Jóvenes y separados de sus familias en el Congo oriental

Estos jóvenes desplazados pueden sufrir, además de efectos colaterales obvios como la pérdida del afecto y la orientación de los padres, la estigmatización por parte de algunos miembros de las comunidades de acogida.

Unos 62 niños y jóvenes de entre 7 y 22 años, todos separados de sus familias, viven actualmente en una comunidad eclesiástica en la localidad de Ango, en el este de la República Democrática del Congo. Algunos viven con familias adoptivas; otros en refugios diminutos que han construido en los terrenos que la iglesia les ha ofrecido. La mayoría no han tenido contacto con sus padres desde que se exiliaron. Viven con unos pocos fragmentos de información acerca del paradero o el estado de sus familias, que reciben de comerciantes o a través de comunicaciones de radio de la policía de Ango. "La mayoría de nosotros sólo recibe información cuando un miembro de la familia está enfermo o ha fallecido", dice Patrick, un joven de 18 años que lleva un año viviendo en un hogar adoptivo de Ango.

Se estima que a finales de 2011 había 471.000 desplazados internos en la Provincia Oriental, en el este de la República Democrática del Congo. De ellos, unos 321.000 se hallaban en los distritos del Alto y Bajo-Uele tras haber huido de sus hogares por temor a las atrocidades –asesinatos, mutilaciones y secuestros – llevadas a cabo por el Ejército de Resistencia del Señor (LRA). Han buscado refugio en lugares como la localidad de Ango, que se estima que en la actualidad es hogar de 20.000 personas, 12.000 de las cuales son o han sido desplazados internos. La gran mayoría tiene un acceso muy limitado al agua potable, a los alimentos, las semillas para cultivar, al alojamiento o a los cuidados sanitarios. La falta de seguridad, la lejanía del lugar y una red de carreteras muy deficiente han dejado a la población residente en Ango marginada de la asistencia humanitaria.

Cuando los jóvenes empezaron a llegar a Ango algunos apenas sabían de parientes que vivieran en la zona; para otros, su único contacto era una comunidad eclesiástica similar a la que conocían cuando estaban en casa. A través de la comunidad eclesiástica y de las ONG que trabajan allí, a los jóvenes se les asignaron familias adoptivas, incluso algunas que ya estaban al límite de su capacidad y no podían alimentar a sus propios hijos.

Dada la naturaleza prolongada del conflicto, la reunificación de sus familias parece improbable. Mientras tanto sus vidas se encuentran en el limbo, en una continua lucha por la supervivencia. Han desarrollado mecanismos para arreglárselas, agrupándose con otros jóvenes que se encuentran en similar situación y ligados a la comunidad eclesiástica por una fe compartida, y buscan mentores que les orienten dentro de ella. Los líderes de la iglesia les ayudan a resolver disputas e intervienen en su nombre cuando hay tensiones entre ellos o con la comunidad de acogida. Sin embargo, estos líderes no están en posición de responsabilizarse totalmente de ellos.

Las familias adoptivas ya tenían sus propios hijos y ahora tienen tres o cuatro más, normalmente adolescentes. Además de la presión de tener que alimentarles, los jóvenes necesitan que alguien les guíe y oriente adecuadamente. Patrick dice que su madre adoptiva le trata como si fuera su propio hijo y asegura que él sigue en la escuela y que se comporta con decoro. Otros tienen que aprender a comportarse fijándose en quienes les rodean.

La joven de 19 años Anumbue Bipuna presenció en 2010 como el LRA asesinaba a su padre y a varias personas más de su pueblo, en Sukadi. Secuestraron a mucha gente y el pueblo fue saqueado por los rebeldes. Ella consiguió huir hacia el oeste con sus tres hermanos pequeños y su prima de tres años. Cuando llegaron a Ango, a unos 80 kilómetros de distancia, descubrieron que su madre había huido por el norte hacia la República Centroafricana. No la han visto desde entonces aunque en unas cuantas ocasiones han conseguido contactar con ella por radio de alta frecuencia.

Como hermana mayor que es, Anumbue se vio obligada a asumir la responsabilidad de sacar adelante a su familia de cinco miembros. No sólo es la sustentadora de la familia sino que también tiene que impartir disciplina entre los más pequeños y supervisar cualquier trabajo que sus hermanos puedan realizar para conseguir unos ingresos extra, todo ello al mismo tiempo que cuida de su prima pequeña que ahora la ve como a una madre. Para poder atender tantos frentes abiertos ha tenido que sacrificar sus propias ambiciones y abandonar sus estudios. "Ahora estoy centrada únicamente en mis hermanos. No puedo pensar en mi propia formación; tengo que darles prioridad a ellos", afirma. "Les enseño a valerse por sí mismos. Puede que algún día se encuentren solos y necesiten saber cómo sobrevivir".

