Coescritura y publicaciones inclusivas

Mis reflexiones sobre la publicación inclusiva a través de la coescritura pusieron de manifiesto las numerosas barreras a las que se enfrentan los investigadores refugiados y los participantes en los estudios en su afán por conseguir que se les publique en igualdad de condiciones con los investigadores occidentales no refugiados.

Las narrativas sobre las personas refugiadas han florecido en los últimos años tanto en los medios de comunicación como en el mundo académico[1]. Muchos de estos esfuerzos ilustran de qué manera los refugiados han comenzado a reclamar su voz y su representación en diferentes formas narrativas, con un control cada vez mayor sobre su relato. Pero el debate sobre cómo incluir las voces, la experiencia y los conocimientos de los refugiados en el discurso académico y las prácticas basadas en el conocimiento está lejos de terminar.

Puesto que vengo de la enseñanza de idiomas y de la investigación sobre la migración forzada, llevo mucho tiempo luchando por saber cómo comunicar a los demás mis experiencias en común con los migrantes forzados en mi periplo investigador. ¿Es posible entablar comunicación para la investigación con los participantes refugiados (que no sean ya académicos también)? ¿Es posible que haya igualdad de voces en la comunicación para la investigación cuando existen dinámicas de poder profundamente desiguales?

El año pasado trabajé en la publicación de un número especial de Displaced Voices: A Journal of Archives, Migration and Cultural Heritage titulado “In Their Own Voices” (en sus propias voces)[2]. Este número especial fue concebido para volver a poner en el centro las voces de las líderes de la migración forzada en Kuala Lumpur, que se convirtieron en mis coautoras[3], y para retratarlas como agentes en la comunicación de sus conocimientos a través de la coescritura. Sin embargo, descubrí que la coescritura está plagada de cuestiones relacionadas con el poder, la práctica y el conocimiento.

Tiempos difíciles y procesos de escritura

Nuestro primer reto fue encontrar un espacio de publicación “seguro”. Nos dimos cuenta de que los procesos de publicación en revistas sobre el tema de los refugiados o en revistas en línea eran prohibitivos. Había pocos mecanismos integrados para ayudar a los escritores noveles de entornos vulnerables y carecían de un espacio de debate para las prácticas de coescritura entre los investigadores y los participantes. Llegamos a considerar el proceso de publicación como una barrera a la hora de escribir en conjunto con las líderes refugiadas, ya que inhibía el espacio para el desarrollo colectivo de ideas. Era necesario reinventar el proceso habitual (presentación de la idea, primer borrador, edición con comentarios, borradores finales y edición). El segundo reto fue la experiencia de escribir y la alfabetización digital de las coautoras. Quedó claro que el estrés de cumplir con los plazos de publicación y de dar lugar a envíos sin una mentoría ni instrucciones acerca de la redacción redujo nuestras posibilidades de éxito en la coautoría. Las coautoras necesitaban unos procesos flexibles basados en el diálogo que mejoraran sus aptitudes a la hora de escribir.

El Living Refugee Archive y la recién creada revista Displaced Voices ofrecían esa flexibilidad. No obstante, todos los participantes en el proyecto estaban desperdigados por todo el mundo y estábamos trabajando durante la pandemia. En total, pasamos siete meses desde el primer encuentro con las mujeres hasta la publicación. Se dedicó un tiempo importante a trabajar las habilidades de escritura de las coautoras, que solicitaron orientación individualizada en función de su capacidad de redacción, conocimientos y circunstancias personales. La mayoría eran unas oradoras muy competentes y habían participado como ponentes en numerosas conferencias académicas o relacionadas con la ONU o con ONG, pero sus habilidades para la escritura estaban muy ancladas en la producción de un determinado tipo de textos, como escribir para las ONG con el fin de obtener financiación, o escribir mensajes en las redes sociales o breves artículos de noticias. Redactar textos más extensos o específicamente para un artículo de revista era una experiencia nueva. La mayoría no estaba familiarizada con el formato general (introducción, cuerpo del texto o desarrollo, conclusión) ni con las prácticas básicas de redacción de párrafos. Son habilidades de redacción que muchos de los que se han formado en instituciones educativas occidentales[4] dan por sentado. Lo que a menudo no se reconoce es el privilegio comunicativo que otorga ese acceso a la práctica de la escritura. Esta es una capa más por la que el mundo académico pone énfasis en el conocimiento occidental por encima de las voces y el conocimiento de las comunidades privadas de derechos.

