Ser joven de etnia mixta en Ruanda

La transición de la infancia a la edad adulta resulta especialmente compleja para los jóvenes con raíces étnicas mixtas, que se sienten fuera de lugar por partida doble: como jóvenes adultos y como mestizos. Los retos son obvios en Ruanda.

Muchos jóvenes de etnia mixta crecen bajo la sombra de la guerra y el genocidio. Se enfrentan a muchas decisiones, elecciones y retos. Sus raíces mestizas influyen sobre sus identidades sociales, emociones, amistades, relaciones amorosas y el acceso a los recursos. Están ‘fuera de lugar’ a muchos niveles: educativo, económico, social y emocional.

Sin embargo, mientras aprenden a moverse por el complejo panorama social de Ruanda tras el genocidio, en su actitud se hace evidente que eligen qué desvelar y qué mantener en secreto cuando conocen gente nueva, se unen a clubes deportivos, asisten a la universidad o a una entrevista de trabajo; en su elección de los amigos y compañeros, a la hora de decidir abandonar su vecindario, su pueblo o su país e irse a otro lugar donde su complicada historia sea menos relevante; buscan estrategias que minimicen su sufrimiento y se centran en lo que la sociedad valora como la educación y la familia.

Tanto dentro de Ruanda como fuera, las iniciativas para la reconciliación a nivel de comunidad ofrecen a estos jóvenes la oportunidad de compartir su sufrimiento, de revelar su sentimiento de aislamiento y controlar la estigmatización. La religión y la fe les sirve a muchos para dar sentido al pasado y tener esperanza en el futuro. Las iniciativas para la salud mental también les ayudan a expresar sus complejos sentimientos y a trabajar con ellos. En el exilio, las conmemoraciones compartidas para todos los que murieron de forma violenta les ayudan a dignificar la pérdida de sus seres queridos.

El genocidio de 1994

Aunque había muchas familias de etnia mixta, estas no existían oficialmente porque el registro étnico se hacía al nacer junto con las líneas de descendencia patrilineal, lo que significa que los niños tomaban la etnia del padre. A medida que la violencia se intensificó a lo largo de los años noventa se persiguió, atacó y obligó a exiliarse a los miembros de las familias de etnia mixta para evitar la muerte. Durante los conflictos entre etnias, las familias de etnia mixta se encontraban entre las primeras víctimas de la violencia porque representaban una amenaza para las ideologías divisoras.

A los jóvenes chicos y chicas que crecían en familias de etnia mixta donde el padre era hutu (y la madre tutsi) se les consideraba hutus. Por tanto no eran directamente elegidos como objetivos a asesinar pero se les obligaba a elegir entre una de las partes y, a menudo, a participar de la violencia. Como otros jóvenes hutus, a los hombres jóvenes de estas familias se les exigía que participaran en controles de carretera y patrullas para identificar, detener, arrestar y matar a los tutsis. Si se negaban les multaban, les obligaban a exiliarse o les asesinaban bajo la acusación de ser cómplices del enemigo. A veces se les obligaba a presenciar la violencia ejercida sobre sus primos o parientes tutsis, incluso sobre sus propias madres, sin que fueran capaces de intervenir. Otras veces arriesgaban sus vidas para proteger a sus seres queridos.

La violación se utiliza comúnmente como arma de guerra para ‘diluir’ la pureza étnica del grupo de las víctimas, para humillar a sus mujeres y avergonzar a sus hombres. Los bebés nacidos como consecuencia de violaciones durante la guerra se convierten en adultos de etnia mixta que están ‘fuera de lugar’ en muchos aspectos: crecen sin padre, a menudo la familia de la madre los rechaza, y son estigmatizados por la sociedad.

