Voces desde los centros de internamiento australianos

En pleno centro del debate sobre el asilo en Australia, escasea la visión del individuo en cuestión. Personas que habían sido solicitantes de asilo y que fueron detenidas por ser inmigrantes (y ahora disponen de permiso de residencia permanente en Australia) expresan con sus propias palabras el impacto que dicha detención tuvo sobre ellas.

 

Cuando se cierran los muros siento que no puedo ganar. Estoy perdido en la vida. (Solicitante de asilo detenido, 1998)

Aproximadamente 114.473 personas (entre ellas mujeres y niños) se encontraban detenidas por ser inmigrantes en Australia entre 1997 y 2012. El período medio de permanencia en centros de internamiento es de 124 días (datos a 31 de enero de 2013) aunque los tipos de período de detención varían bastante.

 

Entre 1998 y 1999 entrevisté en profundidad a refugiados que habían permanecido con anterioridad en centros de detención de inmigrantes. Los testimonios a continuación reflejan las experiencias de una mujer y tres hombres solicitantes de asilo que sumaban entre todos un total de 36 meses de detención. (En concreto todos los entrevistados habían llegado a Australia por aire, mientras que la mayoría de los solicitantes de asilo que se encuentran detenidos hoy han llegado por mar. Tres procedían de Irak; uno, de Irán).

A Moussa le dijeron de camino a Australia que le detendrían pero, creyendo que sus razones eran de peso y que aquel era “un buen país”, pensó que la detención duraría apenas unas semanas. Estuvo detenido durante más de un año.

Abdul no intentó esconder su pasaporte falso cuando llegó a Australia pues esperaba estar detenido por poco tiempo, mientras se verificaba su identidad.

“Creí que me detendrían durante unas pocas semanas y que me tratarían como a un ser humano. No pensaba que estaría aislado del mundo. Cinco meses... No sabía dónde estaba. Lo único que sabía es que se trataba de algún lugar dentro del aeropuerto”.

Tras presentarse ante las autoridades, interpretó su internamiento en un centro de detención del aeropuerto como una falta de hospitalidad por parte de Australia. Le desconcertaba que fueran incapaces de ver que tras haber dejado Irak y Jordania no tenía más opción que solicitar asilo en otro lugar, y la sensación de haber recibido un trato inhumano permaneció mucho tiempo después de abandonar el centro de detención de inmigrantes.

Fátima no tenía ni idea de cuán duro sería estar detenida. Como bien dijo, “Cuando estaba fuera de Australia sólo tenía ganas de llegar... pero no pensaba que sería de esta manera. Lo único que yo quería era escapar de una vida peligrosa”. Sus experiencias refutan los recientes debates políticos que basan los movimientos de gente en obsoletos factores de atracción y expulsión.

Cuando Amir fue a buscar asilo en el aeropuerto, le transfirieron a lo que creyó que era una prisión. El hecho de ver la alambrada de espino alrededor del centro de internamiento le hizo “despertarse”. Reflexionando al respecto aclara que “No era realmente una prisión pero aun así para mí sí que lo era. No intenté salir adelante durante la detención. Me convertí en un desastre”.

Las prácticas cotidianas de detención de inmigrantes a menudo tenían el mayor impacto sobre las personas. Amir explicaba que no había nada con lo que mantenerse ocupado. Las normas determinaban a qué hora tenías que levantarte e irte a dormir o ir a “pasar revista”, es decir, la rutina diaria de contar a las personas por su número de identificación (y no por su nombre). Pronto llega la resignación. “No podías levantar la voz, no podías [expresar] tus derechos... Si te quejabas, te aislaban. Así que... te quedabas callado”. (Abdul)

Moussa tuvo una respuesta física y emocional extrema ante el estrés que le produjo el estar detenido por ser inmigrante; su cabello se volvió canoso y cada día temía ser deportado. Abdul también experimentó pesadillas y contó que oía voces. Entrevistado más de seis meses después de haber sido liberado de su detención por ser inmigrante, la cabeza de Amir seguía plagada de pensamientos incontrolables sobre la detención. La estrategia que desarrollaron Fátima y él para sobrellevarlo fue hablar con otras personas sobre sus problemas de manera que “aunque fuera por poco tiempo te olvidabas de tu problema y pensabas en el de la otra persona y en cómo podías ayudarle...

Fátima se preguntaba por qué la habían encarcelado y la trataban como a una delincuente. Eso la hacía sentirse “avergonzada por todo”. Pero aún peor era la soledad, ya que no tenía a nadie que viniera a visitarla:

Estás sola. Escuchas a la gente que tiene muchos amigos y familiares que vienen a visitarles pero tú estás esperando para nada. Tú ya sabes que nadie va a venir a preguntar por ti, nadie te va a llamar por megafonía [para decir] “tienes visita”. Porque tú ya sabes que no tienes a nadie, que estás sola en la vida”.

Para Fátima y los demás entrevistados, “la decisión [sobre su solicitud de asilo] es lo más importante”. Preocupado por su posible denegación, Amir tomó la medida extrema de conseguir una cuchilla para que si llegado el momento su solicitud era denegada, él pudiera “cortar por lo sano [señala su muñeca]”. Desgraciadamente sigue habiendo muchos casos de autoagresión e intentos de suicidio entre las víctimas de la detención de inmigrantes. Las huelgas de hambre también se suceden.

“Vallar” las historias particulares tras una barrera impuesta por un centro de detención de inmigrantes hace que sea más fácil para los políticos insertar una nueva narrativa de protección de los refugiados: la de la “cola de reasentamiento ordenado de refugiados” y la ilegalidad de su llegada a tierra. Ambas se basan en un mito.

 

Melissa Phillips melly_p@email.com es miembro honorario de la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Melbourne. Quiere mostrar su agradecimiento a los participantes en este estudio, quienes han dedicado generosamente parte de su tiempo a relatar lo que a menudo eran recuerdos perturbadores de su detención por ser inmigrantes.

 

 

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