Crear unas prácticas de coescritura

La revista Displaced Voices nos permitió crear nuestro propio calendario y proceso, que era de apoyo, pero también cumplía con las normas de la revista. Acordamos dejar de lado la referenciación, por ejemplo, para permitir mayores formas de expresión y volver a poner en el centro las voces y los estilos de redacción de las coautoras. Creamos un proceso iterativo (lluvia de ideas, formación en escritura, redacción, coescritura, edición y retroalimentación entre pares) para respaldar el establecimiento del diálogo y la reflexividad. La diferenciación de los procesos para las coautoras en función de su nivel de escritura individual también supuso tener que reservar tiempo para sesiones particulares a través de Skype, crear chats individuales y grupales en los medios de comunicación sociales y también un círculo de retroalimentación entre pares.

Finalmente, integré una pedagogía Reflect[5], un proceso participativo que hace hincapié en la reflexividad y la co-acción, así como en poner las voces del alumnado en el centro. La flexibilidad, las aportaciones creativas y la informalidad por parte del editor fueron esenciales para dejar a las coautoras espacio para producir su trabajo. Sin embargo, todas las coautoras llegaron a considerar que mi papel era más el de profesora de escritura que el de coautora. Intentamos contrarrestar este problema utilizando sus ideas o los textos que ya habían producido como puntos de partida para debatir acerca de estrategias para mejorar las estructuras lingüísticas aparte de los debates sobre el contenido. Aun así, continuaron surgiendo dudas sobre cómo podíamos elaborar el contenido de los artículos realmente en condiciones de igualdad.

Otra práctica que implementamos fue la retroalimentación entre pares, entre las coautoras para aumentar su confianza y el diálogo entre ellas. Nos pareció que este proceso era mucho más efectivo, menos intimidatorio y más empoderador que uno de revisión por pares con expertos y otros investigadores. La comprobación final de la edición conllevó en parte la puesta en común de sus artículos con otros investigadores y con el editor de la revista.

El resultado más importante del aprendizaje práctico fue crear un espacio para diversificar mi propio papel y adaptarlo a las necesidades de las coautoras según fuera necesario, pero siempre poniendo sus voces al frente de los artículos[6]. En ocasiones, les retaba a repensar, reimaginar y retomar sus propias historias para ir más allá de la típica “historia de refugiados” que otros contarían a los demás sobre ellas. Pero, a pesar de algunos de los éxitos de estas prácticas, nuestras relaciones originales como investigadora/participante/coinvestigadoras no acabaron convirtiéndose en la alianza equitativa para escribir que habíamos previsto. Más bien, los elementos didácticos eclipsaron mi pretendido papel de segunda autora.

Equilibrar el poder y las voces

La publicación no es, por naturaleza, inclusiva. Los estándares y la experiencia en la escritura y el proceso de publicación pueden ser barreras que priorizan las modalidades occidentales de escritura sobre las voces que expresan experiencias vitales. Mi experiencia al trabajar en este proyecto demostró que una actitud flexible y la voluntad de entablar un diálogo con los colaboradores pueden crear un espacio para una mayor inclusión de estas voces. Es posible adoptar prácticas para la publicación más inclusivas y equitativas que ofrezcan una plataforma para los conocimientos y las voces de los migrantes forzados, experimentando con nuevos roles y considerando a los participantes en el estudio como coautores en la comunicación para la investigación. Sin embargo, sigue habiendo preocupaciones y retos.