Durante el genocidio de 1994 se produjeron violaciones por individuos y también por parte de bandas; los niños nacidos de estos encuentros sexuales forzados son ahora adolescentes de etnia mixta. Estos jóvenes están enfadados y confusos, luchando para dar sentido a su propia identidad personal y social, que conlleva estigma y vergüenza. Se encuentran ‘fuera de lugar’ en la Ruanda posterior al genocidio, donde les resulta difícil reconciliar sus múltiples identidades: son vástagos hutus aunque les hayan criado madres tutsis y a la vez son hijos de quienes perpetraron el genocidio criados por sus víctimas. Los que crecieron pensando que eran ‘huérfanos del genocidio’ tienen que integrar la disonante realidad de que también son ‘hijos de una violación’, un descubrimiento que tiende a afectar a la manera en que abordan el amor y sus futuras perspectivas de matrimonio.

Ser capaces de dar sentido a la tragedia es uno de sus mayores retos y, a medida que van creciendo, estos jóvenes tienen que mantener económicamente a sus padres encarcelados mientras guardan luto por la pérdida de sus madres. En el día a día sus condiciones de vida son comparables a las de los huérfanos. Los hermanos mayores de repente tienen que asumir el papel de cabeza de familia con todas las responsabilidades y limitaciones que eso conlleva.

La supresión de la propia identidad (mestiza).

Para los refugiados en general y para los jóvenes refugiados de etnia mixta en particular, las políticas de identidad y las experiencias pasadas siguen siendo un problema en el exilio. Los jóvenes ruandeses de etnia mixta se encontraban aún más ‘fuera de lugar’ en los campos, donde se les presionaba para que enfatizaran una de sus etnias y minimizaran u ocultaran la otra.

Algunos de los que huyeron de la violencia junto con otros supervivientes y llegaron a campos de refugiados en la frontera de Burundi se sintieron aislados y amenazados cuando los supervivientes les acusaron de haberse compinchado con los hutus que ocupaban los puestos de control para evitar que los exiliaran.

Los que huyeron con la población hutu se encontraron con que cuando acabó el genocidio, en los campos de refugiados de la región y especialmente en los situados en el este del Zaire, donde los líderes del genocidio se refugiaron junto a la población civil, aún prevalecía una fuerte ideología hutu. Aquí la gente joven de etnia mixta tenía que suscribir la versión hutu extremista de la violencia, valorar su identidad hutu a expensas de su identidad tutsi, y menospreciar y distanciarse de los victoriosos enemigos tutsis que estaban en Ruanda. Esta tarea resultaba más fácil para los jóvenes que crecían en familias lideradas por un hutu, ya que les verían como a otros hutus pero era mucho más difícil para los jóvenes (especialmente chicos) que se habían exiliado con sus madres y familia materna hutu tras la muerte de su padre tutsi.

Dentro de Ruanda se produjo el fenómeno inverso. Debido a que el Gobierno prohibió legalmente cualquier referencia explícita a la etnia, las nuevas categorías sociales réscape (superviviente tutsi del genocidio) y génocidaire (perpetradores hutu del genocidio) ganaron importancia. A los jóvenes de etnia mixta que regresaron y a los que se habían quedado atrás les pareció ventajoso enfatizar su conexión con la etnia tutsi y dejar de lado su identidad y relaciones hutus. Esta tarea resultaba más sencilla para los adolescentes cuyo padre era tutsi, que podían autoidentificarse como ‘supervivientes del genocidio’ y por tanto acceder a los fondos para supervivientes o adquirir la condición social de ‘superviviente del genocidio’ o ‘huérfano del genocidio’. Resultaba más complicado para aquellos cuyo padre era hutu porque entonces también se les consideraba a ellos como tales.

Los ruandeses en general son conscientes de que la gente joven de etnia mixta se enfrenta a muchos retos y a menudo aseguraban que era "muy difícil" para estos jóvenes pertenecer a algún lugar porque ambas partes de su familia les daban de lado. Cada parte los consideraba miembros de la otra parte y, por tanto, sospechosos.

