- November 2024
Las personas refugiadas que viven en el campamento de Aysaita, en Etiopía, y de Dadaab, en Kenia, enfrentan dificultades para cubrir necesidades básicas. A pesar de las condiciones adversas, las personas entrevistadas refieren que comparten lo poco que tienen con otras personas con necesidades más agudas.
Las personas refugiadas que se encuentran en situación de desplazamiento prolongado a menudo son las más afectadas por la reducción del financiamiento y son las que tienen menos visibilidad en medios de comunicación y en informes humanitarios, en comparación con las personas afectadas por crisis emergentes. Un estudio de investigación sobre personas refugiadas en Etiopía y Kenia realizado entre 2021 y 2022 muestra cómo afectan los recortes de financiación a las personas refugiadas que viven en campamentos. También demuestra que cuando no hay fondos para la respuesta a las personas refugiadas, estas poblaciones más vulnerables financian parte de la provisión de servicios básicos de manera colectiva. Ello no implica, sin embargo, que no se necesite más financiación; en cambio, la investigación muestra las graves consecuencias para las personas refugiadas cuando se encuentran confinadas a campamentos donde la financiación es insuficiente.
Como muchos otros campamentos de personas refugiadas en el mundo, el campamento de personas refugiadas de Aysaita[1], Etiopía, y el complejo de campamentos de personas refugiadas de Dadaab, Kenia, están situados en áreas con bajo nivel de desarrollo económico y afectadas por sequías y conflictos. Por muchos años, no ha habido fondos suficientes para alimentos, alojamiento y servicios en los campamentos tanto en Aysaita como Dadaab. En 2024, el programa de país de ACNUR en Etiopía recibió apenas el 11 % de los fondos necesarios, y su programa de país en Kenia solo obtuvo el 23 % de los fondos que precisa.
El Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo (IIED, por sus siglas en inglés) se propuso comparar el bienestar y los medios de vida de las personas refugiadas que viven en campamentos y ciudades en cuatro países[2]. Este artículo presenta información de una encuesta cuantitativa realizada a 366 personas refugiadas eritreas en Aysaita y a 382 personas refugiadas somalíes en Dadaab, en combinación con 48 entrevistas semiestructuradas en las que participaron 12 hombres y 12 mujeres en cada emplazamiento. La investigación reveló que había pobreza extrema en ambos campamentos.
Necesidades básicas insatisfechas
Las personas refugiadas que residen en Dadaab y Aysaita enfrentaban dificultades para suplir sus necesidades básicas con los suministros que recibían, y las oportunidades de trabajo eran sumamente limitadas. En Dadaab, esta situación se vio exacerbada por los permisos especiales que se exigían para salir del campamento, y el acceso al trabajo no está incluido en la lista de razones para otorgar tales permisos. En cambio, las personas que residían en Aysaita tenían libertad para entrar y salir del campamento, pero algunas personas entrevistadas explicaron que se había vuelto muy costoso trasladarse, debido a que se había reducido el apoyo a través de dinero en efectivo.
La mayoría de quienes participaron en las entrevistas en ambos campamentos indicaron no haber consumido alimentos suficientes en los siete días previos, y algunas personas entrevistadas remarcaron que se había reducido la asistencia que se les brindaba. En Aysaita, el 75 % de las personas encuestadas indicó que los lugares donde se alojaban no eran aptos ni dignos debido a que, en muchos casos, se habían construido con materiales inadecuados y estaban expuestos a la luz solar, el calor, el viento y la lluvia. Muchas personas entrevistadas describieron a sus viviendas como espacios riesgosos y potencialmente peligrosos durante la temporada lluviosa.
La mayoría de quienes vivían en ambos campamentos dependía de asistencia económica como su principal fuente de ingresos, dado que el trabajo era escaso. En el campamento de Aysaita, tan solo el 8 % de las personas encuestadas estaban generando ingresos a través de un trabajo, mientras que el 76 % indicó que la asistencia económica representaba la principal fuente de ingresos de su hogar. En Dadaab, el 25 % de las personas entrevistadas estaba trabajando y el 48 % dependía de la asistencia como fuente de ingresos principal. El menor volumen de asistencia económica, sumado a la falta de movilidad y de oportunidades de generar medios de vida, se traduce en brechas considerables en los ingresos. Aunque apenas el 2 % de las personas encuestadas en Aysaita y ninguna persona en Dadaab indicó haber formado parte de un grupo de ahorros organizado, algunas personas entrevistadas informaron que existe una cultura de recolectar dinero para apoyar a vecinos en situación de necesidad.