Desfavorecidos

La responsabilidad de poner comida sobre la mesa o de pagar la escuela recae de lleno en los jóvenes. Pueden arreglárselas para conseguir trabajos de una jornada pero reciben un salario menor por realizar la misma cantidad de horas y tareas que los miembros de las comunidades de acogida y hay mucha competencia para acceder al empleo. Algunos se ven obligados a realizar trabajos duros a cambio de alojamiento y comida, o simplemente las familias de acogida sobrecargadas les piden que se marchen.

Los jóvenes desplazados se ven obligados a asumir responsabilidades propias de los adultos para sobrevivir en las nuevas circunstancias en que se encuentran. La mayoría de las oportunidades de trabajo disponibles exigen realizar tareas arduas como la construcción o el cultivo de los campos, lo que evidentemente favorece a los chicos. Las chicas tienen menos opciones laborales y a menudo acaban realizando tareas como fabricar aceite de palma o cortar madera para venderla en el mercado, de forma que no ganan tanto dinero.

Como consecuencia, algunas de las chicas desplazadas están expuestas a la prostitución y a la manipulación entre la comunidad de desplazados y por parte de los miembros de la familia de acogida. A pesar de las campañas de concienciación sobre el sexo seguro y los peligros de la prostitución, han adoptado este estilo de vida debido a la falta de fuentes de ingresos alternativas, lo que ha exacerbado el riesgo de sufrir posteriores abusos, embarazos no deseados y matrimonios prematuros.

Oscar Musi Sasa, presidente del comité de desplazados internos en Ango, coincide en que a las chicas a menudo se las solicita para el sexo. "He visto a niñas de hasta 12 años a las que ya se les solicitaba para el sexo. Se les obliga a entregarse a los chicos porque se ha convertido en su modo de sobrevivir", asegura.

En la zona la tierra se hereda de generación en generación, así que hay pocas posibilidades de que las familias de acogida dejen sus tierras como herencia a sus hijos "extranjeros". Poseer tierras para cultivar proporciona un sentido de identidad y una forma de ganarse la vida. Algunos de los jóvenes que llevan mucho tiempo viviendo entre la comunidad han conseguido que les asignen algunas tierras para cultivar. Sin embargo, el temor a los ataques del LRA implica que la gente sea reacia a desplazarse lejos de la ciudad y eso reduce la cantidad de tierras cultivables. Los desplazados internos a menudo acaban disponiendo de menos campos fértiles. En algunos casos, después de que algunos hayan conseguido cultivar con éxito, los miembros de la comunidad de acogida han reclamado la propiedad de la cosecha.

Marginados por la asistencia humanitaria

Aunque unas pocas organizaciones humanitarias asisten a las personas desplazadas en Ango, por ejemplo mediante los servicios gratuitos de salud o ayuda para pagar la tasas escolares, los jóvenes desplazados no son adultos ni están casados y por tanto no reúnen los criterios de vulnerabilidad establecidos para ser beneficiarios y no se les permite acceder a la distribución de alimentos o semillas para sembrar.

El territorio del Bajo-Uele es una zona sin seguridad y la mayoría de las donaciones son para emergencias más que para el desarrollo, pero estos niños desplazados necesitan intervenciones que se centren más en el desarrollo que en las emergencias. Aunque los jóvenes se benefician de determinados grados de asistencia humanitaria — como el acceso a la distribución de alimentos para quienes viven con familias adoptivas, el acceso a cuidados sanitarios, asistencia psicológica y educación — las soluciones de más largo plazo que podrían ayudarles a reducir el riesgo de ser sexualmente explotados a la vez que les ofrecerían la posibilidad de tener un futuro mejor podrían conllevar repercusiones negativas, como un aumento del número de menores que se separan de forma voluntaria de sus tutores para beneficiarse de dichas intervenciones.     

Aunque sus actuales condiciones de vida parezcan difíciles, creen que la situación es incluso peor en los campos de refugiados en que se encuentran sus padres en la República Centroafricana. Entre la posibilidad de una reunificación familiar que les permita reencontrarse con ellos o quedarse en Ango, donde tienen la posibilidad de encontrar trabajo y asistir a la escuela, la mayoría prefiere quedarse. "Puede que la vida no sea mejor aquí pero sigo estando en mi propio país. No puedo imaginarme viviendo como refugiado en otro país", dice Jean Pierre, un joven de 23 años.

 

Este artículo se basa en entrevistas con 23 jóvenes desplazados de entre 7 y 22 años que han sido separados de sus padres. Las opiniones aquí vertidas han sido extraídas de sus comentarios así como de los de las familias adoptivas, líderes religiosos, el presidente de la comisión de desplazados internos y algunas ONG que trabajan con esta comunidad.

Gloria Lihemo (fco-congo@medair.org) trabaja como oficial de campo especializada en comunicaciones para Medair (www.medair.org) en la República Democrática del Congo.

 

 

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