Estas percepciones también pueden influir en cómo se desarrollan sus relaciones amorosas entre etnias y en cómo tienen lugar los matrimonios. En la cultura ruandesa las familias pueden influir en el tipo de pareja con la que uno sale, pueden aprobar o rechazar las relaciones y pueden aumentar o dificultar las posibilidades de matrimonio. El número de matrimonios mixtos ha descendido de forma drástica desde 1994. Las elecciones de los jóvenes se ven restringidas cuando las familias de los supervivientes o de los retornados descubren que a un miembro de la familia se le acusa de estar implicado en el genocidio, y se dice que los jóvenes adultos de etnia mixta tienden a casarse con miembros del grupo hutu, donde están menos marginados. Cuando tiene lugar un matrimonio mixto, las jóvenes familias tienen que lidiar con las críticas o la oposición de sus familias.

Reconciliación, conmemoración, duelo y justicia

Mediante la conmemoración, las sociedades posconflicto recuerdan su pasado violento, lloran a sus muertos y se esfuerzan por alcanzar una recuperación social. El Gobierno ruandés que se formó tras el conflicto de 1994 designó abril como el mes nacional de la conmemoración del genocidio y de aquellos que murieron en él. A los jóvenes de etnia mixta les cuesta lidiar con este tipo de ceremonias conmemorativas. Se les anima a que lloren públicamente la muerte de sus familias y parientes tutsis que perecieron durante el genocidio, y eso reaviva su sufrimiento.

Al mismo tiempo, las muertes de sus familiares y parientes hutus que perecieron a causa de sus creencias políticas ‘moderadas’ o porque no quisieron participar en la violencia y protegieron a los tutsis, se marginan en estas conmemoraciones públicas. Los jóvenes adultos de etnia mixta tienden a sufrir múltiples pérdidas por ambos lados de la familia en diferentes lugares y momentos. Para ellos resulta muy difícil tener que llorar de forma colectiva a todos sus seres queridos que perecieron de forma violenta. Un superviviente cuya madre tutsi había sido asesinada y a cuyo padre hutu habían matado mientas intentaba proteger a los tutsis, declaró que durante las conmemoraciones oficiales "la gente cree que lloro por ellos pero lloro por mí mismo".

Mientras que la justicia sigue su curso, en Ruanda tuvieron lugar iniciativas para la reconciliación, al igual que fuera del país entre los refugiados de la diáspora. Para promover la reconciliación, el Gobierno pidió a los génocidaires que pidieran perdón y a los réscapes que se lo concedieran. Para los jóvenes de etnia mixta es difícil aceptar el hecho de que pertenecen a ambos grupos: el que se espera que pida perdón y el que se espera que perdone. En conversaciones sobre el perdón, un joven ruandés declaró que para él es difícil entender el significado de perdón: ¿quién perdona a quién y por qué?, ¿cómo puede uno distinguir entre el perdón formal y el sincero?, ¿se puede elegir no perdonar?

Estos jóvenes se encuentran ‘fuera de lugar’ en una narrativa nacional sobre la justicia y la reconciliación que no necesariamente contempla la posibilidad de tener múltiples identidades, lealtades divergentes y circunstancias vitales complejas. Sólo en espacios informales como con familia o entre amigos íntimos, o a veces durante las reconciliaciones a nivel de comunidad puede la gente joven de etnia mixta expresar abiertamente sus emociones ambivalentes, dar a conocer sus complejas circunstancias y recibir el apoyo de los demás.

Es importante que los legisladores, la sociedad civil y las agencias humanitarias que trabajan en entornos posconflicto y en contextos de refugiados reconozcan los retos específicos que encuentran los jóvenes de etnia mixta y su forma de actuar. Esta es la mejor manera de ayudarles a negociar sus múltiples identidades, gestionar sus lealtades ambivalentes, desarrollar relaciones amistosas y amorosas, recordar el pasado e implicarse plenamente en los procesos de reconciliación por el futuro.

 

Giorgia Doná g.dona@uel.ac.uk es profesora adjunta de Estudios sobre Refugiados en la Universidad de East London.

El presente artículo hace uso del trabajo de la autora como profesional del sector e investigadora con niños en Ruanda desde 1996 a 2000 y posteriores visitas. Gracias al Leverhulme Trust, ha llevado a cabo más recientemente un trabajo adicional con ruandeses que se encuentran en el país y con otros que se hallan en la diáspora.

 

 

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