Apoyo comunitario
Aunque a muchas personas les preocupa conseguir suficientes alimentos para sus propias familias, varias en el campamento de Aysaita indicaron que suelen compartir lo que tienen con otras personas que lo necesitan. Cuando ocurren acontecimientos importantes, como el nacimiento de un niño o una niña o la muerte de un familiar, la comunidad se reúne y contribuye con lo que pueda a la familia, incluidos alimentos, ganado y dinero. Una entrevistada de 60 años procedente de Eritrea explicó al respecto:
“Todos dan lo que tienen. Los que tienen cabras, dan cabras; los que tienen dinero, dan 50 birrs, 100 birrs o más según sus posibilidades; otros juntan leña o preparan alimentos. Permanecemos durante semanas con quienes hayan perdido a familiares. Lo mismo en el caso de matrimonios; aquí celebramos juntos los eventos religiosos y culturales. En este campamento, somos una misma familia”.
Este tipo de apoyo que se observa en Aysaita no se limita a eventos especiales, ya que la comunidad también asiste a personas recién llegadas que aún no se han registrado para recibir alimentos y albergue. Si no tienen familiares directos, alguien más de la comunidad acoge a las personas recién llegadas, según lo relatado por otro residente de Aysaita, un hombre de 30 años de Eritrea:
“Compartimos lo que tenemos con las personas que no tienen nada para comer y, en situaciones de muerte y enfermedad, no nos desentendemos. Lo tratamos como un problema compartido y nos ayudamos entre todos y lo hacemos juntos”.
En el complejo de campamentos de Dadaab, las personas entrevistadas compartieron experiencias de haber recaudado dinero de manera colectiva para pagar facturas de servicios hospitalarios. En uno de los casos, una mujer somalí de 34 años necesitaba someterse a una cirugía tras experimentar complicaciones médicas posparto. No pudo recibir el tratamiento que necesitaba en Dadaab y debió buscar atención fuera del campamento. Entonces, su familia ampliada y los vecinos juntaron dinero para pagarle una cirugía en Nairobi. Expresaba gratitud hacia la comunidad musulmana entera por este hecho, lo que sugiere que personas de lugares más remotos también contribuyeron a que pudiera recibir tratamiento. Incluso después de esta cirugía, no se encontraba en condiciones de trabajar, lo que describió como una situación agobiante. Mientras se recuperaba, tuvo que depender de otros para la alimentación de sus tres hijas y vivió sin pagar alquiler en la casa de otra persona. A pesar del apoyo recibido, igualmente tuvo que pedir préstamos para cubrir las necesidades de sus hijas. Manifestó al respecto:
“Antes solía trabajar en el hotel, pero ahora no puedo… Me quedo en casa y dependo de la ayuda de otras personas. Lo que sea que reciba, lo uso para preparar el desayuno a mis hijas, y lo que queda lo dejo para la cena. Nos saltamos el almuerzo porque no podemos costearlo”.
Compartir recursos escasos
Otras personas en Dadaab transmitieron relatos similares de haber recaudado dinero para otros, lo que indica que ni los alimentos ni la atención médica que se brindan a quienes residen en el campamento son suficientes para cubrir sus necesidades:
“Si alguien está enfermo, nos unimos como comunidad para recaudar fondos para esa persona y conseguirle mejor atención médica. También le damos alimentos, como aceite y arroz, para que tenga algo que comer”.– Mujer somalí, 39 años.
“Además, nos unimos para reunir fondos para personas que tienen cargas económicas o deudas considerables”. – Mujer somalí, 45 años.
Cuando las provisiones de alimentos y dinero no alcanzan, entonces intervienen las personas que venden alimentos. Tener una tienda o un puesto en el mercado de un campamento de personas refugiadas implica, con frecuencia, tener que vender productos a crédito, ya que, de lo contrario, una buena parte de la clientela directamente no podría comprar. En el campamento de Aysaita, este era un sistema reconocido entre las personas que reciben apoyo en efectivo, por medio del cual quienes son dueños de tiendas podían confiar en que la clientela les pagará apenas llegue la fecha de vencimiento de la próxima cuota de efectivo. Sin embargo, algunas personas entrevistadas comentaron que este sistema basado en la confianza se desmoronó conforme el apoyo en efectivo empezó a ser cada vez menos frecuente e imprevisible. La falta de fondos agobió a las personas que venden alimentos y otros productos, así como a quienes los compran, que a veces terminaban incurriendo en deudas a largo plazo como resultado de esta situación.
