Gaza en 2014? Ambas quedaron a la sombra de Siria. Hay tantas crisis que podrían llenar titulares y que todo el mundo (incluidos los funcionarios del Gobierno y los dirigentes de organismos de ayuda) podría gestionar. La gravedad de cada crisis también parece haberse hecho más profunda. Más personas desplazadas, más ciudades destruidas, más pueblos incendiados, más vidas perdidas, mujeres violadas y niños fuera de la escuela. Y así uno podría argumentar que no se puede lidiar con “otra crisis más”.

Unos cuantos días después de asumir mi actual función en julio de 2015 visité el noreste de Nigeria. Me sorprendió la cantidad de gente necesitada y desplazada, la falta de acciones para abordar la situación y pregunté a la asesora en la más confío: “¿Cómo se me ha escapado esto?” “Estabas demasiado ocupado en Sudán del Sur”, respondió. Este incisivo comentario me llevó a la conclusión de que los líderes y directores sénior que están en las capitales o incluso en mi propia institución estaban “bastante ocupados” con Siria, Ucrania y la crisis migratoria europea cuya evolución es rápida. Y, cuando pedía financiación a las embajadas en Abuja, la capital de Nigeria, a las capitales de los donantes y a mi propia institución, el comentario común era: “Esto es Nigeria, un país rico que puede ayudar a su propio pueblo”.

Abordar una crisis en un país relativamente rico resulta problemático. Sí, Nigeria tiene riqueza y debería disponer de los recursos para ayudar a su propio pueblo pero a menudo hay factores como los problemas de gobernanza o como la cuestión del “noreste marginado”. Sí, se sabe que los organismos de ayuda han acabado realizando las funciones que corresponderían a las instituciones del Estado en vez de darles apoyo y, en efecto, no queríamos que este fuera el caso en un lugar como Nigeria. Y sí, siempre hay una especie de orgullo nacional que nadie quiere dañar y, en ese sentido, atraer la atención a la situación en el noreste de Nigeria es políticamente “complicado”. Pero, dado el número de personas necesitadas, había que hacer mucho más y de manera mucho más urgente.

Escuchar lo que la gente quiere

En el noreste de Nigeria le hice a la gente de la ciudad de Maiduguri preguntas abiertas, empezando por “¿cómo van las cosas?” Lo que escuché fue esclarecedor y alentador. El principal mensaje de la gente fue: “Podemos y queremos cuidarnos solos”. La principal ayuda que necesitaban era la de las autoridades para recuperar el control de sus ciudades y pueblos, y para que les garantizaran su seguridad y protección así como la de sus hijos y su ganado. La gente también comentaba que hacía falta que las carreteras fueran seguras y que los mercados estuviesen abiertos y, al hacerlo, subrayaron que deseaban trabajar y comerciar. Los padres me manifestaron su preocupación por que los niños estuvieran perdiendo el curso escolar. Una mujer me habló con orgullo de sus nueve hijos, a los que había criado casi sola y que habían llegado a ser doctores y abogados. “No necesito vuestras mantas y cubos. Necesito saber que mi ciudad vuelve a ser segura y entonces volveré a mi casa andando”.

Nadie me dijo ni una palabra acerca de tal cosa “humanitaria” o cual cosa “de desarrollo”. Para la gente golpeada por la crisis, en especial en los entornos ya frágiles, dichas construcciones solo están presentes en las mentes de los forasteros, no en la de las poblaciones afectadas por la violencia y el desplazamiento o de las autoridades encargadas de ayudarles.

El caso de Maiduguri es instructivo: una ciudad cuya población pasó de 1 millón a 2,6 millones en cuestión de meses por culpa de las atrocidades cometidas por Boko Haram. A su llegada, las personas desplazadas necesitaban refugio, comida y agua. Estas necesidades básicas persisten y la tentación es seguir con un enfoque de emergencia que les provea de refugio, alimentos y agua, es decir, “seguir como de costumbre”. Sin embargo, si lo reflexionamos, deberíamos recordar lo que ha pasado en entornos similares en otros lugares cuando poblaciones principalmente rurales se han visto obligadas a abandonar sus hogares y sus tierras y a buscar refugio en las ciudades. El deseo de regresar a casa se acaba enfriando a medida que pasa el tiempo. Según esto, en el caso de Maiduguri, lo verdaderamente necesario es crear una ciudad que pueda lidiar a largo plazo con una población de 2,6 millones. Los organismos de ayuda harían bien en unir su trabajo a corto y medio plazo para ayudar a las autoridades y a los autóctonos a crear refugios sostenibles en entornos que tengan suficiente agua y sistemas de saneamiento, clínicas y escuelas.