Dentro de los estándares que se esperan en el discurso académico, los potenciales coautores procedentes de entornos vulnerables pueden carecer de las habilidades precisas exigidas y de la confianza para acceder a las oportunidades de expresar sus realidades. La coescritura con aquellos que originalmente desempeñan el papel de investigador puede crear oportunidades; pero, si el investigador tiene una mayor capacidad para imitar las formas de escritura aceptadas, puede acabar predominando sobre las voces de los coautores.

El empleo de un enfoque pedagógico en lugar de centrarnos exclusivamente en la comunicación para la investigación fue algo inesperado. Aunque las coautoras aseguraron que este aprendizaje había sido una motivación importante para ellas, dio lugar a preguntas en torno al poder y el posicionamiento. Trabajar con personas que habían participado en mi estudio de investigación significó que ya había una tendencia a que consideraran que yo sabía más, independientemente del enfoque participativo que enfatizaba sus conocimientos. El intento de mitigarlo a través de nuestras prácticas de coescritura no erradicó del todo el desequilibrio, que todavía encuentro implícito de alguna forma en todos los artículos.

Como investigadora principiante, admito que dudo de si volver a participar en esta forma de coescritura. Las publicaciones que están dispuestas a ofrecer esta flexibilidad pueden no ser consideradas revistas de alto impacto. Esto podría significar que tales contribuciones no necesariamente serán valoradas por las instituciones académicas. Además, la coautoría en sí misma no necesariamente refleja los profundos procesos en los que las coautoras y yo participamos para crear estos artículos. Gran parte de nuestro trabajo intelectual colaborativo queda invisibilizado. A veces me he cuestionado si estos esfuerzos son valiosos para mí o para las coautoras.

La publicación inclusiva y la coescritura siguen requiriendo mayor apoyo estructural, innovación y voluntad por parte de investigadores y editores. Parece que hay un deseo creciente de hacer que los espacios de publicación sean más inclusivos con las voces de los migrantes forzosos. No obstante, es necesario debatir sobre cómo determinar las mejores prácticas y si la adhesión a las normas de escritura sigue siendo deseable dadas las inherentes jerarquías que genera. Las instituciones académicas que tienen una mentalidad abierta y valoran la coescritura (en vez de centrarse principalmente en las revistas “de alto impacto” con sus requisitos más estrictos) también pueden ofrecer otras oportunidades, aunque esto no responde a cómo involucrar a los profesionales. La coescritura como práctica está actualmente plagada de interrogantes. Con suerte, estas preguntas nos desafiarán a reimaginar cómo comunicamos los estudios de investigación y el trabajo con los migrantes forzados como actores capaces de expresar sus realidades vitales y sus conocimientos ocultos.

 

Kirandeep Kaur kksumman@gmail.com @kkaurwrites

Investigadora doctoral en Derecho y Desarrollo, Universidad de Tilburg

 

[1] Me he inspirado en una serie de plataformas que exponen relatos de refugiados, como Refugee Tales, Exiled Writers Ink, The Archipelago y ArabLit. Estas y otras desafían las suposiciones en torno al conocimiento, la historia y el poder, y permiten un espacio para traer a la palestra las experiencias de los migrantes forzados.

[2] Revista creada por el Living Refugee Archive de la Universidad de East London. Número especial en: https://bit.ly/displaced-voices-journal

[3] Naima Ismail, Syedah Husain, Sharifah Shakirah (que traduce para Syedah Husain), Parisa Ally y Arifa Sultana representan las voces de comunidades somalíes, afganas y rohinyás.

[4] En este artículo, la autora evita poner el término “occidental” en mayúsculas para subrayar con mayor suavidad la necesidad de descentralizar.

[5] Me formé en Reflect para la enseñanza de ESOL (inglés para hablantes de otras lenguas) mientras enseñaba a mujeres que habían sido asiladas https://bit.ly/reflect-esol-resource-pack

[6] En el número especial verán mi nombre junto a las coautoras, pero con diferentes funciones —coautora o editora— según el papel principal que haya desempeñado en cada artículo.

 

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