El cuidado infantil es otra forma de apoyo recíproco entre mujeres en Dadaab. Reconocen que cuidar de los hijos o hijas de otra persona, cocinarles o limpiar para ellas les permite trabajar y ganar dinero. Una mujer somalí de 52 años en Dadaab explicó:
“Ayudo de la mejor manera que puedo. Cuando mis vecinos no están, cuido a sus hijos e hijas. Les doy comida y esas personas hacen lo mismo por mí. […] En las bodas o cuando alguien se enferma, contribuyo con lo poco que puedo. Si no tengo dinero, doy ayuda en especie, cuidando a sus hijos e hijas, cocinándoles y otras cosas”.
Este testimonio corresponde a una mujer viuda que trabajaba en el campamento en empleos ocasionales, limpiando y cocinando para otras personas que podían permitirse pagarle. Por esa razón, sus ingresos no eran constantes y no siempre tenía dinero para dar. También prestaba esos mismos servicios a sus vecinos de manera gratuita cuando no podía ayudarles de otra forma, y mencionó que ellos hacen lo mismo por ella. A su vez, describió la presión que genera no ganar dinero suficiente para alimentar a su familia. Cuando su esposo vivía, ambos hacían trabajos temporales y podían usar los ingresos de él para cubrir las necesidades diarias y ahorrar los de ella para comprar vestimenta y gastos de emergencia. Al tener una única fuente de ingresos, no siempre hay suficiente para cubrir las necesidades básicas, según explicó:
“Cualquier cantidad de comida que logremos conseguir nunca es suficiente, necesitamos comprarnos ropa nosotros mismos. Ayer, por ejemplo, no teníamos aceite para cocinar en la casa y estaba muy caro. Tampoco tenía tomates ni cebollas, pero tenía papas. Le pregunté a mis hijos si estaba bien que les diera papas hervidas y les dije que, si conseguía algo de dinero, comeríamos mejor por la noche”.
Fondos de los sectores más pobres
En contextos en los que los fondos para apoyar a las personas refugiadas son absolutamente insuficientes, se deja que los más vulnerables se apañen para juntar fondos para sí mismos. Las personas refugiadas que viven en campamentos, donde sus derechos y sus posibilidades de movilizarse para buscar mejores oportunidades se encuentran limitados, se ven atrapadas en una condición en la que sus necesidades más básicas quedan sin atenderse. En una situación tan apremiante, las comunidades de personas refugiadas siguen apoyándose entre sí con lo que tienen.
Aunque es bien conocido y se encuentra extensamente documentado que las comunidades con bajos recursos con frecuencia dependen de este tipo de apoyo colectivo, en estudios previos se ha señalado el peligro de diseñar programas de apoyo para las personas refugiadas que parten del supuesto de que si los integrantes de una comunidad se brindan apoyo entre sí, entonces probablemente están lo suficientemente bien como para que se les quite el apoyo de donantes[3]. Estos datos permiten ver con claridad que este apoyo comunitario se lleva a cabo incluso en situaciones de dificultad inmensa, y también muestran que los campamentos para personas refugiadas no brindan el apoyo que prometen a las personas más vulnerables. En estudios de investigación más extensos realizados por IIED se muestra que los pueblos y las ciudades presentan mejores oportunidades de apoyo para las personas refugiadas, a un costo mucho menor[4].
Boel McAteer
Investigador, Grupo de Asentamientos Humanos, International Institute for Environment and Development (IIED), Reino Unido
boel.mcateer@iied.org
X: @boelmcateer
[1] Aysaita también se escribe Asaita, Asayta o Asayita, según la fuente.
[2] Estos datos se recabaron como parte del proyecto financiado por el Fondo de Investigación de Desafíos Globales denominado Out of camp or out of sight? Realigning response to protracted displacement in an urban world: www.protracteddisplacement.org
[3] Omata, N. (2017) The myth of self-reliance: Economic lives inside a Liberian refugee camp [en inglés], Berghahn Books
[4] IIED (2024) Displaced people: the need for an ‘urban first’ approach [en inglés] www.iied.org/22526iied
READ THE FULL ISSUE