Otras organizaciones, como el Banco Mundial (que típicamente no se asocia a respuestas en entornos en crisis) planean ahora acelerar su labor en el noreste de Nigeria y en toda la cuenca del lago Chad, donde las raíces de la inestabilidad y la miseria recaen en la lamentable pobreza de la región y en la degradación de su medio ambiente. Desde la década de 1950, el lago Chad se ha reducido hasta el 20% de su tamaño original, lo que hace que sea más duro para la población acceder al agua para cubrir sus necesidades, ya sea para la gente, la agricultura o para el ganado. Al mismo tiempo, la población ha aumentado y se prevé que se duplicará en las próximas dos décadas. Si son pobres y no disponen de agua, podemos estar seguros de que aumentarán las tensiones sociales, sobre todo si los extremistas violentos siguen ahí para inmiscuirse en un entorno ya complejo de por sí.

Salir de nuestros “silos”

Distintas partes de la comunidad internacional necesitan colaborar con las autoridades nigerianas para respaldar sus intentos de estabilizar la situación y de sentar las bases para la paz y la estabilidad. En primer lugar y más importante, los países de la región se han unido para formar un grupo de trabajo conjunto multinacional para abordar la inestabilidad. Se ha obtenido el respaldo de diferentes partes de la comunidad internacional como la Unión Africana, Francia y Reino Unido, que ha establecido un equipo en Maiduguri que asesora a las fuerzas de seguridad nigerianas acerca de cómo enfrentarse a Boko Haram (y cómo hacerlo con el debido respeto por los derechos humanos). Aunque siempre atendiendo a los principios de la independencia operativa y la imparcialidad, los organismos de ayuda necesitan colaborar más de cerca con otras partes del sistema internacional, como los agentes que trabajan en el entorno pero que no son organismos de ayuda. Es el caso del noreste de Nigeria, donde varias instituciones trabajan dentro de “silos” de desarrollo, medioambientales, humanitarios, de derechos humanos, políticos y de seguridad, la relevancia y la necesidad de dicha colaboración debería ser evidente. La alternativa —seguir en nuestros respectivos silos— supone perder una oportunidad de entendernos y crear los recursos colectivos que podríamos aportar a un entorno. Esto es tan lógico como ficticio.

Si podemos aprender a colaborar de forma efectiva, en línea con lo que las propias comunidades nos dicen sobre la situación y en apoyo a las autoridades legítimas sobre el terreno, podemos ayudar a la gente no sólo a sobrevivir sino también a encontrar su camino para salir de la crisis y prosperar antes.

Toby Lanzer twitter.com/tobylanzer

Subsecretario General de las Naciones Unidas y Coordinador Regional de Asuntos Humanitarios para Sahel, y ex estudiante invitado del Centro de Estudios para los Refugiados, Universidad de Oxford. El autor ha redactado este artículo a título personal.

Nigeria

Población total: 182 200 000

Casi 2 152 000 de desplazados internos (a finales de 2015, estimación del Centro de Seguimiento de los Desplazados Internos).

Más casi 555 000 desplazados internos o refugiados nigerianos en Camerún, Chad y Níger (en abril de 2016, según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios).

De la cifra total de desplazados internos, se estima que el 12,6 % lo eran debido a conflictos en la comunidad; el 2,4 %, a desastres naturales, y el 85 % como consecuencia de la violencia de Boko Haram.

Véase Centro de Seguimiento de los Desplazados Internos www.internal-displacement.org/sub-saharan-africa/nigeria/figures-analysis)

 

 

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